LA CAZA DE LA ASAMBLEA NACIONAL
CARLOS CANACHE MATA
Desde el mismo 6 de diciembre del año 2015,
cuando la eligió una mayoría contundente del electorado, la Asamblea Nacional
(AN) se convirtió en una pieza de cacería para la dictadura que desde hace 20 años impera en Venezuela. Ese
mismo mes se le hurtó el nombramiento que le correspondía hacer, una vez se
instalara, de unos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), y se
anuló la proclamación de los diputados electos por el Estado Amazonas con el
objeto de eliminar la mayoría calificada (112 parlamentarios) que la oposición
había alcanzado en la instancia legislativa. Como la AN juramentó e incorporó a
esos diputados, el TSJ, subordinado al oficialismo, sentenció y declaró en
desacato a la AN, con el consiguiente desconocimiento de todas sus decisiones.
No se puede dejar de mencionar la irrupción armada (marzo y septiembre del 2016
y julio del 2017) de los llamados “colectivos” en la sede de la AN, que dejó un
saldo de varios diputados heridos.
En días pasados, el TSJ y la espuria
Asamblea Nacional Constituyente (ANC), actuando conjuntamente y de manos
entrelazadas, sin respetar el procedimiento pautado por la Constitución,
allanaron la inmunidad parlamentaria (lo que sólo puede hacer la propia AN) del
primer vicepresidente de la AN, Edgar Zambrano, y lo apresaron. Seguidamente,
se aplicó el mismo irregular procedimiento para allanar la inmunidad de diez
diputados, incluyendo al Secretario General de AD, Henry Ramos, y dirigentes de
otros partidos, imputándoseles traición a la patria y otros supuestos delitos.
Ya son 30 los diputados sometidos a medidas inconstitucionales, de los cuales
17 están exiliados, 1 desaparecido (Gilber Caro) y otros están presos o
refugiados en sedes diplomáticas. Se ha violado la Carta Fundamental porque los
diputados en ejercicio sólo pueden ser sometidos a juicios penales si el TSJ
acuerda el antejuicio de mérito (artículo 266, numeral 3) y si la AN allana su
inmunidad (artículo 200). Ésta, la inmunidad, no es una figura jurídica
inventada caprichosamente, sino que busca proteger a los parlamentarios de
enjuiciamientos motivados políticamente y proteger a los electores que los escogieron
como sus representantes ante la AN. Desde la primera Constitución de 1811
(artículo 69), aparece la inmunidad en la historia constitucional de Venezuela.
No cabe duda que la dictadura está
acentuando la represión contra la oposición civil que la adversa y contra el
sector militar en el cual ya no confía, haciéndole sentir a los altos
oficiales, como se ha señalado, “que están vigilados, que saben quiénes y dónde
están aquellos que tienen relación con los dirigentes de la Oposición y con
aquellos ‘militares traidores’ que están en el exterior”. Para sus tenebrosas
actividades persecutorias, la dictadura se vale de sus escuadrones de la
muerte, especialmente de la Fuerza de Acciones Especiales de la Policía
Nacional (FAES) y de los tristemente célebres “colectivos” armados, cuyos
integrantes, a veces encapuchados y en motos, se desplazan tranquila e impunemente, a la vista de todos, por las
calles de ciudades y pueblos,
contando con las ostensibles inacción y complacencia de los cuerpos de
seguridad del Estado, que legalmente son los que tienen el monopolio de las
armas. Con sobrada razón, los países que integran el Grupo de Lima, en reciente
Declaración, “condenan enérgicamente la represión del régimen ilegítimo y
dictatorial de Nicolás Maduro…que se suma a los presuntos crímenes de lesa
humanidad puestos a consideración de la Fiscal de la Corte Penal
Internacional”.
A campo traviesa, la cacería contra la AN truena
más fuerte y dura con los disparos letales a la inmunidad parlamentaria y las
amenazas y expectativas de prisión a varios de sus diputados. El cardenal
Baltazar Porras no se equivocó al decir el pasado día 10 de este mes que “tanto
Chávez como Maduro (sus regímenes) han sido y son un Gobierno de facinerosos”.
Ya antes, la Conferencia Episcopal Venezolana había advertido, en comunicado
público, que “las obligaciones en cuanto al respeto de los derechos civiles y
políticos, como el derecho a la vida y a la integridad personal, el derecho a
manifestar, al debido proceso y a la libre expresión del pensamiento, son
inviolables y que cualquier vulneración a éstos puede derivar en delitos que
son imprescriptibles y no pueden ser justificados por la obediencia debida”.
La voz de la Iglesia es la voz de Dios.
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