El ausente
Ramón Peña
La Asamblea General de la ONU es el escenario mundial a la medida para cualquier gobernante que desee fanfarronear. Lo han aprovechado, desde Nikita Khruschov, cuando se sacó el zapato y golpeó el estrado, hasta Chávez cuando exorcizó a G. W. Bush, sin olvidar la interminable perorata de Fidel Castro o la dramática intervención del líder palestino Yaser Arafat.
Nuestro usurpador tenía la oportunidad de asistir para denunciar, al mejor estilo cubano, el ”bloqueo” que según él es la causa de todos nuestros padecimientos, pero desistió. Sus motivos tenía: en primer término, sabe que en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que lo investiga por crímenes de lesa humanidad, existe una comisión del organismo que estudia presentar testimonios y evidencias ante la Corte Penal Internacional; segundo, el miedo de alguna acción de la Fiscalía de EE.UU, aunque solo fuese cautelar, sobre él o su cónyuge por sus hijastros acusados de blanqueo de dinero y otros delitos; la denuncia en la Asamblea del Presidente Duque por cobijar terroristas colombianos en Venezuela y, por supuesto, el anunciado repudio y desaire a su presencia por los representantes de los casi sesenta países que desconocen su autoridad.
Quienes lo representaron en la Asamblea, tuvieron como preámbulo las noticias de esta misma semana sobre Venezuela: Human Rights Watch denuncia 18 mil ejecuciones extrajudiciales desde 2016 hasta mayo de este año; Unicef denuncia un millón de niños sin escolaridad; la Sociedad Venezolana de Ingenieros Agrónomos califica la crisis agrícola como la de un país en guerra; los venezolanos emigrados a Colombia ya suman un millón seiscientos mil; arde por desidia en Paraguaná la refinería más importante del país.
Nada de esto lo atormenta, continúa cultivando su adiposidad y su gusto caribeño por la salsa. No puede salir de casa, pero no importa, aquí, como dijo, está “bien seguro” y sigue “durmiendo como un bebé”. Entre bayonetas, por supuesto.
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