lunes, 10 de agosto de 2020

EL RECULE DE RAFAEL SIMÓN JIMÉNEZ

Gonzalo González, autor en EL NACIONAL
        GONZALO GONZÁLEZ

Quienes conocen a Rafael Simón Jiménez saben que de pendejo no tiene un pelo, pasa por sagaz, astuto y conocedor de historia. Su renuncia a la rectoría en el Cne fue precedida, seguramente, por una nueva reflexión sobre los costos y beneficios, para él, de permanecer en el cargo. 
Argumentó cómo causa de renuncia que el ente electoral es una especie de “camisa de fuerza”. Deduce uno que: no encontró eco a sus planteamientos, se dio cuenta de la imposibilidad de maquillar, hacer respetable y creíble el proceso electoral convocado por el régimen para el seis de diciembre próximo. De que todo estaba cocinado y decidido de antemano en otros escenarios y que su rol allí era el de yesman; que de Poder autónomo e independiente nada. 
Lo contradictorio de ese alegato es que ya Jiménez sabía cómo se batía el cobre en todo ese operativo y qué se esperaba de su gestión; esto no es una malvada especulación puesto que él mismo declaró a la prensa que su tarea era materializar los acuerdos de la mesita. ¿Burlador burlado? En tal situación y habiendo fijado, él mismo, enero del 2021 como plazo de su gestión es dable conjeturar la existencia de otras razones para tal recule. La supuesta candidatura a diputado o que su labor estaba concluida parecen más bien recursos para desviar la atención de las verdaderas motivaciones para dejar el pelero. ¿No será que el señor Jiménez se percató de que se estaba convirtiendo en operador y cómplice de un acto contrario a la legalidad vigente y de incurrir en el delito de prevaricación, delito por el cual no sólo sería objeto de rechazo y repudio por la mayoría de sus compatriotas y del mundo democrático?. 
También de incurrir en flagrante contradicción en su autoproclamada condición e intención de defender la libertad, la democracia, la Constitución al ubicarse en la acera de enfrente de las democracias del mundo, haciendo causa común con los regímenes autoritarios del planeta para sostener la dictadura. En fin, de que sus actos generan responsabilidades políticas y legales (algunas imprescriptibles). Eso de oficiar de Pablo Salas Castillo (el Tibisay de Pérez Jiménez en 1952 y 1957) no es, en estos tiempos, ni de cara a la historia algo de lo cual presumir y dejar como legado. Su inopinada salida produce daños ciertos a la credibilidad del proceso electoral de marras; Rafael Simón Jiménez era la única figura de cierta relevancia, volumen político y capacidad de interlocución en ese elenco gris de burócratas, desconocidos y cuestionados algunos en su integridad que conforman el írrito e ilegitimo directorio del Cne. 
Con su espantada pierde Felipe una ficha (aunque seguro será compensado) y la gana Falcón, aunque más bien el secretario general de AP de quien el sustituto es ficha en primer término. La sustitución exprés del renunciante es otro capítulo de la farsa: se continúa burlando la legalidad vigente, se saltaron al suplente (a quien correspondía suplir la vacante) y nombraron Rector a un connotado dirigente de un partido (representante de Avanzada Progresista en el Cne hasta las propias vísperas). En definitiva, esto parece ser otro clavo en el ataúd de un proceso que nació podrido por todas las irregularidades de su origen. Caracas, 10 de agosto de 2020

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