EL CAMARADA STALIN EN LA CALLE DE ALCALA
KARL KRISPIN
EL NACIONAL
Reabierto el Colegio Humboldt en los años cincuenta en su actual sede al pie del Ávila, un empleado alemán con precarios conocimientos del idioma castellano se encontró con que unos vándalos habían pintado una esvástica en una pared aledaña a la institución. Buscó pintura para cubrirla, pero al momento de querer hacerlo tuvo la mala suerte de que una patrulla de la policía lo vio con la brocha en la mano, y como no podía hacerse entender, se lo llevaron detenido creyéndolo el autor de la fechoría. En la República Federal de Alemania, que ha admitido como ninguna otra nación en el mundo los desmanes cometidos por su Estado, cualquier defensa o revisionismo de esa época vil, equivale a una condena de prisión. Hace unos años un embajador alemán en Venezuela fue personalmente a la casa de unos descendientes de alemanes perseguidos durante el nazismo por su condición de judíos, para entregarle los pasaportes que le acreditaban su ciudadanía y para pedirles perdón en nombre del pueblo alemán. Así debe ser la lucha contra los totalitarismos: sin tregua y con los textos frescos de la historia para nunca olvidar. La ventaja de estudiar recurrentemente los hechos del pasado nos lleva a contar con un inventario didáctico para ir contemplando lo que de ruin y luminoso tuvo lo que nos ha precedido y sacar conclusiones aleccionadoras para el presente. A nadie, como no sea un neo punk de las tribus nihilistas, se le ocurre exaltar la simbología fascista, pero cualquier globalizado puede llegar a una elegante tienda de objetos de diseño en Londres o Nueva York, y adquirir un póster del camarada Mao aleccionando a sus esclavos en la época de su Gran Salto Adelante cuando mató de hambre a millones de seres humanos. También este turista accidental por los recovecos de la izquierda no tendrá restricción alguna en hacerse de una foto enmarcada del sátrapa Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, para ponerla en el centro de su casa y que combine con un bouquet de flores, y la memorabilia marxista le garantizará adquirir un tapiz azerbaiyano del padrecito Stalin iluminado con la aureola laica del catecismo colectivista, o el de una bucólica escena de una granja en Ucrania con los segadores de trigo, eternizados por el realismo socialista. Sin mencionar a todo el ñangarismo que exhibe a Ernesto Guevara en una franela, o que todavía hiperventila hablando de Fidel con una vibrante excitación entre lo sexual y religioso.
En una entrevista reciente a un poeta del patio, señalaba que “esto era lo más parecido al fascismo que hemos vivido”. Y es que los que no han dejado de ser de izquierda, o de una izquierda de clóset, nunca van a encarar el profundo fracaso del socialismo y el modo como tritura la libertad. La izquierda en todas sus salsas, hasta el inofensivo ragú socialdemócrata, se anda con esos pruritos donde prefiere arremeter con el viejo y decolorado carné del partido del pueblo, buscando y señalando fascistas, a acusar a sus ídolos originales con pies de barro. Todos por igual salivan de emoción al bajar el pulgar frente a la arremetida de esa invención publicitaria que llaman “neoliberalismo”. Simplemente, el estatismo sigue vivito y coleando, con su inmenso temor a que se desborde la libertad. Stalin y Mao han sido los más grandes genocidas de la historia y sigue siendo despreciable el celestinazgo con estos personajes que merecen campañas mundiales para erradicar la sombra que todavía proyectan sobre sus sociedades que no han sido capaces de arrancarlos del alma colectiva. El mismo Lenin fue un homicida a quien no le importó que luego del atentado en su contra en 1918, sus checas ejecutaran a más de 2.700 personas en Moscú en aplicación del «terror masivo y despiadado contra todos los enemigos de la revolución», siguiendo los métodos de la investigación bolchevique de un balazo en medio de la cabeza. Basta citar una frase del propio Vladimir Ulianov de 1918: «Mientras no usemos el terror contra los especuladores, matándolos en el acto, nada sucederá», lo cual se extiende a todos los enemigos del pueblo. Quien aleccionó a Stalin, no fue otro que Lenin, pero en honor al padrecito hay que decir que lo superó en secuestros, torturas, asesinatos, purgas, deportaciones, y creación de hambrunas selectivas como la que aplicó con Ucrania, el espantoso Holomodor que promovió hasta el canibalismo. Trotsky fue otro matarife que utilizó la Guardia Roja para ejecutar a todo disidente. El comisario de la revolución permanente que terminó pioleteado en Coyoacán por un enviado de su antiguo camarada Stalin, era partidario de diezmar las unidades rebeldes en el Ejército Rojo, así como de acabar con la vida de los contrarrevolucionarios y sus familias. Por eso resulta cuando menos paradójico que estos personajes sigan con una vida intelectual sostenidos por aquellos que reescriben sus biografías para las nuevas aplicaciones del socialismo. De hecho, cuando la Conferencia Episcopal Venezolana preguntó con extrañeza qué era aquello del socialismo del siglo XXI, el entonces presidente de Venezuela les recomendó leer a Marx, a Lenin, a Trotski.
