ISMAEL PÉREZ VIGIL
La unidad no es un fetiche al que se adora y rinde culto; es algo vivo y no significa uniformidad; la oposición tampoco debe unirse simplemente para satisfacer los gustos, la incomprensión o la ignorancia de lo que sin duda es muy importante, pero que no deja de ser una entelequia, la llamada “comunidad internacional”.
No se puede pretender que la oposición democrática, compuesta por socialdemócratas, demócrata cristianos, socialistas, liberales, conservadores, ciudadanos organizados e independientes, sindicalistas, empresarios, olviden sus ideologías, intereses y diferencias naturales y presenten una organización única al país. Precisamente durante estos últimos veinte años por lo que hemos luchado es por la libertad, contra los intentos totalitarios y socialistas trasnochados del actual régimen y sus pretensiones hegemónicas. Contra sus intentos de someter a todos al mismo patrón y contra sus intentos de dominar todos los poderes públicos y eliminar el natural y democrático balance entre ellos.
Es claro –o debería serlo– que todos los sectores opositores del país persiguen el mismo objetivo: la imperiosa necesidad de salir cuanto antes de este oprobioso régimen, que ha llevado al país a la ruina y la peor miseria de toda su historia. Pero, como ya he dicho “…la oposición hace tiempo que está dividida en varios sectores y dependiendo del tema del que se elija hablar, se manifestará esa división con más o menos virulencia”. Por ejemplo, si tomamos un tema que está sobre la mesa, el electoral, como vía para salir de la dictadura, nos vamos a encontrar, al menos, cinco sectores diferentes en la oposición política venezolana; veamos rápidamente cuales son esos sectores:
Hay un primer sector, el mayoritario de la oposición, constituido por el llamado Frente Amplio Venezuela Libre, representado también por la mayoría de la Asamblea Nacional y que apoya sin restricciones al presidente Juan Guaidó; ese sector ha planteado la necesidad de una negociación con el régimen para lograr una salida hacia una alternativa democrática, a través de unas elecciones libres.
Hay un segundo sector, que podríamos llamar “oposición minoritaria radical” –a falta de un mejor nombre– que se han deslindado de la “oposición mayoritaria”, que no creen en la negociación con el régimen o en todo caso creen que la única negociación posible es sobre la forma y condiciones para la salida del presidente usurpador, que no creen que sea posible ninguna vía electoral para ello y al parecer solo aceptan una salida mediante una intervención militar externa.
Hay un tercer sector, también minoritario, que se han separado también de la “oposición mayoritaria” y –por lo ya visto– están dispuestos a transar con el régimen cualquier alternativa que conduzca a un proceso electoral, bajo cualesquiera que sean las condiciones; ese sector incluye a los cuatro partidos firmantes del documento del lunes 16/9: MAS, Cambiemos, Soluciones y Avanzada Progresista.
Hay un cuarto sector, también minoritario, que incluye a otros pequeños partidos, grupos y personalidades, que se han diferenciado también de la “oposición mayoritaria” y han manifestado su disposición a una alternativa electoral, sin mayor presión en cuanto a las condiciones; sin embargo, no los incluyo con los cuatro partidos anteriores para evitar cualquier posible confusión, pues algunos de ellos se han deslindado de la firma del documento del 16/9.
Pero hay un quinto sector, el más numeroso, probablemente, no agrupado en partidos ni grupo alguno, que podríamos llamar la “oposición silente” que aparece y desaparece de acuerdo a las circunstancias, unas veces apoyando marchas y manifestaciones de la mayoría opositora, otras veces apoyando procesos electorales o absteniéndose de participar en ellos, incluso en algunas ocasiones apoyando a los candidatos de la dictadura.
Todos esos sectores conviven en un hervidero y no hay tema ni ángulo de discusión que escape a la opinión de cualquiera de ellos. Es algo extraño, no ortodoxo, para la forma habitual de hacer discusión política y de contribuir al proceso de toma de decisiones, pero representa un signo importante de los tiempos que vivimos, tiempos de redes sociales y de incursión activa de la sociedad civil en política. De lo que debe cuidarse la oposición es que la vehemencia y la falta de temor o de “respeto” al régimen, les haga caer ingenuamente en trampas, que los distraigan en escaramuzas entre ellos y dejen de lado los aspectos relevantes.
Desde luego, a nadie se le ocurre pensar que una decisión final de
estrategia será tomada en esas discusiones, como si se tratara de una
asamblea permanente y abierta, la mítica “calle” tomando decisiones
políticas. A los ciudadanos no nos debe importar donde se tome la
decisión final, lo que nos debe importar es que se esté discutiendo, que
se consideren nuestras opiniones como un aporte sustantivo para quienes
deban tomar la decisión y que estos lo hagan en la tranquilidad que les
permita considerar todas las opciones y sopesar la que tiene mayor
consenso. Lo que importa es que nadie se sustraiga de este ambiente de
reflexión y que nadie deje de “registrar”, de tomar en cuenta, cual es
el consenso que se va imponiendo y que va susurrando o gritando su
sabiduría a los actores políticos
La oposición venezolana durante estos últimos cuarenta años se ha
enfrentado a las consecuencias de veinte años anteriores al régimen
actual, de predica inmisericorde en contra de los políticos, los
partidos y las instituciones democráticas y a dos presidentes –durante
el régimen actual– que durante otros veinte años dispusieron de los
recursos del Estado y concentraron el poder político más grande que
ningún presidente electo democráticamente haya tenido en Venezuela y lo
dedicaron a la destrucción de la democracia.
La vilipendiada oposición democrática, sobreponiéndose a los errores
cometidos en los primeros años de este régimen depredador, ha logrado
victorias y acuerdos importantes de los cuales el país ha sido testigo,
especialmente el de la necesidad de salir de esta crisis por mecanismos
constitucionales, aun respetando una Constitución hecha a la medida del
régimen, con la que no estuvimos de acuerdo, a la que nos opusimos y que
el régimen fue el primero en violar.
Hugo Chávez Frías fue electo en un proceso electoral, desarrollado
por una democracia que él no ayudó a construir, sino que intentó
destruir, primero como conspirador y golpista en 1992 y luego como
presidente en ejercicio desde 1999 hasta 2013; su sucesor –designado
primero y usurpador actual– ha continuado esa tarea depredadora. Hoy
pretenden un segundo aire, amparados en el chantaje de la “falta de
unidad”, de la “falta de propuestas” o “la falta de líderes” por parte
de la oposición.
Politólogo
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