JEAN MANINAT
Nadie más injustamente denostado que esa figura clave de la cultura democrática: el cuadro medio partidista. Constituye -y perdón por tan banal comparación- la armadura ósea del formidable, y usualmente ingrato, esfuerzo por mantener vivo ese mecanismo básico de la sociedad democrática que es el partido político.
Sin ese eslabón -entre las bases y la dirigencia- el ímpetu del llamado a tomar partido por una u otra propuesta política-programática quedaría lost in translation, perdido en el vacío ciudadano de quienes no quieren responsabilidades más allá de las domésticas que les agobian cotidianamente. No hay grandes líderes, sin grandes cuadros intermedios que los interpreten. ¡Qué mejor ejemplo que los doce apóstoles!
¡Ah la disciplina partidista! Ese cilicio para atemperar vanidades, calmar egos alucinados y también… sepultar talentos. Allí sobreviven los cuadros medios, los backbenchers, haciendo su aprendizaje, jugando banco a la espera de ser reclamados a la cancha principal por la fanaticada militante, de que el mero mero de turno repare en ellos, reconozca sus talentos, y pasándoles un brazo afectuoso sobre los hombros les indique el camino que conduce a los altos cargos de dirección.
(¡Ojo! No se trata de hacer un panegírico del cuadro medio en general. Como adorables Gremlins pueden ser terribles, si les moja el agua de una interna partidista. El señero momento en que el compañerito Gonzáles -siempre tan dispuesto él- se convierte en el delegado Gonzáles, según atestigua la credencial que le pende sobre el pecho y lo identifica como el propietario de un voto, el suyo, y posible mediador de otros tantos en su zona de influencia. Entonces, hay que clamar al cielo democrático: Miserere mei, Deus).
Los partidos políticos democráticos son escuelas exigentes, donde se aprende a caminar sobre el agua pisando piedras resbalosas que otros fueron amoldando con la experiencia de sus años de lucha. Por eso “militar” (terrible acepción), es tan oneroso para el individualismo, tan antipático para los espíritus libres. “Quiero aclarar que nunca he militado en un partido político” suelen advertir como quien anuncia una virginidad celosamente guardada para el servicio de una causa mayor.
Los partidos políticos, como los equipos deportivos, tienen sus vestuarios y sus dugout, lugares exclusivos donde se establecen estrategias sobre la marcha del juego, y son de acceso exclusivo para sus miembros. Y ya sabemos que los espacios reservados causan molestia entre quienes no tienen acceso, y se desatan los escozores, el reconcomio; la toxina del antipartidismo empieza a encubar la peste de la antipolítica, y las élites y el “pueblo” comienzan a jugar a la ruleta rusa con las instituciones de la democracia.
Es harto sabido, solo la estructuración de partidos políticos modernos, al día con las nuevas formas de comunicación, en conexión con las aspiraciones ciudadanas, y democráticamente jerarquizados, permitirá que la democracia triunfe sobre sus enemigos (sobre todo aquellos que visten de amigos) y siga siendo el menos malo de los sistemas políticos que se ha dado la humanidad para tramitar sus intereses contrapuestos.
La formación de cuadros medios surgidos de las bases partidistas será fundamental para garantizar la renovación democrática del país. Son su reservorio elemental, y ojalá les abran paso y les den prominencia en el maravilloso esfuerzo ciudadano de hacer política. Los partidos políticos democráticos no dependen de un nombre y un apellido. Son la prolongación de un esfuerzo colectivo histórico.
@jeanmaninat
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