POLÌTICA SIN PARTIDOS
TRINO MARQUEZ
Fernando Mires es uno de los intelectuales
más respetados que han acompañado a la oposición democrática venezolana durante
las dos décadas de lucha contra la hegemonía de Hugo Chávez y su fiduciario,
Nicolás Maduro. Siempre polémico y agudo, plantea observaciones críticas cuando
lo considera conveniente. Complacer o acomodarse en una zona de confort no es
su estilo. Polis, su revista digital, aunque aborda diversos temas y presenta
procesos políticos en diferentes regiones del planeta, constituye una
referencia obligada para entender lo que sucede en Venezuela.
En
su trabajo ¿Me permiten un par de objeciones?, Fernando comenta sendos artículos escritos por Simón García, Barbados
con corazón, y por este servidor, Entre el centro político y la firmeza. Si
bien coincide en lo fundamental con lo
planteado por Simón y por mí, señala en tono crítico una debilidad que
le encuentra a mi artículo. Dice Fernando, “¿Qué hacer si ese líder (se refiere
a Guaidó) deja en algún momento de representar los intereses e ideas de la
mayoría de sus seguidores? Márquez no da respuesta a esa pregunta: afirma
simplemente que hay que apoyar al líder sin cuestionar su política”.
Aunque
no creo que Guaidó haya dejado de “representar
los intereses e ideas de la mayoría de sus seguidores”, pues de haber ocurrido
tal cosa, se habría desplomado en las encuestas y sus giras por el país serían
un fracaso, le concedo la razón a Fernando: no cuestiono la política adoptada por Guaidó. Sus
observaciones me sirven para tratar, dentro de los límites de estos pocos
párrafos, el tema que coloca en la agenda.
Creo
que el punto más vulnerable de los dirigentes democráticos en la actualidad, se
halla en la inexistencia o fragilidad extrema de los partidos políticos en los
que militan. La destrucción de esas organizaciones se convirtió en una meta
deliberada del régimen a partir de 1999. Lo primero que hizo Chávez fue
cortarles las fuentes de financiamiento público. Ya las campañas electorales no
serían costeadas con fondos del Estado, como había sido la tradición durante
décadas. Con esta medida las condujo al despeñadero, en la forma de embudo: la
oposición no recibiría fondos provenientes del Tesoro, pero el Psuv tendría
recursos ilimitados; podría disponer del presupuesto nacional para sufragar
todas sus actividades. Asimetría total.
De
allí, Chávez pasó a la demolición de lo que quedaba de AD y Copei. La tarea fue
sencilla. Ya Rafael Caldera y Luis Alfaro
Ucero se habían encargado de minar los cimientos de esas dos organizaciones.
Luego se pasó a la persecución, encarcelamiento, inhabilitación, asesinato y expulsión al
exilio de los líderes de los principales partidos emergentes. El ensañamiento
fue contra Primero Justicia, Voluntad Popular y Un Nuevo Tiempo. Toda
organización que representara un peligro era acorralada. En la actualidad los
partidos políticos son ficciones. De la actividad proselitista tan intensa que hubo en el pasado, apenas
quedan vestigios.
El
dato resulta crucial para entender lo que sucede en la actualidad. La política a partir de la muerte de Juan Vicente Gómez,
especialmente luego del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, estuvo asociada a
organizaciones con un fuerte sello leninista, aunque su orientación doctrinaria
fuese socialdemócrata o socialcristiana. Los partidos tenían una dirección
nacional, direcciones regionales y locales, comités de base. En toda la
estructura organizativa se debatían los lineamientos principales considerados
en la dirección nacional. Cuando era necesario, se convocaban asambleas
nacionales o consejos consultivos. La política económica, los planes de
gobierno, las políticas sectoriales, eran debatidos por esas agrupaciones. En
sus mejores tiempos, los partidos fueron organismos vivos muy dinámicos.
La enorme complejidad
de la sociedad estuvo vinculada, en gran medida, con el ritmo frenético
impuesto por los partidos políticos en numerosos planos. Hasta líderes tan
recios como Rómulo Betancourt tuvieron que acatar decisiones acordadas por sus
partidos, aunque ellos no las compartieran. Al mismísimo Rafael Caldera, Copei
le impuso la candidatura de Eduardo Fernández para las elecciones de 1988. El
programa de modernización de Carlos Andrés Pérez terminó encallando, y el
carismático Presidente al final salió del poder en 1993, porque no logró
convencer a su partido, AD, de las bondades de su propuesta.
Ahora, esos
partidos son un recuerdo del pasado. La antipolítica y el antipartidismo, junto
a los errores cometidos, los pulverizaron. A Guaidó y a los otros dirigentes
democráticos les toca actuar en medio de esta debilidad tan notoria. La
Política la diseñan y ejecutan esos
dirigentes fuera de cuerpos estructurados. Les da un gran peso a la intuición,
a lo que indican las encuestas, a lo que señalan las tendencias en tuiter y en
el resto de las redes. La debilidad organizativa les impone severas
restricciones.
No pretendo
excusar a Guaidó de los errores que comete o pueda cometer. Solo aspiro
comprender el contexto en el que se mueve un líder surgido de forma sorpresiva, que trata de eludir los
obstáculos colocados por el régimen y por núcleos recalcitrantes de un sector al
que cuesta considerar opositor. La Política tendrá que diseñarla y ejecutarla
sin partidos sólidos. Ese es su gran reto.
@trinomarquezc
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