Emilio Nouel V.
Unos viandantes con caras de angustia, temerosos de que los
agarre la noche en la calle porque no termina de aparecer un transporte que los
regrese a casa al final de la tarde, luego de un día de trabajo agotador.
Unas abuelas, o quizás bisabuelas, enredadas ante la caja
registradora de un supermercado cualquiera, contando ceros y sacando cuentas de
un fajo de billetes que cada día valen menos y apenas alcanzan para medio comer.
Unos estudiantes que se duermen, o peor, se desmayan en los
salones de clases porque no pudieron llevarse a la boca siquiera una arepa
rellena de queso blanco rayado o una tacita de café con leche, antes de salir
de casa en la mañana.
Unos trabajadores que almuerzan mangos arrancados de un árbol
cercano, o que con suerte pudieron comprar dos cambures, para luego seguir la
jornada.
Unos jóvenes y adultos escudriñando en los botes de basura de
una avenida o calle de la ciudad, buscando algo que pueda servirles para
aplacar el hambre que vienen arrastrando desde hace varios días.
Crisis de transporte, crisis de hiperinflación, crisis
educativa, crisis alimentaria.
Crisis de los servicios, crisis económico-financiera, crisis
humanitaria, crisis social, crisis moral.
El país es un espacio lleno de zozobra, lamentos, tensiones,
desconsuelos, desesperanza y espanto.
Una Venezuela que nunca conocimos está mostrándose con su
peor rostro por obra y gracia de unos desquiciados.
Los que decidimos resistir quedándonos en nuestro país, unos
porque, a duras penas, tenemos aún con qué hacerlo, y otros porque no les queda
otra, vivimos cotidianamente esa experiencia desoladora que nos golpea
duramente, nos deprime, nos llena de ira, nos desgasta.
Ver a los ojos de esos compatriotas que la están pasando muy
mal por cualquiera de esas situaciones, no es nada fácil, es desgarrador. Mantener la cabeza fría es casi imposible. El
esfuerzo que debemos hacer para sobreponernos y seguir bregando es agotador.
Cualquiera persona con una pizca de sensibilidad no puede mantenerse
al margen, hacerse de la vista gorda, ante tal inaudita calamidad humana.
Estamos de a toque ¡Cuánto llanto hemos ya derramado!
Por los maltratados, vejados y asesinados en manos de la bestialidad
política.
Por los que pasan días sin probar bocado.
Por los que no tienen como trasladarse de un lugar a otro
para cumplir con sus obligaciones laborales o estudiantiles, o resolver un
problema de salud.
Por los niños y adultos que mueren de mengua en hospitales
devastados, o porque no pueden obtener los medicamentos necesarios para su
cura.
Por los padres y abuelos que se han quedado solos a la buena
de Dios porque sus hijos han debido emigrar.
Por esos niños y jóvenes desnutridos a los que les han
pretendido arrebatar el porvenir en su propio país.
Sí, por tales desgracias estamos de a toque, es verdad.
Pero a pesar de esa tragedia, hay un deber moral, del que no
podemos sustraernos. Y es el de sobreponernos, el de no rendirnos ante la
barbarie.
Es muy probable que hoy estemos más cerca de la recuperación de
nuestro país.
No perdamos la esperanza.
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