ISMAEL PEREZ VIGIL
Al
escribir estas líneas aún no ha concluido el periplo de Juan Guaidó, que
ya se puede calificar como un rutilante éxito –al menos en lo que se
refiere a terminar de desenmascarar el régimen venezolano– tras ser
reiterado el apoyo internacional que tiene como presidente de la única
institución democrática, legitima e independiente del país: la Asamblea
Nacional, ser reconocida su condición de presidente encargado y lograr
un mayor respaldo y reconocimiento internacional para toda la oposición
venezolana, incluida aquella que lo adversa y que tiene desatada contra
él una verdadera guerra sucia, disfrazada de “critica necesaria”.
Muchos de
estos “críticos” utilizaron sus redes sociales o los espacios radiales,
televisivos o de prensa escrita, nacional e internacional, a los que
tienen acceso, negaron a Guaidó “el pan, la sal y el agua”, apostaron al
fracaso de la gira, sembraron dudas e infundios, o simplemente se
burlaron de los esfuerzos, particularmente por no haber sido recibido
por el presidente de España. Ni que decir todo lo que especularon sobre
su visita a Washington y si habría de ser recibido o no por el
presidente de los Estados Unidos. Tras lo ocurrido el 5 de febrero en el
Congreso norteamericano, solo las mentes mezquinas y pequeñas no ven el
éxito de la gira; y la mezquindad se manifiesta también en aquellos que
la criticaron y ligaron al fracaso y ahora, sin reconocer su
equivocación (en Venezuela nunca, nadie, reconoce sus errores o se
disculpa), aunque sea tardíamente, tratan de “subirse al carro de la
victoria” y arrimar la brasa para su gastada sardina.
Durante estas
semanas hemos visto como arreciaron las críticas negativas a Juan
Guaidó, a la gira como tal, a su gestión durante el 2019 en la
conducción de la política opositora; también hemos visto y oído críticas
a la llamada “oposición oficial” y a la AN por no haber logrado el
objetivo central del cese de este régimen de oprobio. “La crítica
siempre es necesaria”, justifican, aun la negativa, amarga o injusta y
debe ser bienvenida; de acuerdo. Pero una cosa es la crítica y otra muy
distinta es la difamación, el intento de destruir a la persona o su
reputación. Pero ya sabemos que, al parecer, para algunos, solo es
posible crear su espacio político denigrando y destruyendo el de los
demás.
No hablo, en
esta ocasión, de participar o no en las elecciones parlamentarias, –que a
muchos también les suenan fantasiosas, he de reconocerlo– a pesar de
que yo creo que hay que hacerlo, como he dicho, como política opositora
unitaria. A lo que me quiero referir con las propuestas que Juan Guaidó
habrá de formular al regreso de su gira, es a propuestas que vayan en el
sentido de acompañar al pueblo en la búsqueda de una salida a la
miseria en la que vivimos.
Estoy
consciente de que no es este el espacio para delinear estrategias o
tácticas opositoras, pero sí lo es para esbozar algunas ideas y
orientaciones para la reflexión. Aunque es lógico que se aguarde
ansiosamente el regreso de Juan Guaidó, no se debe esperar la llegada de
un mesías, de un iluminado o de un caudillo populista, de la misma
calaña que los que han asolado esta tierra. No esperemos que Juan Guaidó
traiga una especie de bálsamo milagroso o que acuñe un nuevo mantra
para resolver la situación crítica del país. Esperemos más bien el
regreso de un líder político, que tenga la disposición de lo dicho más
arriba, de comprometerse con su pueblo, en acompañar al pueblo, a
encontrar una salida a la profunda crisis económica, social,
–humanitaria, en síntesis–, que todos estamos padeciendo.
Ya es momento
de que se ofrezca algo que nos ha faltado como opositores a este
régimen de oprobio: alternativas viables para la superación de la
penuria económica a la que nos han arrastrado, que van mucho más allá
del cese de la usurpación, aunque obviamente la contienen.
