Venezuela vive…
Ismael Pérez Vigil
Uno de los temas recurrentes al hablar de Venezuela y su situación, tanto política, como social y económica, es hacer comparaciones, particularmente con Cuba. Desde luego hay semejanzas importantes pero no debemos confundir “tutelaje” y “patronazgo” con similitud, porque aparte de las naturales semejanzas, entre ellas las ideológicas de sus respectivos gobiernos, son muchas las diferencias, que doy por conocidas y no repetiré, pues creo que es mucho lo que se ha hablado sobre ellas.
Entre todas las diferencias hay una en particular que me interesa destacar y sobre la cual el periodista y analista político Pedro Benítez escribió recientemente en un artículo titulado: Juan Guaidó sigue siendo la realidad política que Maduro no ha podido aniquilar (Al Navío, 23 de agosto de 2019).
La esencia del planteamiento de Pedro Benítez –me permito citarlo y resumirlo libremente–, es que hay una diferencia fundamental entre Cuba y Venezuela; en Cuba la oposición fue barrida desde 1961, mientras que, afirma Benítez, “En Venezuela, nunca (ni en el mejor momento de Hugo Chávez) ha dejado de existir una activa oposición”.
Comparto ese planteamiento, el régimen no ha podido acabar con la oposición, a pesar de todos los intentos. Hugo Chávez prácticamente acabo con los partidos políticos al quitarles el financiamiento público –pero ilimitado para el Psuv– y luego los sometió a una sistemática destrucción, empezando por AD y Copei, que ya venían muy deteriorados desde los años 80, tarea que Nicolás Maduro ha continuado con Primero Justicia, Voluntad Popular y un Nuevo Tiempo, ensañándose contra sus organizaciones y dirigentes, acosándolos, apresándolos y obligándolos a ir al exilio.
Esta diferencia no es poca cosa, señala Benítez, pues en los países en los que ha habido una transición exitosa desde dictaduras o gobiernos totalitarios hacia gobiernos democráticos ha sido posible gracias a que en cada uno de esos países había una oposición fuerte, en condiciones de emprender los cambios necesarios, oposición que era un interlocutor con quien hablar y –según Benítez– “Sin ese factor no hubiera habido sanción económica o incluso presión militar que valiera” Esos fueron los casos de Nicaragua, con Violeta Barrios de Chamorro y de Sudáfrica con Nelson Mandela, que son algunos de los ejemplos citados por Pedro Benítez: “…la experiencia indica… que la existencia dentro del país de una oposición activa, más o menos organizada y con una cabeza visible es fundamental para acelerar la transición… Sin eso el apoyo internacional pierde sentido y es preferible llegar a un acuerdo de convivencia abierto o implícito con el autócrata de turno”
En Venezuela tenemos una oposición consolidada, integrada por partidos políticos de diferentes doctrinas e ideologías y un sin número importante de grupos de la sociedad civil y ciudadanos altamente politizados, que el régimen no ha podido doblegar. No siempre esas organizaciones partidistas y de la sociedad civil presentan una cara homogénea y unida; hay disputas evidentes, diferencias notorias en vías y formas de lucha, que son claramente aprovechadas por el régimen, pero hay una finalidad común: la lucha contra la dictadura. En el momento en que se unifiquen en una única ruta o vía –a pesar de algunos extremos radicales, perfectamente prescindibles– estará más cercano y seguro el fin de la tiranía.
Pero esa “diferencia” de la que he venido hablando tiene un significado aún mucho más profundo; y es que Venezuela no está muerta, como piensan algunos en el exterior, entre ellos algunos de los venezolanos que han emigrado. Venezuela está viva.
Es cierto que varios millones de venezolanos se han ido al exterior a buscar nuevas oportunidades. Pero varios millones más permanecemos aquí y muchos no tenemos la intención de irnos, de abandonar el país y dejarlo gratuitamente en manos de la dictadura. Aquí resistimos y tratamos de organizarnos para ser más eficientes en la lucha. Este país es nuestro y una buena parte de los venezolanos nos quedamos para mantenerlo, para rescatarlo, para que vuelva a ser el país del progreso y de las oportunidades que fue en los años 50 y 60, incluso en los 70, del siglo pasado, cuando millones de emigrantes vinieron aquí buscando librarse de persecuciones políticas, hambre o violencia y aquí fueron acogidos, por esta tierra de oportunidad. Aquí se quedaron, formaron familias y muchos aún permanecen, a pesar de las dificultades y las condiciones que todos conocemos. Muchos de sus hijos, con doble nacionalidad, son los que hoy buscan en otros países, algunos en el de sus padres o abuelos, las oportunidades que aquí les ha cerrado la dictadura.
Pero aquí seguimos millones de venezolanos tercamente resistiendo al régimen, permaneciendo a pesar de sus pésimas políticas económicas, luchando contra la inseguridad, la hiperinflación y la escasez de algunas cosas, contra el monopolio del poder por parte de la dictadura, soportando la destrucción de la industria del país y sus principales fuentes de desarrollo económico, defendiendo las instituciones, las universidades y denunciando los abusos de la tiranía. Somos la garantía de que los que se fueron y quieran regresar, puedan continuar aquí sus vidas y ayudarnos a reconstruir el país.
Sí, aquí, millones de venezolanos, vivimos y amamos, trabajamos y producimos; aquí, a pesar de todo y de la precariedad, la inseguridad, la gente invierte, va al mercado, compra y consume, vende, adquiere, remodela y construye casas y viviendas, centros comerciales, vende y compra automóviles nuevos o usados, la gente estudia y se gradúa, se casa y forma hogares, viaja por el país y sale al exterior, se divierte, va a clubes sociales, a conciertos y espectáculos, los que están en Caracas van al Ávila y en el interior organizan paseos a las montañas, a los ríos, van a la playa, toman sus precauciones y salen a cenar, al cine, a bailar, organizan fiestas y reuniones, hay matrimonios, bautizos, primeras comuniones, se celebran cumpleaños y graduaciones, nacen niños, la vida se abre paso y continua, sigue.
Venezuela no está muerta, Venezuela vive.
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