sábado, 1 de febrero de 2020

PARÁSITOS





JEAN MANINAT







La extraordinaria película de Bong Joon-ho, Parásitos, podría ser ligeramente encasillada como eso que alguna vez se denominó cine comprometido en contra de la injusticia social. Las bazofias que se armaron bajo esa denominación de origen controlado desaparecieron de la memoria cinéfila y probablemente su recuerdo solo perviva en las mentes afiebradas que amueblan el Foro de Sao Paulo.

La del realizador surcoreano es una exquisita parodia de las diferencias sociales, de la desigualdad que es la nueva contraseña para explicar la malaise que recorre los subterráneos de países desarrollados o con altas posibilidades de serlo. Si denuncia social hubiese, estaría más cerca del Chaplin engolosinado con un zapato en La quimera del oro que de cualquier otra pamplinada con mensaje social fabricada en los setentas.

Los de abajo no son seres buenos, pobres que serán redimidos eventualmente con un puesto en la mesa del Señor por haber llevado con resignación y agradecimiento sus estrecheces en este valle de lágrimas. Los de arriba no son seres malos, llenos de codicia y desprecio hacia quienes no son sus pares. Son sí de una frivolidad ingenua, poseedores de una vida etérea en la que no parecen caminar sino levitar.

La familia de desahuciados sociales -los Kim- es una tribu de bribones casi infantiles que fabrica, como si de un divertimento se tratase, una estratagema para insertarse en el mundo de la rica familia Park y compartir las migajas que su prosperidad de jóvenes y exitosos burgueses deja caer con descuido. No hay conciencia de clase, ni odio de clase, como en los personajes de Malraux, solo un resentimiento con su propia situación social que les impide -pese a sus evidentes habilidades- acceder a una vida más o menos digna. Un desencuentro con el tufo que su inopia destila.

(Tal como comentara César Miguel Rondón, hay dos tramas que se van desplegando como un telescopio y terminan entreverándose. El desopilante encuentro final de las dos familias -estamos rozando el spoiler- tiene un aire “Tarantinesco” en clave de drama griego).

No hay moralismo, ni sociología bondadosa (miren que mal lo pasan los que la pasan mal, miren los riesgos que conlleva ser prósperos y pasarla bien), no hay venganza justiciera y esa es la fuerza devastadora de esta obra de arte. Alejada del panfleto social, nos remece con el descarnado retrato que hace de la condición humana -más allá de las clases sociales- y de los míseros recovecos que cuartean la realidad de los países prósperos y son el caldo de cultivo de charlatanes de izquierda y populistas de toda laya.

Si tiene chance de verla deje en el perchero la conciencia de clase y prepárese para ver un desgarrador relato de la condición humana.

@jeanmaninat

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