¿GUERRA CIVIL?
ISMAEL PÉREZ VIGIL
Desde que se instauró hace 21 años este régimen cívico-militar (y ahora militar-cívico) el tema de la guerra civil es también un tema recurrente en el análisis político de tirios y troyanos. No estoy exento de ese fenómeno, pues en varias oportunidades he escrito sobre el tema, siendo la última hace más de un año, el 23 de febrero de 2019.
Por supuesto la comparación remite a la guerra civil española, con la que siempre vamos a encontrar similitudes y no solo porque toda situación de violencia se asemeja, sino también porque venimos de un mismo tronco, tenemos un mismo idioma, una cultura similar, un concepto del derecho parecido y muchas cosas más, de las cuales enorgullecernos y lamentarnos. Pero de allí a pensar que la situación de violencia a la que nos ha llevado este régimen va a desembocar en una guerra civil como la española, creo que es exagerar o al menos soslayar algunas diferencias importantes y caer en la matriz de opinión que el régimen quiere y viene desarrollando desde hace tiempo, a través de varios de sus voceros, para intimidar y continuar manteniéndose en el poder.
Desde el principio, durante su campaña electoral en 1998, pero especialmente a partir del año 2002, Hugo Chávez Frías, con su marxismo ramplón, tenía una prédica continua del conflicto social y la también continua exacerbación del mismo. Varios de sus ministros, gobernadores y jefes de “campaña” –y ya sabemos que “campañas”, como procesos electorales, hemos tenido muchos– siempre insistieron en cosas como: “si Chávez pierde, habrá guerra civil”, “rodilla en tierra defenderemos la revolución”, “esta es una revolución pacífica, pero armada”, y toda esa “glorificación” de los militares, ese lenguaje militar y la profusión de uniformes en los gabinetes ministeriales y gobernaciones, las alusiones constantes a guerras de “cuarta generación”, la organización electoral en batallones y unidades de batalla y hasta nombrar las “campañas electorales” como batallas históricas, en fin, toda esa parafernalia no es más que una forma de amenazar y de mostrar las armas con las que nos pueden agredir.
Por si fuera poco, es también importante tomar en cuenta el proceso de armar a la población que hace la dictadura: la milicia, los malandros armados y sacados de la cárcel para agredir civiles o enfrentarlos a bandas rivales en los barrios y, desde luego, la actividad de los denominados “colectivos violentos”, o la repetición al infinito de lo que vemos todos los días con la violencia del hampa, que actúa sin mayores restricciones o la no menos peligrosa violencia desplegada por los “cuerpos de seguridad”, para controlar pacificas manifestaciones de gente que protesta por la falta de servicios básicos o por denunciar los estragos que ocasiona la pandemia.
Además, no es necesario insistir en diferenciar lo que nos pasa en Venezuela con la pre guerra española, para explicar porque aquí no hay las condiciones para que ocurra lo mismo. La verdad es que no hay ninguna «ventaja» en encontrar semejanzas que nos permitan pensar y temer una guerra civil como la española, puesto que hay muchos desenlaces igualmente funestos a los que nos podemos enfrentar, sin llegar a lo terrible de una guerra civil, y eso sí es algo que nos debe preocupar y escenarios para los cuales debemos prepararnos y poner remedio.
Por supuesto, no podemos desestimar la posibilidad de que la exacerbación de todos los conflictos internos y la profundización de la crisis humanitaria compleja que padecemos pueda desembocar en una situación social explosiva, violenta y que nos conduzca a las puertas de un conflicto mayor. Lo que sí no comparto es que se pretenda utilizar esta posibilidad, para exacerbar ese temor o como pretexto para hacer críticas, solapadas o abiertas, a algunas posiciones políticas asumidas por la oposición democrática.
Cada quien puede usar sus argumentos y razonamientos como mejor le parezca y corresponde a quienes los escuchamos o leemos tener el criterio para discernir quien usa esos argumentos de manera inadecuada o como instrumentos para criticar o “mejorar” su posición en una determinada discusión. Por ejemplo, ¿de dónde proviene esa idea de que la oposición democrática ha optado por la vía insurreccional? Una cosa es no compartir la vía electoral de no participar, e incluso, criticarla –como hemos hecho muchos– y señalar que es equivocada esa táctica electoral, por no ver muy clara la estrategia global; y otra cosa es asumir que se ha adoptado la vía insurreccional, como sí votar y una guerra civil fueran un continuo, sin ningún tipo de alternativas intermedias.
Tampoco es cierto afirmar que la oposición ha estado en blanco y no ha hecho nada en 21 años de régimen chavista; al respecto no argumentaré más, solo remito a mi artículo publicado hace un par de semanas: Resistencia opositora, y a recordar y destacar los aspectos e hitos allí señalados –muchas de ellos electorales, vía que hoy se desecha– que hemos tenido en estos años.
Tampoco podemos desestimar y dejar de reconocer que gracias al tesón demostrado durante 2018 y principios de 2019 fue que se logró el reconocimiento internacional que hoy tenemos y que mantiene viva a la oposición y el desconocimiento, por ilegítimo, que hoy tiene el régimen.
lo ocurrido en febrero de 2019, con la fallida entrada de la ayuda humanitaria y el también fallido intento del 30 de abril –que ni siquiera los civiles acudimos a La Carlota–, más los frustrados procesos de diálogo en República Dominicana y Oslo, hicieron mucho daño a la moral opositora y nos hicieron ver que carecíamos de una política que no estuviera supeditada a lo que dijeran nuestros aliados internacionales, especialmente los EEUU.
Por cierto, de eso no se ha hablado mucho, pero allí hubo un fracaso evidente de la política de USA hacia Venezuela, con toda esa pantomima de “todas las opciones están sobre la mesa”, que fue una errática conducción de la política de USA. Ciertamente hubo incompetencia por parte de los líderes y voceros norteamericanos (Trump, Pompeo, Bolton, y Abrams, por solo nombrar a los del Poder Ejecutivo), que llevaron al fracaso la política de Trump hacia el régimen de Venezuela, en la que la oposición se vio arrastrada. Los intentos de negociación en Rep. Dominicana y Oslo, con apoyo de la Unión Europea, fue también una estrategia minada por USA, que se opuso al diálogo, favoreciendo la llamada presión o diplomacia de “micrófono” y la extensión de las sanciones, hasta que finalmente formuló una política similar a la de la oposición democrática –anunciada por Juan Guaidó en enero de 2020– que es la que ahora sigue; pero en ese momento ya estaba muy fortalecido el régimen venezolano o muy desmejorada o desmoralizada la oposición democrática, pues se habían generado unas expectativas que el liderazgo opositor estimuló y no supo conducir, no supo matizar. No es fácil superar más de 40 años de predica antipolítica y antipartidos y esperar de la noche a la mañana tener partidos fuertes y dirigentes políticos sólidos; ya es un logro importante que a pesar de la tarea de zapa se haya logrado una posición que, aunque me hubiera gustado otra, es al menos unitaria.
La única forma de no enfrentarse a escenarios de violencia es con un país unido, decidido al camino de la paz y dispuesto a emprender tareas de transformación económica, política y social de envergadura. Ese es el camino del que esperamos oír propuestas –por parte de la oposición democrática–, además de la declaración formal de algo que ya sabíamos: que no participaremos en el fraude electoral; esperamos que ahora se concrete en propuestas de acción el anuncio retórico de “convocar a todas las fuerzas sociales y políticas del país a la construcción de un nuevo pacto unitario y nueva ofensiva democrática”.
Politólogo
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