ISMAEL PÉREZ VIGIL
He venido alentando una discusión sobre la vía electoral que, en lo
posible, deje atrás los lugares comunes, los argumentos efectistas y las
posiciones tomadas, consciente de que esta última propuesta, lo de
dejar atrás las posiciones tomadas, es no solo imposible sino es
lastimosa y paradójicamente inútil.
Y digo inútil porque sobre el tema las posiciones están tomadas y cada quien defiende y afina sus argumentos. No para convencer a los que tienen una posición diferente, sino para –ese es mi caso, ya lo dije– “la reflexión del ciudadano común, ese que está confundido, desalentado por años de prédica inclemente en contra de la vía electoral y en contra del voto como instrumento, pero que no se quiere entregar ni rendir ante el régimen, que quiere participar con alguna opción que le permita manifestarse y a la vez continuar su vida, que no la tiene nada fácil”.
Aun cuando de manera abierta o soterrada se intensifica la discusión
sobre el tema electoral, es evidente que cada quien parece tener una
posición mineralizada, irreductible e inamovible. Nadie va a convencer
al otro que tenga una posición distinta. Por eso, reitero, los
argumentos no son para convencer a quien tenga una posición diferente,
ya tomada, sino para afinar los argumentos propios frente a terceros y
proporcionarle elementos de reflexión al ciudadano común.
Pero, en cualquier caso la discusión está planteada. Los argumentos
están expuestos y las estrategias se afinan cuidadosamente; y así, en
materia de objetivos, el régimen se plantea claramente la opción de
convocar únicamente elecciones parlamentarias, previstas para este año. y
posiblemente adelantarlas a su conveniencia para apoderarse de la
Asamblea Nacional, única institución democrática que no controla. Aun
cuando la desconozca, la tenga sojuzgada, perseguidos sus diputados y
privada de recursos. Pero la “necesita” para validar tratos y contratos
con sus socios internacionales y –sobre todo– para quitarle a la
oposición esa poderosa bandera de ser la única institución venezolana
reconocida como legitima por la comunidad internacional.
Para lograr este objetivo, despliega su estrategia usual de aplastar y
dividir a la oposición, manteniendo inhabilitados a sus partidos y
líderes, comprando conciencias y diputados y sobre todo con la
intimidación. Desde la amenaza y persecución abierta de sus adversarios,
hasta armas más sutiles como declaraciones de sus partidarios sobre
posibles guerras civiles y particularmente con la desmoralización de la
oposición sembrando dudas, calumnias y sobre todo desalentando la opción
electoral y alentando la abstención. El régimen sabe bien que es un
punto sensible para millones de opositores eso de ir a una adelantada
elección, solamente parlamentaria, y con un CNE “nuevo”, pero designado
por su TSJ. Y el régimen se prepara cuidadosamente para dar ese paso.
En ese juego de la desmoralización, el desaliento y el sutil –y a
veces no tanto– llamado a la abstención, cuenta con el apoyo de sus
cómplices de la Mesa de Diálogo –o “mesita de diálogo”– y los corruptos
“diputados tránsfugas”, como recientemente los llamara Plinio Apuleyo
Mendoza. Sus socios en la Mesa de Diálogo han apoyado la realización
únicamente de elecciones parlamentarias –sus voceros incluso anuncian el
posible adelanto de las mismas–, le han puesto en bandeja de plata la
designación de un CNE por el TSJ y se aprestan gustosos para servirles
de comparsa electoral.
En materia de estrategia opositora, estoy consciente de que quienes
critican a quienes planteamos la vía electoral –habiendo aclarado que no
es cualquier vía electoral o en cualquier condición, sino una posición
política unitaria– esgrimen el argumento de que es una utopía pensar que
un régimen que se ha adueñado del país por la fuerza de las armas. Que
tiene secuestradas sus instituciones –excepto, todavía, la AN– que ha
convertido el país en un punto de tránsito al narcotráfico y el
terrorismo internacional. Que ha saqueado la riqueza del país y
destruido su industria, que vaya a entregar por las “buenas”, por un
resultado electoral desfavorable, toda esa riqueza y poder que ha
acumulado. Sí, ciertamente visto así, suena utópico plantearse la vía
electoral.
