EL REGRESO DEL DILEMA
José Luis Farías
I.
Hasta finales de agosto de 2019 el régimen estuvo atrapado por el dilema de “resistir o negociar” que con diversos matices expresaba las dos tendencias dominantes a su interior.
Le urgía resolver ese trance, al menos circunstancialmente, sin mayores retrasos para dar orientación clara a seguidores en desbandadas por la crisis económica y cohesionar su dirección política presa del miedo por los avances del movimiento democrático liderado por Juan Guaidó y la Asamblea Nacional.
El balance de ese particular proceso es el centro de las siguientes líneas con el propósito de ayudar a desentrañar por dónde va la estrategia de la dictadura.
II.
La idea de resistir estaba -y sigue estando- sustentada en la convicción de que una vez perdido el poder toda la cúpula usurpadora iría al cadalso o al paredón y que era posible aguantar cualquier embestida de “sanciones” imperialista como lo había hecho Cuba durante sesenta años de “bloqueo”. Un planteamiento radical, estimulado por los intereses económicos de cubanos, rusos, iraníes, Hezbolá y el ELN, bajo la coartada ideológica ora del socialismo ora de la lucha contra el imperialismo, presentado como la única opción y revestido de cierto carácter épico para alentar vanamente un débil respaldo.
Según se dice en los conciliábulos del chavismo, fue Diosdado Cabello, líder de la llamada “derecha endógena”, el principal defensor de esta corriente que pujaba -y puja- por la resistencia y a la cual se adhirieron los principales involucrados en crímenes de lesa humanidad, narcotráfico, terrorismo y corrupción.
La negociación, por su parte, era sostenida por sus partidarios con la certeza de que la revolución estaba acabada y sin forma de recuperarla; o en su defecto, que podría haber una “segunda oportunidad” de regresar al poder como sucedió con el sandinismo encabezado por Daniel Ortega en Nicaragua. A esta idea se suman diversos factores civiles y militares de moral variopinta con el respaldo de factores de la izquierda democrática latin
oamericana expresada por liderazgos como el de Pepe Mujica, López Obrador, Michelle Bachelet y el mismo Lula Da Silva; amén de la presión de familiares, esposas y amantes en donde el miedo a perderlo todo juega un papel decisivo. Un planteamiento del cual se especula, además, que disfrutaba del apoyo de los chinos que habrían presionado a su favor a partir de su evidente separación del régimen.
Héctor Rodríguez, un ex dirigente estudiantil chavista de carrera meteórica en la dictadura, sería el principal promotor de la iniciativa de la negociación apuntalado por algunas “manos peludas” de otros dirigentes civiles expertos en reptar con más cautela por el áspero terreno de la tiranía.
III.
En ambas corrientes, el factor unificador ha sido miedo sin exceptuar ningún dirigente, angustiados todos por los problemas de gobernabilidad que aumentan las tensiones internas, y con plena conciencia de sus culpas por haber hundido el país en este pestilente pantano de horror y vergüenza llamado por ellos jactanciosamente “Socialismo del siglo XXI”.
Mientras que Nicolás Maduro, convertido por su poder en el factor decisivo para inclinar la balanza hacia cualquier lado, apremiado por una decisión que le permitiera preservar el mando, optó por la idea de resistir sin dejar espacio al malabarismo entre una y otra posición puesto que la indefinición pudiera permitir la recuperación de la causa democrática.
La disyuntiva fue resuelta a finales de agosto a favor de la resistencia cuando consideraron que los peligros de un alzamiento militar se habían disipado, tras supuestamente controlar los personajes involucrados en la conspiración del 30 de abril, que la posibilidad de una intervención armada norteamericana no era factible y que la ayuda de rusos, turcos e iraníes era suficiente para burlar las sanciones.
La línea fue radicalizarse y estructurar rápidamente un plan de ataque. Fue así como el endurecimiento produjo la suspensión de las conversaciones de Oslo y Barbados, la convocatoria del Foro de São Paulo, la acentuación de la represión, el montaje del parapeto de la mesita, el inicio de la “operación alacrán”, la estimulación de la diáspora como una forma de difuminar el malestar social y el surfeo sobre los conflictos sociales en Ecuador, Perú, Chile y Colombia presentándose como los promotores de los mismos.
La iniciativa política del movimiento democrático lo había mantenido en ascuas durante los primeros cuatro meses del año. Hasta que el fracaso de los los sucesos del 30 de abril impactó la unidad opositora y las conversaciones de Oslo y Barbados le permitieron ganar tiempo para medir el alcance de los peligros que corrían en su contra. Tocaba ahora recuperar la iniciativa política de la tiranía frente al repliegue de la lucha de calle opositora.
IV.
Sin embargo, resistir a las sanciones significó poner fin al proyecto económico socialista en un tácito reconocimiento del estruendoso fracaso por la dilapidación y robó de más de un billón de dólares por ingreso petrolero para caer progresivamente en las fauces del tan denostado mercado.
La liberalización salvaje de la economía fue la escapatoria, atrás quedaron dieciséis años de control de precios. La progresiva libertad de cambios dejó sin efecto el chantaje de Aristóbulo de “si quitamos el control de cambios nos tumban”. La dolarización informal tomó cuerpo en más de la mitad de las transacciones comerciales.
