ELIAS PINO ITURRIETA
La asociación que se ha hecho de Bolívar con la suerte de los pobres y de los desamparados es habitual. En la mayoría de los trabajos biográficos se insiste en la existencia de un vínculo entre los hechos del Libertador y el destino de los desposeídos de su tiempo. El comandante Hugo Chávez, en su empeño de encontrar fundamentos históricos para su “revolución”, llegó al extremo de afirmar que había sido socialista o precursor del socialismo. En realidad el héroe se interesó por mejorar las condiciones de vida de lo que durante la Colonia se consideró como estamentos inferiores, del conjunto de seres humanos que formaban parte de “las castas y los colores”, condenadas por el antiguo régimen a vivir en los escalones inferiores de la sociedad hasta el fin de los tiempos, pero no traspasó las barreras que el futuro jura que desmanteló. Ahora veremos hasta dónde fue capaz de llegar en uno de los asuntos de mayor trascendencia para el cambio de la sociedad que quería ser republicana desde la perspectiva del pensamiento liberal: la abolición de la esclavitud.
Sobre el punto conviene partir de una carta que envía a Santander en 18 de abril de 1820, capaz de resumir lo que piensa de veras sobre la libertad de un parte de la colectividad que entonces es fundamental para la marcha de la guerra. Dice así:
Es demostrado por las máximas de la política, sacada de los ejemplos de la historia, que todo gobierno libre que comete el absurdo de mantener la esclavitud es castigado por la rebelión, y algunas veces por el exterminio, como en Haití… ¿Qué medio más adecuado ni más legítimo para obtener la libertad que pelear por ella? ¿Será justo que solamente mueran los hombres libres por emancipar a los esclavos? ¿No será útil que estos adquieran sus derechos en el campo de batalla, y que se disminuya su peligroso número por un medio poderoso y legítimo? Hemos visto en Venezuela morir la población libre y quedar la cautiva; no sé si esto es política, pero sé que si en Cundinamarca no empleamos los esclavos sucederá otro tanto.
Extraordinarias afirmaciones, que generalmente no aparecen en las apologías de costumbre. No considera a la esclavitud como un asunto dependiente de los principios de justicia y libertad que entonces suenan en todos los rincones de la sociedad y llenan los documentos de la patria naciente, sino como una operación que traería beneficios a los hombres libres. Reduciría sus sacrificios en el campo de batalla y, de paso y por fortuna, provocaría una disminución de la amenazante población esclava para tranquilidad del resto de la sociedad.
La idea de la guerra entendida como “medio poderoso y legítimo” para la disminución del peligro de la esclavitud predomina en el fragmento. También el entendimiento de la abolición como el arreglo de un problema político, como la alternativa de evitar entuertos serios, pero en ningún momento como el resultado de influencias ilustradas y benevolentes. La guerra puede simplificar el laberinto de los negros ocupando mayores espacios en la colectividad, puede conducir a un desenlace que sería justo para la población libre y blanca que se ha echado sobre los hombros el fardo de la Independencia mientras la servidumbre sobrevive y se multiplica en paz.
Pero no es una idea que brota de su mente cuando las campañas bélicas están en su apogeo y permiten afirmaciones relacionadas con ellas que pueden parecer razonables a un destinatario blanco criollo. El punto de vista ya aparece en 1816, cuando regresa de Haití con el compromiso de librar de cadenas a los negros contraído con el presidente Petión. Veamos cómo escribe al general Marión, representante del mandatario haitiano:
He proclamado la libertad absoluta de los esclavos. ¡La tiranía de los españoles les ha puesto en tal estado de estupidez e imprimido en sus almas tan grande sentimiento de terror, que han perdido hasta el deseo de ser libres! Muchos de ellos han seguido a los españoles o se han embarcado a bordo de los buques ingleses, que los han vendido en las colonias vecinas. Se ha presentado apenas un centenar de ellos.
La república ofrece los frutos de la libertad y los beneficiarios se niegan a recibirla. Es una idea que repite en muchos documentos de importancia, es la referencia a una barrera histórica que derrumbará cuando se convierta en pedagogo de la sociedad, en tutor del “robusto ciego” al que alude en el célebre Discurso de Angostura. Ahora la anuncia, pero también le miente a Marión, porque no es cierto que haya proclamado la “libertad absoluta” de los esclavos.
El 21 de julio de 1816, Bolívar suscribe en el cuartel de Carúpano una disposición de “libertad absoluta “que se basa en “los derechos imprescindibles de la naturaleza”, pero los restringe en el Artículo Tercero del Decreto.
El nuevo ciudadano que rehúse tomar las armas para cumplir con el sagrado deber de defender su libertad, quedará sujeto a la servidumbre, no sólo él, sino también sus hijos menores de catorce años, su mujer y sus padres ancianos.
Otro decreto, suscrito en Villa de Cura el 11 de marzo de 1818, no establece el requisito obligatorio del alistamiento de los negros. Sin embargo, lo relaciona con la alternativa de liquidar el esclavismo.
Artículo 2. Abolida la esclavitud en Venezuela, todos los hombres que antes eran esclavos se presentarán al servicio para defender su libertad.
No estamos ante decisiones definitivas sino ante la concesión de una gracia mediatizada, pues solo se obtiene a través del sacrificio de los interesados.
Partiendo de fuentes como las examinadas resulta inverosímil que se atribuya a Bolívar la abolición de los esclavos, pero ha sucedido hasta el extremo de establecer un vínculo entre el héroe y la democratización de la sociedad, fraguado en el futuro. Ni siquiera se contrastan las afirmaciones con el hecho palmario de que se debe esperar hasta 1854 para que José Gregorio Monagas sea al autor del decreto que liquida en forma perpetua la servidumbre de los negros. Son las cadenas del culto, las coyundas de un hierro que seguramente no romperá el texto que ahora termina.
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