A veces hay que preguntarse si los pueblos aprenden y si las lecciones del pasado pueden servir de algo, o si se escarmienta en cabeza ajena. Allí está el preocupante caso del balotaje peruano donde el senderista Pedro Castillo, inspirado por las máximas de José Carlos Mariátegui y sus “luminarias trincheras de combate” viene enseñoreándose en las encuestas de voto. Hace escasos días, el 14 de abril, desfilaron por las calles de Madrid, gigantescos retratos de Marx, de Engels, de Lenin y de Stalin. La marcha convocada por el partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista) y Frente Obrero, entonó el himno de la Internacional Comunista y airearon la bandera roja de la hoz y el martillo. No fue Unidas Podemos, pero sí un pariente carnal. El coletas tiene su método, más astuto y prudente, pero que se dirige a lo mismo. El franquiciado en España, Pablo Iglesias, ha pontificado y exaltado en repetidas ocasiones acerca de la genialidad de Lenin, al tiempo que nunca ha ocultado su filiación totalitaria. En 2017, junto al exvicepresidente de Evo, Álvaro García Linera, declaró que: «El genio bolchevique es el mejor legado de la Revolución para trabajar en favor de los de abajo». Ese día procuró otras frases para la agenda revolucionaria: «No solo son capaces de alentar una insurrección. Además, son capaces de producir orden. Esto tiene muchísimas expresiones históricas, de esa capacidad de lectura de las puertas que abre la historia. El genio bolchevique es esa llave que abre puertas que parecían cerradas». De modo que Vladimir y su aventajado sucesor. Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin, son parte del manojo que cuelga en el llavero de este apparatchik de la violencia. Los partidarios de Iglesias demostraron lujosamente esta violencia en los sucesos recientes de Vallecas. Este estalinista de uña en el rabo quiere hacerse de la presidencia de la Comunidad de Madrid. Si los madrileños se lo permiten, será la primera estación de metástasis en su escalada de destrucción que no se detendrá. No hay que subestimarlo porque los socialistas saben esperar, han hecho de la paciencia con el tiempo su mejor destreza, para la hora en que llegue la oportunidad de dinamitar completamente las estructuras sociales. Dos mujeres extraordinarias y ejemplares sabrán atajarlo en el presente y en el futuro. Para las calendas de hoy, la valiente, decidida y eficiente Isabel Díaz Ayuso está de pie para que el 4 de mayo no permita que el pudridero se apropie de la Villa de Madrid. La segunda, a quien estoy seguro de que el porvenir le tiene asegurado un inmejorable destino, es la activista de mayores condiciones políticas e intelectuales que tiene España, Cayetana Álvarez de Toledo. Además de ostentar un doctorado en historia por la Universidad de Oxford, (alumna y tutorada del hispanista sir John H. Elliot), hacía tiempo que no aparecía en el mundo de los partidos españoles alguien con la claridad, la formación y las ideas que sostiene. Leer cualquiera de sus artículos es deleitarse con alguien que no es una simple articulista, sino una ensayista de frases contundentes, elegantes y tremendas, reclutadas de un conocimiento firme del acervo de la civilización, que sabe que la batalla para la supervivencia de los valores occidentales es inaplazable. Hay que implorar porque estas dirigentes, defensoras de la libertad y la economía de mercado, se hagan del PP, un partido dirigido por un niñato timorato y pusilánime que carece de estamina por sus narrativas indecisas. Entre Ayuso y Cayetana están las claves para derrotar a los enemigos de España y Occidente, que ahora desfilan con total desprecio por la historia, sobre la emblemática calle de Alcalá.
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