sábado, 7 de septiembre de 2019

Resistencia

Ismael Pérez Vigil

Los términos “resistencia” y “desobediencia civil” usualmente –en Venezuela al menos– se confunden o son considerados equivalentes, aunque describen dos acciones o estrategias muy distintas, y aunque toda “resistencia” implica “desobediencia”, no significa que sean lo mismo. No pretendo hacer una disquisición filosófica, jurídica o política sobre los términos, pero sí ubicar el contexto y hacer una reflexión muy breve al respecto.
Cuando escuchamos la palabra “resistencia”, muchos nos remontamos a lo que hemos leído y visto en películas sobre la heroica resistencia del pueblo francés –y europeo en general– a la ocupación nazi de Francia y Europa, durante la segunda guerra mundial.
Algunos también evocan la “resistencia” de los pueblos europeos al comunismo durante la posguerra, hasta 1990, y otros incluso a la lucha del pueblo surafricano o de Namibia contra el apartheid, aunque estos dos últimos casos, mucho más recientes, se asocian más al concepto de “desobediencia civil”. Es decir, no se trataba de la lucha contra una fuerza de ocupación o invasión, sino de la negativa de los ciudadanos a obedecer o cooperar con quienes imponían un régimen ilegitimo, ilegal, inhumano.
Así, cuando se piensa en “resistencia”, se piensa en una acción política, un ejercicio del derecho a la rebelión, de resistencia a la opresión y con estrategias que pueden implicar violencia, clandestinidad, sobre todo en la lucha contra tiranías y dictaduras; y en Venezuela, se suele asociar el concepto de “resistencia” a lo ocurrido entre 1948 y 1958 contra la penúltima dictadura que tuvimos en el país, la de Marcos Perez Jimenez; es decir, a la lucha contra la usurpación interna del poder, el golpismo y similares, lucha contra un gobierno tiránico, despótico e ilegitimo, como es el caso hoy en día.
El concepto de “resistencia”, en la época actual, concretamente desde finales de los años 60 del pasado siglo, se nutre mucho de los estudios de Michel Foucault sobre los movimientos sociales de esa época y fue derivando hacia el concepto de “desobediencia civil”, asociándose entonces con las ideas de Henry D Thoreau y las experiencias de Gandhi, Martin Luther King y, en alguna medida, Nelson Mandela.
Pero la “desobediencia civil” tiene algunas características que se deben destacar; son actos públicos, políticos, usualmente colectivos, desarrollados a plena conciencia, contra leyes o políticas adoptadas por un gobierno, que persigue fines concretos y quien ejerce la actividad está consciente de los riesgos que corre y está dispuesto a sufrir las consecuencias que su acto acarree.
Difícilmente se puede pedir en Venezuela que se lleven a cabo actos de “desobediencia civil” contra un gobierno, a todas luces ilegitimo, que reconoce públicamente a movimientos asociados con el narcotráfico, la guerrilla y el terrorismo, y que no tiene escrúpulo en usar la fuerza física para reprimir, encarcelar, torturar e incluso –como ha sido el caso– quitar la vida a sus opositores, sería irresponsable inducir en la población actos de “desobediencia civil” que enfrentarían peligrosas consecuencias.
Por ello, en Venezuela, la lucha contra el régimen –que controla el país desde 1999, devenido hoy en ilegitima dictadura–, se debe enfocar como una lucha de “resistencia”, sobre la cual continuaré mis reflexiones, sin pretender marcar ninguna pauta al respecto.
La lucha contra la dictadura en Venezuela la podemos caracterizar como política y como cívica. La política es la que lleva adelante la oposición –toda ella, sin distingos–, agrupada en partidos y en organizaciones no gubernamentales, o de la sociedad civil, altamente politizadas. Estos, los partidos y los políticos, son los que han sufrido los embates más furiosos del régimen y que podemos resumir en más de 500 presos políticos, miles de exilados, diputados a quienes se les ha violado su inmunidad parlamentaria, se les ha apresado, se les ha dictado orden de captura, se les ha obligado a salir al exilio o a mantenerse en la clandestinidad. No cabe duda que, en materia de represión, el vilipendiado sector político, ha llevado la peor parte –en lo personal– en esta lucha política. Desconocer esto o negarlo sería injusto y mezquino.
En cuanto a la “resistencia cívica”, la dividiré en dos partes, una –llamémosla “políticamente activa”, representada en millones de venezolanos, que responde a los llamados del sector político y sale a marchar, a manifestar, a votar cuando es convocada, a protestar en miles de manifestaciones al mes, por los más variados temas. Y otra, “no-activa” –porque no la podemos llamar “inactiva” o “indiferente”–, igualmente constituida por millones de venezolanos: varios millones que se han ido del país y dispersado por el mundo y varios millones más que siguen en el país y a los que no podemos llamar “sobrevivientes”, sino “permanecientes”.
A esos me refería en mi artículo de la semana pasada, en el que no pretendía enmascarar la realidad o darle un halito de normalidad, sino reflejar la situación de aquellos que tratan –con las limitaciones y precauciones del caso– de mantener una vida “normal” en Venezuela; trabajando, estudiando, produciendo… viviendo.
La situación de precariedad, inseguridad, impunidad y violencia que vive el país, todos la conocemos. Por tanto, mi escrito de la semana pasada, reflejando que a pesar de todo hay una Venezuela que vive, no implica que en el país hay “normalidad”, –¡Dios me libre! – pero sí que millones de venezolanos, repito, con las limitaciones y precauciones adecuadas, tratamos de mantener la esperanza de que Venezuela esta aun viva y en lucha contra la tiranía, porque vivir bajo estas condiciones es un acto de “resistencia”.
De lo que se trata –y es la acción que corresponde al sector político, a todos, sean de una u otra corriente, tengan una u otra propuesta de acción– es de enseñar a esa enorme cantidad de venezolanos, de esa oposición que hemos llamado “no-activa”, a que tome conciencia de que su vida misma, es un acto de resistencia en contra de la dictadura.

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