Los bodegones, el nuevo santuario del consumo, se multiplicaron aprovechando la eliminación de aranceles en detrimento de la industria nacional y favoreciendo solo a un 15% de la población con posibilidad de acceder a ellos.
El monstruoso ajuste, sin las ventajas del crédito internacional para recuperar la economía nacional, remedió parcialmente la escasez de productos pero no detuvo la hiperinflación ni mejoró el consumo. El hambre y la desolación continuaron ensombreciendo la geografía nacional.
Los defensores de la resistencia se impusieron a costa de confirmar el argumento de quienes insistían en que la revolución había fracasado y era menester darle paso a la negociación.
V.
La impresión de haber triunfado con la decisión de resistir obnubiló al régimen y no corrigió las diferencias internas, cada quien siguió por su lado.
La “operación alacrán” resumida en la vulgar compra-venta, chantaje y extorsión de diputados opositores para hacerse de una mayoría en la Asamblea Nacional constituyó el plan de un sector del régimen que dejó por fuera al radicalismo representado por Diosdado Cabello
Las desavenencias derivaron en la torpe acción de militarizar el 5 de enero el Palacio Federal Legislativo en dos cuadras a la redonda por orden de Diosdado, quizás en represalia hacia sus compañeros, impidiendo el paso de la mayoría democrática. Un error sumamente costoso que brindó a Juan Guaidó la oportunidad de oro de aprovecharla con suficiente coraje para liderar una épica jornada de civilismo que culminó con su reelección en la sede del diario El Nacional, mientras el régimen montaba la bufa elección de unos monigotes recién adquiridos.
El reconocimiento internacional a Juan Guaidó no se hizo esperar y el régimen entró de nuevo en la duda de ¿qué hacer?.
La sorpresiva, extensa y exitosa gira de Guaidó por los principales escenarios internacionales de América y Europa, cuyas consecuencias todavía están por verse, han acentuado en el régimen las dudas iniciales surgidas con el fracaso de la infama de intentar montar una nueva junta directiva en la AN con la pandilla de Parra, Brito, Noriega, Duarte, Loaiza y demás representantes de la indignidad y la miseria humana.
El contundente y unánime respaldo del Congreso norteamericano en Miami a Guaidó, con ovación de píe incluida, su reunión en la Casa Blanca con El Presidente y su Secretario de Defensa y sus posteriores encuentros con los representantes de la administración Trump para ultimar detalles han puesto de nuevo al régimen de Maduro a deshojar la margarita entre “resistir o negociar”.
VI.
A las respuestas políticas del régimen en torno al éxito de la gira de Juan Guaidó, que no habían pasado de uno que otro ladrido de Maduro y Diosdado y de las procacidades de Pedro Carreño, se ha sumado la visita del canciller ruso, Serguéi Lavrov, condenando las sanciones de EE.UU y anunciando mayor “cooperación militar” con Venezuela.
La brevísima estadía del ministro ruso no hay que sobrevalorarla más allá de lo que realmente fue. Me explico. Lavrov vino a Venezuela en el marco de una gira que incluyó previamente a Cuba y México, anunciada el 30 de enero por la agencia Rusia Today, cuando todavía nadie sabía que Guaidó recibiría el espaldarazo de Trump y el Congreso de EE.UU y no como una respuesta directa a ese respaldo.
Por supuesto, Lavrov ratificó el apoyo ruso a Maduro y anunció mayor colaboración militar, pero el mismo se inscribe en una estrategia geopolítica mayor, no reducida al apoyo norteamericano a la causa democrática en Venezuela. Aunque también su visita sirvió para poner al descubierto las contradicciones internas del régimen, Diosdado y Padrino quedaron pintados en la pared.
Ciertamente, el caso venezolano se ha internacionalizado y encierra poderosos intereses económicos para los rusos que controlan la mayor parte del alicaído negocio petrolero venezolano, pero el viaje del enviado del Kremlin es una respuesta geopolítica a la reciente gira del jefe de la diplomacia estadounidense, Mike Pompeo, a países de la antigua Unión Soviética: Ucrania, Bielorrusia, Kazajistán y Uzbekistán, según lo reseñará la agencia Sputnik.
No perdamos de vista que en una valoración global de los hechos, el problema venezolano es apenas una pieza más del complejo ajedrez político internacional y no el centro del mismo. A Maduro y su nefasto régimen le toca ponderar todo lo sucedido y a nosotros también.
VII.
Por lo visto, las señales políticas del régimen son todavía muy confusas y contradictorias: los alaridos de Delcy en Barajas, la incorporación de la milicia a la FAN, pechar las compras en dólares e intentar resucitar a la mesita de noche con anuncios de la designación de un nuevo CNE bajo el auspicio de Rodríguez Zapatero, próximo a ser sancionado. Pura paja, por ahora.
El dilema “resistir o negociar” ha renacido, las tensiones internas han cobrado vida sobre todo en el mundo militar en el cual hay muy pocos dispuestos a resistir a la hora del té como se supo en la ya famosa reunión de Maracay.
Todo parece estar sujeto a si hay, o no, una “amenaza creíble” del “imperio” y a un plan de Guaidó que fortalezca la Unidad y haga renacer la esperanza en la calle con una política clara hacia dónde ir.
José Luis Farías
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