El virus autoritario
LLUIS BASSETS
No sabemos todavía a qué nos enfrentamos exactamente. El alcance de
la epidemia es un misterio, originado por la escasa información
disponible. Escasa y poco fiable, como demuestran los cambios de
criterio en la cuantificación de los infectados y las sospechas respecto
a la ocultación del número de casos.
No
hay referencias comparativas válidas. La gripe del SARS en 2003 recortó
el crecimiento chino entre un 1% y un 2% de su PIB, y el mundial, entre
medio y un tercio de punto. China significaba solo el 8% de la economía
mundial, mientras que ahora se acerca al 20%. La cadena productiva ha
quedado interrumpida, sobre todo para las tecnológicas y el automóvil.
Las materias primas, empezando por el petróleo, han visto recortada
súbitamente la demanda. Es brutal el golpe al transporte aéreo y al
turismo. La crisis global está casi asegurada.
Cuenta con el inconveniente adicional de una gestión oscurantista, a
cargo de un régimen autoritario como el chino, que se ofrecía como
modelo alternativo al capitalismo occidental en cuanto a gestión eficaz
de la nueva complejidad, y con un dirigente como Xi Jinping, que ha
concentrado todo el poder, y también toda la responsabilidad, en sus
manos.
El autoritarismo es eficaz para construir hospitales a toda prisa o
confinar a millones de personas en sus casas y ciudades, como está
sucediendo en China, pero sirve de poco en un mundo globalizado con
ciudadanos conectados a través de las redes sociales. Ni siquiera cuando
la gestión de la crisis corre a cargo de un régimen que dedica ingentes
recursos a la censura y al control.
Sin transparencia no hay confianza, y sin confianza es muy difícil
gestionar una crisis originada en el contagio de una enfermedad, desde
el nivel local hasta el global, en el que se implican Gobiernos,
opiniones públicas e instituciones internacionales. Surgen entonces los
rumores infundados, las teorías de la conspiración, la xenofobia y la
epidemia del miedo, agentes excelentes para dramatizar y agravar
cualquier peste.
El peor virus es el del autoritarismo. Cuando infecta a una sociedad
paraliza a los responsables locales, como ha sucedido en Wuhan. El temor
reverencial al más poderoso impide reaccionar a tiempo y con
transparencia, y convierte a los subordinados en los chivos expiatorios
que recibirán el castigo por los pecados de los máximos jerarcas. Solo
hay una vacuna ante la acción redoblada de ese virus. Se llama
democracia.
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