EL REGRESO DE LA BOTA MILTAR
TULIO HERNANDEZ
LA GRAN ALDEA
A finales del siglo XX una buena parte del planeta, al menos de Occidente, derrochaba entusiasmo. La caída del Muro de Berlín y del bloque comunista que reinaba en una buena parte de Europa Oriental nos hizo creer que el mundo avanzaba rápida e inexorablemente hacia una vida más civilizada y democrática.
Y el hecho de que en América Latina estaban desapareciendo las dictaduras militares y hasta en Bolivia, Nicaragua y Paraguay -escenarios de largas sagas dictatoriales-, había gobiernos electos democráticamente, nos creaba la ilusión de que a esta región del mundo, productora de sátrapas, tiranos y militares dictadores que podían durar hasta medio siglo en el poder, por fin llegaría la democracia plena.
Pero no ocurrió así. No en Europa y Asia. Ni en África. Tampoco por supuesto en América Latina. Han transcurrido dos décadas del siglo XXI y el balance es que en todas partes hemos involucionado, que en asuntos de democracia hay una regresión, y en el terreno de los autoritarismos una nueva expansión.
“Muchas jugadas recientes son cada vez más peligrosas pruebas del nuevo poderío militar en el destino de las democracias más frágiles y las naciones más pobres”
Los gobiernos comunistas no terminaron de derrumbarse. Cuba sigue con vida, con respiración artificial es cierto, pero aún respira. China, aunque sea un nuevo capitalismo salvaje, sigue sólida como sociedad de partido único. Corea del Norte sobrevive a cualquier amenaza internacional como un totalitarismo robótico. Y, de otra parte, la teocracia iraní no ha retrocedido un paso en su amenaza medieval de mantener unidos poder político y religión. Y desde 2016, Erdogan dirige una dictadura en Turquía.
Y, lo que es peor aún, en esta apertura del siglo XXI los militares vuelven a mostrar sus botas que pueden aplastar lo que se les atraviese. En Birmania, que ahora se llama Myanmar, volvieron al poder. Dieron un golpe de Estado, y ahora asesinan a mansalva a disidentes que les pase por delante.
En Venezuela son quienes en realidad gobiernan. Y se permiten el lujo de tener negocios ilícitos como el tráfico de drogas, armas, órganos y personas, sin que nada ni nadie les pida cuentas. Son como unos reyezuelos. Intocables.
Pero también hay formas de regresión autoritaria comandada por civiles sin ningún pasado militar. Es el caso de Donald Trump en los Estados Unidos quien, aferrado como un dictador bananero al poder, intentó desconocer los resultados electorales y auspició un bochornoso acto de violencia en el Parlamento en Washington, el corazón sagrado de la institucionalidad democrática estadounidense.
Hay otras amenazas impredecibles, también civiles. Como la de Gustavo Petro en Colombia, a quien muchos de su compatriotas de centro y de derecha (a falta de nuevas coordenadas hay que usar las viejas) perciben como una reencarnación local del castrochavismo y, sin embargo, en las encuestas recientes aparece como la primera opción para los electores.
“La nueva versión de la Guerra Fría que ahora ocurre es entre capitalismo salvaje con gobiernos autocráticos y capitalismo occidental con gobiernos democráticos”
O los dos extremos de España -la alianza del PSOE con Podemos, la franquicia chavista ibérica, y la emergencia cada vez más influyente de Vox, el movimiento de ultraderecha radical -que polarizan posiciones encontradas que trasladan al siglo XXI los fantasmas de la guerra civil del XX.
No se trata ya de una crisis coyuntural. El avance totalitario forma parte del nuevo escenario geopolítico mundial. Porque el fenómeno neo autoritario y neo totalitario tiene un gran aliado en el bloque conocido como Eurasia. El nuevo adversario del capitalismo y las democracias occidentales. La nueva versión de la Guerra Fría que ahora ocurre no entre comunismo y capitalismo, sino entre capitalismo salvaje con gobiernos autocráticos y capitalismo occidental con gobiernos democráticos.
