domingo, 2 de abril de 2017

EL FORAJIDO SOLITARIO

FERNANDO RODRIGUEZ

EL NACIONAL

Era de esperarse que las resoluciones de la OEA sobre Venezuela, a partir de la impecable solicitud de Almagro de aplicarle la Carta Democrática por sus violaciones contra la esencia misma de la democracia, no llenarían los deseos de quienes nos oponemos a la barbarie del régimen chavista.
No obstante, no habría que menospreciar lo acaecido el martes pasado en la Comisión Permanente del organismo panamericano. A no ser sino por el balsámico placer de ver a la revolución bolivariana, no ha tanto líder del populismo latinoamericano, y allende a ratos, cual pecadora metida en un denigrante cepo, degradación dispuesta por veinte de sus vecinos con la magra oposición de una decena de países más bien pobretones o minúsculos. Con un rocambolesco final en el cual varios embajadores le pidieron enfáticamente buenos modales y compostura diplomática al viceministro Samuel Moncada, so pena de pararse e irse. A pesar de que sus maneras eran realmente mucho más edulcoradas que las de su canciller el día anterior, pero dama al fin…
Todo lo cual es un botón, muy importante por ser la vecindad, de su cada vez más execrada figuración planetaria: “Si sigues así vas a terminar como Venezuela”.
Pero digamos que, además de esa nada piadosa degustación, hay que preguntarse qué va a quedar de ese movido round inicial para la tragedia venezolana. No se ve nada claro, ni siquiera conclusiones hubo a pesar de las denuncias reiteradas y, al parecer –perdonen el tono dubitativo, andamos a oscuras–, ni siquiera quedó muy claro si puede haber una vinculación orgánica con los poco felices mediadores del fallido diálogo, quienes justo ese día asomaron la cabeza, aquí estamos, no nos olviden. O, más precisamente, si resulta posible hacerle a este modificaciones en figuras, tempos y métodos a fin de tener una cosecha menos amarga que la que hasta ahora ha tenido, con todo y sacras bendiciones vaticanas. Hacerlo más riguroso, público, honesto y eficiente. Aunque yo sigo pensando que no es un camino clausurado del todo.
Porque la reacción gubernamental no ha sido ni siquiera medianamente moderada. Como para enmarcar debidamente el evento, ese mismo día los impolutos miembros del TSJ decidieron apalear la inmunidad parlamentaria y dotar a Maduro de descomunales licencias para que quedasen pocas dudas sobre el tópico de la división de poderes y como contrapunto al sonoro acontecimiento internacional (lo de sonoro es por lo que movió en las entrañas gubernamentales, porque casi toda la prensa local lo trató con el entusiasmo de un leve temporal en Ucrania). Y ha llegado a las amenazas de salirse motu proprio del organismo, cual sugerido por los mismos inefables jueces. En todo caso, resulta poco creíble que puedan existir posibilidades para conversar con la OEA de Almagro o simplemente con los miembros traidores a la patria grande y lacayos de Trump que compartieron el juego. (Y eso que hasta hace muy poco al rudo nuevo mandatario americano el gobierno lo ansiaba más dispuesto que el caballero Obama; los populistas suelen tocarse, pero ya terminó por cerrarse esa alocada esperanza).
Sin duda, es muy temprano para sacar conclusiones. Pero al menos es un ejemplo bastante privilegiado de que en política, en lo humano en general, las variables de los fenómenos son demasiadas. Y alguien podría estar celebrando que la llamada presión internacional tuvo, al fin, un momento de verdadero esplendor, que implicó desde el imperial “dueño del circo” a los cultos y prudentes izquierdistas sureños. Otros pueden pronosticar inquietos que, ya con poco entorno con quien compartir y a quien responder, la banda al mando del país forajido no tendrá que mantener los últimos recatos y rendir cuentas molestas y limitativas. Aunque los tiempos globales no sean muy propicios para jugar en solitario, sin bridas y sin estribos, como aquellos de la guerra fría. Cuando la URSS paseaba por el espacio, manejaba muchos rublos para su expansión planetaria y escondía ojivas nucleares.
En todo caso, esa batalla había que darla y hay que continuarla. Nunca resulta más justa aquella simpleza de que la pelea es peleando.

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