GONZALO GONZÁLEZ
Quienes conocen a Rafael Simón Jiménez
saben que de pendejo no tiene un pelo, pasa
por sagaz, astuto y conocedor de historia. Su
renuncia a la rectoría en el Cne fue
precedida, seguramente, por una nueva
reflexión sobre los costos y beneficios, para
él, de permanecer en el cargo.
Argumentó cómo causa de renuncia que el
ente electoral es una especie de “camisa de
fuerza”. Deduce uno que: no encontró eco a
sus planteamientos, se dio cuenta de la
imposibilidad de maquillar, hacer respetable
y creíble el proceso electoral convocado por
el régimen para el seis de diciembre
próximo. De que todo estaba cocinado y
decidido de antemano en otros escenarios y
que su rol allí era el de yesman; que de
Poder autónomo e independiente nada.
Lo
contradictorio de ese alegato es que ya
Jiménez sabía cómo se batía el cobre en todo
ese operativo y qué se esperaba de su
gestión; esto no es una malvada
especulación puesto que él mismo declaró a
la prensa que su tarea era materializar los
acuerdos de la mesita. ¿Burlador burlado?
En tal situación y habiendo fijado, él mismo,
enero del 2021 como plazo de su gestión es
dable conjeturar la existencia de otras
razones para tal recule. La supuesta
candidatura a diputado o que su labor
estaba concluida parecen más bien recursos
para desviar la atención de las verdaderas
motivaciones para dejar el pelero. ¿No será que el señor Jiménez se percató de
que se estaba convirtiendo en operador y
cómplice de un acto contrario a la legalidad
vigente y de incurrir en el delito de
prevaricación, delito por el cual no sólo sería
objeto de rechazo y repudio por la mayoría
de sus compatriotas y del mundo
democrático?.
También de incurrir en
flagrante contradicción en su
autoproclamada condición e intención de
defender la libertad, la democracia, la
Constitución al ubicarse en la acera de
enfrente de las democracias del mundo,
haciendo causa común con los regímenes
autoritarios del planeta para sostener la
dictadura. En fin, de que sus actos generan
responsabilidades políticas y legales (algunas
imprescriptibles).
Eso de oficiar de Pablo Salas Castillo (el
Tibisay de Pérez Jiménez en 1952 y 1957) no
es, en estos tiempos, ni de cara a la historia
algo de lo cual presumir y dejar como
legado.
Su inopinada salida produce daños ciertos a
la credibilidad del proceso electoral de
marras; Rafael Simón Jiménez era la única
figura de cierta relevancia, volumen político
y capacidad de interlocución en ese elenco
gris de burócratas, desconocidos y
cuestionados algunos en su integridad que
conforman el írrito e ilegitimo directorio del
Cne.
Con su espantada pierde Felipe una
ficha (aunque seguro será compensado) y la
gana Falcón, aunque más bien el secretario
general de AP de quien el sustituto es ficha
en primer término.
La sustitución exprés del renunciante es otro
capítulo de la farsa: se continúa burlando la
legalidad vigente, se saltaron al suplente (a
quien correspondía suplir la vacante) y
nombraron Rector a un connotado dirigente
de un partido (representante de Avanzada
Progresista en el Cne hasta las propias
vísperas).
En definitiva, esto parece ser otro clavo en el
ataúd de un proceso que nació podrido por
todas las irregularidades de su origen.
Caracas, 10 de agosto de 2020
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