Al menos para la supervivencia del régimen de facto dirigido por Nicolás Maduro, Eurasia ha sido definitiva. Sin el dinero y la tecnología china, el apoyo militar ruso, los envíos de petróleo iraní, el apoyo alimentario de Turquía, seguramente la dictadura venezolana no hubiese logrado sobrevivir.
Claro que también han sido decisivos el papel de la inteligencia policial cubana, y los refuerzos de las FARC y el ELN, los grupos guerrilleros colombianos protegidos por el poderío chavista. Pero ninguno de ellos le ha dado tanta fortaleza al régimen de facto como el apoyo de Eurasia.
Y también han jugado a su favor gobiernos doble moral, como el de AMLO y Morena en México, que atrapados aún por la mitología anti-norteamericana y pro-castrista de la Guerra Fría, practican una solidaridad mecánica con el chavismo no importa cuánto violen los Derechos Humanos y las libertades democráticas. Al final, hay que recordarlo, el chauvinismo a lo mero macho de AMLO es heredero del nacionalismo del PRI que, como lo denominó sabiamente Vargas Llosa, era la dictadura perfecta.
Lo mismo que sucede con el regreso al poder de partidos de la “ola rosada” como el MAS en Bolivia; y el peronismo kirchneriano en Argentina, cuyos jefes políticos desde la ambigüedad ética más esencial fracturan organizaciones internacionales como el Grupo de Lima, que defienden el retorno de Venezuela a la democracia.
Vivimos en un mundo del desencanto. La noción de progreso indetenible se acabó. El futuro es opaco y el presente gris. La mesa está servida para que regresen versiones nuevas del nazismo y el comunismo, los dos fenómenos totalitarios del siglo XX ahora impulsados por líderes populistas, no importa si de derecha o de izquierda.
George Orwell con 1984 dibujó las distopías del siglo XX. Margaret Atwood ha dibujado en El cuento de la criada la del siglo XXI. Pero los venezolanos nos adelantamos en el tiempo y ya hemos vivido en carne propia las dos.
“George Orwell con ‘1984’ dibujó las distopías del siglo XX. Margaret Atwood en ‘El cuento de la criada’ la del siglo XXI”
Muchas jugadas recientes son cada vez más peligrosas pruebas del nuevo poderío militar en el destino de las democracias más frágiles y las naciones más pobres. Un ejemplo claro son los juegos de guerra que han protagonizado las Fuerzas Armadas venezolanas en la frontera sur con Colombia, poniendo nuestro Ejército al servicio de un conflicto interno de los irregulares colombianos.
También la renuncia del Alto Mando Militar del Brasil, haciendo gala de su poder para intentar hacer corregir las políticas públicas de Bolsonaro. El mismo poderío que exhibieron años atrás los milicos hondureños cuando sacaron en pijamas del poder a Zelaya.
Pero lo peor de todo es la masacre que producen los militares asesinos de Birmania, un país donde paradójicamente los monjes budistas son admirados por la población y hay grandes centros donde pasan los días meditando desde la madrugada, esperando la iluminación eterna que hará de sus vidas un acto de sabiduría interior.
Margaret Atwood sabe de lo que habla. Por eso alguna vez escribió:
“Todo país, al igual que toda persona, alberga un yo noble ese que le gustaría creer que es. Y un yo cotidiano: ese yo ni bueno ni malo que le permite sobrellevar las semanas de rutina cuando todo transcurre sin contratiempos. Pero también un tercer yo oculto mucho menos virtuoso capaz de saltar en momentos de rabia y cometer atrocidades”.
El tercer yo, el menos virtuoso, ataca de nuevo al planeta entero. Como el Covid-19. Hay que frenarlo, no queda duda. Pude ser de izquierda o de derecha, para seguir las viejas coordenadas. Da igual. Solo comete atrocidades.
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