Tenemos
suficientes diagnósticos, estamos conscientes y hemos evaluado, descrito
y denunciado las causas profundas que nos han llevado a la desgracia en
que vivimos: la destrucción de la industria del país, –toda, la
petrolera, la minera y la manufacturera–; y las consecuencias de esto en
la generación del brutal desempleo, en la caída del salario, del
ingreso y el poder de compra de los venezolanos, en la escasez de
alimentos, en el deterioro de los servicios básicos y todas las
innumerables penurias que padecemos y que sería largo y tedioso de
enumerar. La fase de denuncia, siempre necesaria, debe continuar, pero
debe avanzar hacia una fase de propuestas más concretas, pero realistas.
Ya no basta
con decirle al pueblo que la solución es la salida del poder del
usurpador gobernante y la “élite” corrupta que nos mal gobierna; ni
siquiera es suficiente con decir la fórmula que se propone –intervención
externa, militar interna o la vía electoral, la que yo apoyo–; es
necesario producir un discurso, una narrativa, que entusiasme y lleve a
ese pueblo a seguir a los líderes opositores y a comprometerse en la
búsqueda de la solución.
Tampoco creo,
es mi opinión, que esa narrativa se deba centrar en temas como:
corrupción, falta de democracia y libertad, falta de transparencia en la
gestión pública y temas similares, por más que estemos de acuerdo en
que todos esos males son parte de las causas profundas de los problemas
que nos aquejan y sea indispensable encararlos como parte de una
solución definitiva.
Pero, frente a
un pueblo agobiado por lo cotidiano, por buscar ingresos para su
familia, alimentos que poner en la mesa, medicinas; asediado por la
falta seguridad personal y para los suyos, por la falta de gasolina para
desplazarse o de gas para cocinar, por la falta de electricidad y agua;
ante tanta penuria, concreta, que se siente en la piel, hablar de la
falta de transparencia, de democracia o de la corrupción, no creo que
sea la fórmula para lograr el entusiasmo y el acompañamiento popular,
masivo, necesario para la gestión del cambio.
Y creo que
algunas encuestas así lo señalan: que menos del 1% de la población cree
que la corrupción es un problema, mientras que más del 25% y hasta el
30% piensan que la falta de alimentos y la economía sí son los problemas
graves del país.
En otras
palabras, ya es hora de que el discurso opositor, se centre en la
economía y la alimentación, que parecen ser los problemas que más
angustian e interesan a la gente. Y en todo caso, hay que explicar,
ligar, el tema de la corrupción, la falta de la transparencia, e incluso
la falta de democracia, como causas del deterioro económico y demostrar
que son las razones por las cuales no hay recursos para producir e
importar comida, para tener agua, gas y electricidad, que son las cosas
que la gente siente como carencias.
Ese discurso,
debe ir acompañado con alternativas de política y movilización que sean
“asequibles”, posibles, para que la gente se incorpore. Debe ir
acompañado también de una “narrativa”, de una “historia” que explique
cómo los populistas de todo pelaje –como los que nos mal gobiernan– nos
han separado, desviado, conducido con su promesas falsas e inútiles a la
situación en la que nos encontramos. No es tarea fácil. Lo han dicho
muchos y muchas veces, el discurso populista –ese que dice: “tú eres
pobre porque otros, los ricos, los empresarios, te han quitado la
riqueza que es tuya y que tu mereces; pero aquí estoy yo para
restablecerte tus derechos…”–, es un discurso muy poderoso, que tiene
siglos predicándose y diseminándose, mutando como un virus, que resiste y
se adapta, adquiriendo diversas formas según la época.
Por eso, no
podemos esperar que Juan Guaidó llegue con una propuesta como si se
tratara de un milagroso elixir, un nuevo mantra, que al no alcanzar
resultados –pues no hay tal cosa como resultados rápidos y mágicos–, se
convierta en una fraseología hueca, que en poco tiempo tengamos que
estar lamentando. Falta trecho por recorrer y no será fácil, pues son
muchos los errores cometidos. No sigamos cometiendo más, rompamos de una
vez el circulo vicioso –promesas fáciles-dificultades- frustración–.
La solución a la salida de esta dictadura no está a la vuelta de la
esquina. Se trata de encontrarla, es un proceso y se trata de acompañar
al pueblo en ese proceso.
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