LUIS VICENTE LEÓN
Hay tres historias desarrollándose en paralelo. La primera se refiere a la radicalización del gobierno luego de los eventos del 30 de abril, con lo que intenta debilitar a la oposición civil, desmembrando la AN y a los grupos de soporte de Guaidó.
La segunda es la radicalización de la oposición, la cual ya no se concentra en su acción de calle, que presenta un desgaste natural, sino en la agudización de las sanciones americanas que están escalando a niveles extremos y que anuncia un deterioro exponencial de la economía y el ingreso este año.
La tercera vertiente se refiere a las negociaciones políticas. El tiempo en conflicto afecta a ambas partes y abre espacios para esta ruta. Es obvio que el gobierno perdió gobernabilidad y no está en capacidad de resolver prácticamente ningún problema relevante del país, más allá de mantener medio prendida la ciudad de Caracas y evitar que se le venga encima la destrucción de la infraestructura. La economía está fuera de control y no hay política económica que pueda rescatar equilibrios básicos. Simplemente se concentra en mantener los repartos de CLAPs, permitir las importaciones privadas, hacerse los locos en la formación de precios internos y conseguir mecanismos de evasión de sanciones con sus principales aliados y asesores especializados. Pero nada evita el deterioro galopante y el empobrecimiento de la población, lo que amenaza conflictividad social futura.
Por su parte, la presión interna en el sector militar parece ser muy importante, pues sobre ellos recae la responsabilidad de mantener al gobierno en el poder, mientras se agudizan las sanciones y amenazas contra ellos y ahora también contra sus familias. El gobierno necesita bajar la presión antes que el sector militar pudiera estar tentado a tomar el poder por su cuenta.
Para la oposición, la presión de negociar también está presente. Si bien sabe que no es una acción popular y que puede ser la fuente de un conflicto interno con los radicales e incluso con algunos moderados, ya empieza a entender que la secuencia de eventos ha mostrado que las expectativas de sacar a Maduro como una respuesta automática a contar con ayuda internacional, un nuevo liderazgo unificado y la mayoría del país apoyándolos, estaban sobredimensionadas. Se necesita mucho más, empezando por una oferta creíble de inclusión de la elite cívico-militar que es poder.
No parece que el sector militar se pueda fracturar internamente, como ha intentado fallidamente la estrategia opositora. Es una institución corporativista y evitará, a toda costa, un conflicto interno que los lleve a la guerra civil. Eso hizo fallar los intentos de usar la ayuda humanitaria y también el treinta de abril como disparador.
Por su parte, se reducen las expectativas de que EEUU intente resolver el problema con acciones militares, generales o quirúrgicas, en el corto plazo. Con esto en la mano, parece que la oposición va reduciendo su idea de que tiene a Maduro a punto de caramelo, lo que genera más apertura para mirar opciones de acuerdos, con apoyo internacional. Este tercer proceso es incipiente y muy tortuoso pero comenzó, sin tener claro dónde y cómo puede terminar.
De estas tres vertientes, los resultados visibles son que el gobierno ha debilitado al equipo opositor y ha perdido miedo a atacarlo, aunque no avanza contra Guaidó en lo personal, quien mantiene altos niveles de soporte y prestigio. EEUU agiganta sus acciones contra Maduro, pero de rebote se incrementa el impacto negativo sobre la vida cotidiana de la población y, finalmente, las negociaciones, lamentablemente expuestas, tienen varios grupos interesados en promoverlas, pero también todos los monstruos desatados para bombardearlas. Así las cosas.
Luisvleon@gmail.com
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