Pero en la historia, todas las grandes transformaciones y
revoluciones han sido el producto de un esfuerzo que al principio luce
desproporcionado y utópico. Y en todo caso, tenemos experiencias
históricas recientes de que hay fisuras, intersticios en un sistema que
luce monolítico y que le han permitido a la oposición venezolana ganar
referendos, arrebatar espacios –gobernaciones, alcaldías, etc. – y sobre
todo instituciones importantes como la AN.
Pero es también cierto que algunos de quienes rechazan la vía
electoral no solo niegan la participación electoral, sino que hablan de
modo vago de una solución o salida de “fuerza”, sin que esté muy claro a
que se refieren con eso y por eso dan pie a que muchos piensen en una
intervención externa, militar o no; o hablan de una acción “quirúrgica”,
sin tampoco precisar a qué se refieren con ese término.
Está claro que algunos de los que emplean esos términos en realidad
lo hacen porque eso no tiene ninguna consecuencia política adversa. No
hay problema en decirlo, ese lenguaje tremendista, disfrazado de
radical, es “elegante”, “viste”, hasta queda bien, no se paga ningún
precio político por decir esas cosas; como si se paga un precio y se
expone al escarnio y burla quien plantea la vía electoral; sobre todo
dado el alto grado de escepticismo y desesperanza que se ha sembrado en
gran parte de la población por el insistente bombardeo al que ha estado
sometida con propuestas de abstención, leyendas sobre trampas
electrónicas y consignas como “dictadura no sale con votos”.
Pero si la vía electoral, como política unitaria que proponemos,
según los que la critican es una utopía, no son menos utópicos,
fantasiosos e irrealistas los que hablan o sueñan con una intervención
externa, sea militar o no. Y no son menos fantasiosas, utópicas e
irrealistas algunas otras propuestas que por allí circulan. No solo es
ilusoria una intervención externa, una invasión militar, es también una
ilusión similar, igualmente utópica y fantasiosa lo que otros proponen
de transformar el país de hoy día, creando nuevos valores, una nueva
ética, a partir de la “educación” y las instituciones educativas, sin
aclarar cuantos años, lustros, décadas o centurias tomaría esto. U otros
que plantean una suerte de “negociación” para que el gobierno “entre en
razón” y deje de ser lo que es, un gobierno socialista, ramplón,
ineficiente, corrupto y oprobioso y se convierta en la negación de sí
mismo, una especie de gobierno neo liberal, capitalista, que privatice
empresas, convierta deuda en capital, y modifique su esquema económico
sobre el país. Y así surgen todo tipo de fantasías, porque en definitiva
el papel aguanta todo.
En este orden de ideas, si a los que proponemos la vía electoral se
nos acusa de olvidar y no tomar en cuenta el poderío del régimen que nos
sojuzga los que plantean esas otras vías sufren del mismo mal. De igual
manera, no puedo dejar de mencionar que al pedir y luchar por
condiciones electorales adecuadas no podemos perder la perspectiva y ser
igualmente utópicos poniendo la vara muy alta, elaborando un listado de
condiciones que obviamente no vayamos a poder alcanzar, por no estar en
condiciones de presionar para lograrlas. Creando grandes e incumplibles
expectativas desalentaríamos la participación y podríamos frustrar una
vez más la posibilidad de propinarle una derrota electoral al régimen.
Desde luego no basta participar en el proceso, cubrir una gran
proporción de mesas electorales, lograr observación internacional. Es
preciso contar, sí, con el apoyo internacional, pero también es preciso
que sea una posición unitaria, que se organice a los partidos y sobre
todo al pueblo opositor, para que esté listo y tenga los instrumentos
para defender ese triunfo, con plena conciencia del riesgo personal que
corre en ello y con la clara intención de que un triunfo electoral,
aplastante, puede remover los cimientos de la alianza del régimen y
producir la fractura del estamento militar y de fuerza que lo sostiene,
como ocurrió en Bolivia recientemente.
Pero es mucho lo que aún tenemos que discutir y largo el camino por recorrer.
Politólogo
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