LIBIA A LA VISTA
RAMON PEÑA
De contar el país con un gobierno legítimo e institucionalista, lo que hoy acontece en Apure seguramente sería objeto de acciones coordinadas de los Estados de Venezuela y Colombia, frente a las organizaciones forajidas que asuelan a ambos países. Lamentablemente, no solo no es así, sino que el régimen venezolano aparece como una facción más en la contienda, de la que son víctimas de muerte y desplazamiento pobladores inocentes del lado acá de nuestras fronteras.
Hechos igualmente graves suceden en el Estado Bolívar donde, en un reinado de violencia e impunidad, bandas extranjeras participan de un caótico botín minero a la vista de autoridades, indiferentes o cómplices, que no llevan cuenta de homicidios ni de irreparables desmanes contra el ambiente. Focos de esas variantes delictivas actúan también libremente en otros estados de Oriente y Occidente de nuestro territorio. En la propia capital, los caraqueños vemos cómo ha emergido el imperio de colectivos trasuntos en autoridad y megabandas, derivadas del dislate de supuestas “zonas de paz,” que desafían, arrinconan y hasta se mofan de las fuerzas del orden público.
Involuntariamente, el observar cómo esta violencia se instala y se extiende como una marea sobre todo el territorio, nos lleva a través del océano hasta Libia, para contemplar el grado de disolución que puede alcanzar una nación. En ese país, rico en hidrocarburos como el nuestro, se desmembró la autoridad de gobierno y el control estatal, hasta terminar convertido en territorio sin ley al arbitrio de bandas y milicias de toda especie. La paz y el orden saltaron hechos añicos, hoy no se sabe quien efectivamente gobierna la nación y está muerto para sus ciudadanos todo sueño de educación, asistencia sanitaria, seguridad y nivel de vida digno…
Ciertamente, es distinta la historia de los dos países, pero advirtamos un estado de cosas al cual se puede llegar por diferentes vías. Ojalá actuemos a tiempo.
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