domingo, 19 de mayo de 2019


ANDRÉS ELOY BLANCO

CARLOS CANACHE MATA

Este 21 de mayo se cumplieron 64 años del fallecimiento del poeta en su destierro político mexicano, víctima de un accidente aumovilístico. Como escribió Miguel Otero Siva, “desde entonces anda por ahí, vuelto flor de bucare, brizna de hierba o pelusa de algodón, asomado al destino de los niños desnudos que construyen rosas con el barro de los aguaceros, vivo y erguido sobre su muerte como sobre un caballo”. Y junto a su verso, agregaría yo, también anda por ahí, en la tribuna pública, su verbo iluminado de orador esclarecido y de decidido compromiso con la apuesta democrática.

   En días recientes, leí el libro, 321 páginas, titulado “Autobiografía Imaginaria de Andrés Eloy Blanco”, cuyo autor es el escritor Eduardo Morales Gil. Allí se trasciende la frontera del campo literario, para considerar a Andrés Eloy como “un héroe civil de Venezuela” que, en vez de callar cuando la opresión fluía desde el Poder, “optó por el camino del cilicio para luchar por el humilde hombre venezolano desamparado, por su Juan Bimba”. Allí se documenta y comenta la actitud, como poeta y como ciudadano, que asumió durante su tránsito vital.

   Hace unos años, en 1997, el partido en que milito, Acción Democrática, editó un folleto en homenaje a Andrés Eloy, “Discursos de Época”, en cuyo Prólogo, que me tocó escribir, evoqué algunos de sus discursos, remembranzas que de nuevo reproduzco.

    En el discurso que pronunció cuando murió Franklin Delano Roosevelt el 12 de abril de 1945, recordó aquella leyenda imaginada por Selma Lagerlof en la que Jesús, siendo un niño, en sus horas de juego fabricaba pajaritos de barro, y, cuando en una ocasión un muchacho mayor trató de destruírselos, realizó su primer milagro al gritar “¡volad!”, y entonces “volaron los pájaros de barro”. Apoyándose en el simbolismo del relato de la ilustre escritora sueca, Andrés Eloy dijo que Roosevelt, un hombre de calidad humana bondadosa, hubiera preferido, para enfrentar el nazifascismo, en vez de armar una máquina de guerra, intentar una nueva invitación al milagro y gritar:´’¡Volad, catedrales; volad, estatuas mojadas con la sangre inocente; volad, arcos y puentes; volad, frondas de la filosofía; volad, flores de la cultura; volad, columnas, frisos y metopas del clásico, agujas del gótico ferviente, acribillada gracia del Renacimiento; volad, ojos en pasmo de los hijos en tierra; volad, ojos en llanto de las madres en cruz!”. La multitud que lo escuchaba puso una alfombra de interminables aplausos a su esplendente alegoría.

   El 4 de mayo de 1945, Andrés Eloy fue el orador de orden en la sesión solemne del Congreso Nacional en que se rindió homenaje a la memoria del General José Gregorio Monagas. Al presenciar el acto, desde las tribunas, pude ver, con atentos ojos de estudiante de bachillerato, cómo un Parlamento embelesado rompía el silencio expectante con el estallido de reiteradas  ovaciones. Pero la apoteosis se produjo cuando, en un vibrante y largo recuento de las “once campañas y treinta y nueve combates” del General Monagas, el poeta se equivocó al pronunciar el nombre de la Batalla de Bocachica, y se sale de la suerte con el ingenio de una feliz exclamación: “¡Perdonadme, señores, pero la carga es tan cerrada que me viene atropellando las palabras!”. Por varios minutos, un Congreso que le era políticamente adverso, estuvo de pie aclamándole.

   El 20 de mayo de 1955 el exilio político venezolano realizó en la ciudad de México un homenaje al gran conductor democrático Alberto Carnevali, con motivo del segundo aniversario de su muerte. Allí habló Andrés Eloy, fue la última vez que  en su boca de orador egregio floreció un discurso. Evocó la memoria de su insigne compañero de militancia política y destacó los valores de la fe y la disciplina en la lucha que entonces se libraba contra la dictadura, la de Pérez Jiménez, que martirizaba a la patria. Esa noche fue el accidente automovilístico, que lo llevó a la  muerte en la madrugada del día siguiente, 21 de mayo. El poeta español León Felipe exclamó ante su féretro: “¡Aquí no ha muerto nadie…está ahí tendido…pero no está muerto…este poeta sigue hablando y cantando…y si este poeta habla y canta, no está muerto!”.

    Ahora, ante esta otra dictadura, la del falso “socialismo del siglo XXI”, que durante 20 años ha estado agobiando y destruyendo a Venezuela, Andrés Eloy Blanco, desde su inmortalidad, nos pide, al igual que en 1955, fe y disciplina para no cesar en la lucha por el rescate de la democracia y la libertad.

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