Vladislav Inozemtsev*
LA RAZÓN
Dos acontecimientos han dominado la agenda informativa y política de Rusia en agosto, un mes “desdichado” para el país. El 9 de agosto, las elecciones en la vecina república de Bielorrusia las ganó la candidata de la oposición unida, Svetlana Tikhanovskaya, y como el ex presidente Alexander Lukashenko se negó a dejar su puesto se autoproclamó vencedor. Desde hace tres semanas, Bielorrusia se ha convertido en un escenario de protestas que va en aumento.
El 20 de agosto, el crítico más destacado del régimen de Putin, el fundador de la Fundación Anticorrupción, Alexei Navalny, cayó gravemente enfermo a bordo de un avión con destino a Moscú cuando volaba sobre la Siberia occidental, presuntamente envenenado por algún tipo de organofosforados que se utilizaba en el pasado en las operaciones secretas del Kremlin en Europa.
Las elecciones en Bielorrusia y el envenenamiento de Navalny parecen ser temas muy diferentes, pero ambos están relacionados con el temor de Putin a unas elecciones libres y justas.
Bielorrusia, como he argumentado muchas veces, fue durante años un país donde se inventaron e implementaron las tácticas políticas que luego se usaron en Rusia. El surgimiento de una oposición exitosa en Bielorrusia perturba bastante al Kremlin. Además, el caso bielorruso fue único porque todas las figuras influyentes de la oposición fueron encarceladas o expulsadas del país, pero la gente votó en masa por un ama de casa solo por deshacerse del Lukashenko.
En Rusia pasó exactamente lo mismo hace dos años ya que en varias regiones la gente votó por gobernadores sólo porque no pertenecían al partido gobernante, Rusia Unida (uno de estos gobernadores fue arrestado el 9 de julio y su detención provocó las mayores protestas en Rusia en los últimos años).
El liderazgo de Rusia prohíbe una y otra vez que los candidatos de la oposición se postulen a las elecciones. En 2018, Navalny inventó lo que luego se llamó “Smart Voting”: un sitio web que examinaba a los candidatos que ya estaban registrados para cualquier puesto electo por su actitud hacia Estados Unidos y su vinculación con la clase dirigente local. El resultado, el opositor ruso llamó a votar por los candidatos menos asociados a las élites gobernantes, fuera quien fuera. Tras las elecciones locales y regionales programadas para el 13 de septiembre, las visitas al sitio web de “Smart Voting” aumentaron a más del doble.
La verdad incómoda es que el descontento popular no puede contrarrestarse con movimientos puramente administrativos. Si hay un malestar, los poderes públicos deben dirigirse a las fuentes ha generado ese malestar.
Hoy en día es tan descabellado apoyar al Lukashenko en la lucha contra su propio pueblo como intentar matar a Navalny, quien impulsó el voto disidente en Rusia. La primera opción no ayudará a “restablecer la estabilidad” en Bielorrusia; la segunda no evitará que los candidatos del “establishment” pierdan a medida que decaiga el apoyo general a la clase política actual.
No obstante, en el Kremlin nadie tiene en cuenta esto. En estos últimos días se han producido muchas intervenciones de expertos y políticos rusos asegurando que ni la intervención en Bielorrusia ni el envenenamiento de Navalny “están entre los intereses del Kremlin”. Pero, en mi opinión, hemos visto muchas situaciones similares en los últimos tiempos.
Escándalos que han dañado significativamente la posición de Rusia en el mundo pero que no han dejado de producirse. Me refiero a envenenamientos y asesinatos de disidentes tanto dentro como fuera de Rusia, pasando por la interferencia en las elecciones en todo el mundo, hasta intervenciones militares en países extranjeros.
Esto me lleva a la conclusión de que Putin utiliza información contradictoria y, como señaló una vez la canciller Merkel “vive en otro mundo” o está demasiado apegado a su plan personalista al margen de los beneficios del país. Quizás ambos factores estén presentes. En cualquier caso, estoy convencido de que el Kremlin mantendrá este patrón de comportamiento.
En este sentido me parece increíblemente “blanda” la posición de los países occidentales frente al Kremlin. Después del caso Skripal se aplicaron algunas sanciones personales, pero éstas fueron una rara excepción; no se hizo nada tras los asesinatos políticos ocurridos a principios de este año en Viena y Berlín. Después de que el Navalny fuera llevado a Berlín para recibir cuidados intensivos, la canciller Merkel insistió que “Nord Stream 2 debía completarse” ya que “no es apropiado vincular este proyecto operado por empresas con la cuestión de Navalny”.
Si bien Rusia parece el país más peligroso en el uso indirecto de prácticas terroristas, ya nadie habla de incluirlo en la lista oficial de patrocinadores estatales del terrorismo. El presidente Marcon le dijo recientemente al presidente Putin que la intervención de Rusia en Bielorrusia “no sería bienvenida”, pero dudo que tal lenguaje pueda evitar que suceda si el Kremlin decide entrar en el país.
En mi opinión el presidente ruso simplemente está haciendo lo que el mundo le permite hacer, y nada más.
Otro asunto que no debe pasarse por alto es la lógica comercial detrás de la política exterior rusa. Bielorrusia es interesante para Rusia, entre otras cosas, porque el apoyo a Lukashenko puede intercambiarse por activos tangibles allí. El cabildero más fiel de Lukashenko dentro de la élite rusa es, no por casualidad, German Gref, el director ejecutivo del banco más grande de Rusia, Sberbank. Dos de los principales deudores del banco parecen estar muy interesados en los asuntos bielorrusos: uno, Mikhail Gutseriev, fue el único proveedor de petróleo ruso a Minsk en enero y febrero cuando el Kremlin implementó un embargo efectivo para los envíos de energía. Otro, Dimitry Mazepin, propietario de Uralchem Co., sobreendeudado, pidió recientemente la creación del Comité del Salvador para Bielorrusia con el objetivo de crear el gigante conglomerado de fertilizantes Belaruskaliy valorado en 30.000 millones de dólares.
La lucha de Navalny contra la corrupción también atraviesa muchos intereses vitales de los oligarcas y funcionarios rusos, por lo que reiteraría una simple verdad: hay muy pocos intereses políticos en Rusia sin intereses financieros que los respalden.
Rusia en estos días parece ser un estado comercial capturado por su élite de poder y utilizado para hacer frente a sus oponentes políticos, perpetuando la práctica de saqueo de las finanzas públicas y extendiendo su control político sobre los territorios vecinos. Rusia no es un “país normal” y todos los políticos europeos deberían tener esto en cuenta.
*Profesor de Economía, Director del Centro de Estudios Post-Industriales de Moscú, Rusia.
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