DELIRIO SOBRE EL WARAIRA REPANO (del Comandante)
Enrique Viloria Vera
Yo venía envuelto en el manto de Iris, la egipcia no la nuestra,
desde donde paga su tributo el caudaloso Masparro al Dios de las aguas. Había
visitado las encantadas fuentes de La
Habana , y quise subir al atalaya del Universo. Busqué las
huellas de la Harnaeker
y de Dieterich y Ceresole, seguílas audaz, nada me detuvo; llegué a la región
llanera, el vaho sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la
corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las
sienes excelsas del dominador del Waraira Repano. Yo me dije: este manto rojo
de Cilia que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre
regiones infernales como las de Nueva York, ha surcado los ríos de la Plata y los mares chinos y
arábigos, ha subido sobre los hombros gigantescos de los Castro; la tierra se
ha allanado a los pies de Evito y Cristina, y el tiempo no ha podido detener la
marcha de la igualdad. Tibisay ha sido humillada por el resplandor de la Ortega , ¿y no podré yo
trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra el de Mi Comandante
en Jefe? ¡Sí podré! Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido
para mí, el de la revolución cubana que me parecía divino, dejé atrás las
huellas de Zamora y Bolívar, empañando los cristales eternos que circuyen el Waraira
Repano. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al
tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del
abismo que soy yo mismo.
Un delirio febril y rojo embarga para siempre mi mente; me siento
como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios del Marxismo que me
poseía.
De repente se me presenta el Tiempo bajo el semblante venerable de
un viejo cargado con los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo,
rizada la tez, una hoz en la mano… como si fuera el propio Stalin.
«Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del
secreto, mi madre fue la
Eternidad ; los límites de mi imperio los señala el Infinito;
no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muerte ; miro lo pasado,
miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o
viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un
átomo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis
siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad ?
¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo
es menos que un punto a la presencia del Comunismo que es mi hermano».
Sobrecogido de un terror sagrado, « ¿cómo, ¡oh Tiempo! —respondí—
no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a
todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos
porque soy El Líder, Yo domino la tierra con mis botas; llego al Eterno con mis
fusiles; siento las prisiones infernales bullir bajo mis decretos leyes; estoy
mirando junto a mí rutilantes astros del Alba mía, los soles infinitos de
Persia; mido sin asombro el espacio satelital chino que encierra la materia, y
en tu rostro Cipriano, Castro también, leo la Historia de lo pasado y
los pensamientos del Destino que es y seguirá siendo nuestro pasado de
montoneras y corruptelas».
«Observa —me dijo—, aprende, conserva en tu mente lo que has visto
sin entenderlo, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo
físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha
revelado: di la verdad a los hombres porque para eso has sido llamado por el
propio Maisanta».
Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido
sobre aquel extraordinario petróleo que me servía de lecho. En fin, la tremenda
voz de Fidel me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los
pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio, este Socialismo
del Siglo XXI que ni yo mismo entiendo. Espero que la eternidad me ayudé a
entender lo que no pude entre los mortales.
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