domingo, 19 de mayo de 2019

¿EN QUÉ ESTAMOS?

LUIS VICENTE LEÓN

Hemos visto la arremetida del gobierno contra algunos actores clave de la oposición, incluyendo sus representantes más moderados, lo que sin duda busca desmantelar su institucionalidad, representada por la Asamblea Nacional. 

Esta estrategia de radicalización era previsible después de los eventos del 30 de abril, cuando la oposición también decidió jugar duro en la búsqueda de su objetivo de sacar a Maduro del poder. 

Pese a que en esa acción estaban involucrados probablemente algunos militares, la reacción oficial no puede tocar a actores clave en ese sector porque podría alborotar el avispero, por cierto el más peligroso que enfrenta ahora. Pero eso no lo exime de tomar algunas medidas alternativas, concentradas en el sector político civil. No era viable que se quedara quieto después de la sorpresa de la salida de Leopoldo López de su casa. El gobierno decide ladrar y aprovecha el momento en que ya comprobó su lista de alianzas internas militares y piensa que la amenaza americana de intervención sigue siendo todavía una finta de póker. Entonces puede pensar que es momento de desarticular a su adversario y atemorizar al entorno que le ayuda en su estrategia de consolidación. Lo más llamativo es que se han ensañado no sólo contra los líderes más radicales de la oposición sino paradójicamente con los moderados, que tendrían que ser los operadores políticos fundamentales para cualquier solución futura. Si el gobierno logra consolidar esta acción y no hay reacción contundente, interna o internacional, habrá sido exitoso en su estrategia de controlar la gobernabilidad por represión y aunque algunos crean que es insostenible, la evidencia indica que esa posibilidad esta vivita y coleando. 

La pregunta ahora es si esta radicalización oficial permite concluir que están cerradas todas las posibilidades de seguir explorando acuerdos políticos para desanudar el juego. En mi opinión, la respuesta es no. Incluso en las guerras más cruentas se han producido momentos paralelos de negociación y acuerdo, a veces exitosos y a veces decepcionantes. La política nunca es lineal, ni coherente, sino llena de matices. Gobierno y oposición están en este momento en un conflicto de poderes, que es equivalente a una guerra, sin instituciones creíbles que pueden dirimir el conflicto. Y esa guerra no considera quién tiene la razón, ni la legalidad, ni la legitimidad. Quién es el bueno y el malo. Lo relevante es quién es más fuerte o quién tiene la estrategia más eficiente para derrotar al adversario. Pero eso no significa que las negociaciones están muertas definitivamente, sino simplemente nos indica que las partes no están dispuestas a bajar la presión de su lucha, incluso si se producen encuentros directos o indirectos para explorar soluciones, abierta o encubiertas (por cierto la historia indica que sólo las de bajo perfil han sido exitosas). 

Lo que buscan los grupos de soporte internacional es sustituir, aunque sea de manera imperfecta, la inexistencia de instituciones confiables. Y aunque los jugadores estén dándose con todo, en una lucha en la que el gobierno ha logrado preservar el poder, su gobernabilidad está comprometida, la presión internacional es brutal, las sanciones lo ponen nervioso y la situación financiera se hace caótica. Más allá de su capacidad de mantenerse en poder por la fuerza, esta amenazado y en algún momento se dará cuenta que tendrá que negociar. No estoy diciendo que va a pasar ni cuándo, pero si tengo que apostar diría que más y temprano que tarde van a tener que buscar acuerdos básicos y la única manera es que lo hagan en el más bajo perfil. Antes de eso, la información pública es sólo ruido y decepción. 

Luisvleon@gmail.com

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