Salario insignificante
Trino Márquez
El asesinato del bolívar perpetrado
por el gobierno de Nicolás Maduro produjo la extinción del salario mínimo, del
salario promedio y, en general, de los
ingresos de todas las personas que mantienen una relación laboral con un
patrono. El bolívar desapareció como medio de ahorro y lo está haciendo como
medio de pago. Nadie quiere una moneda que se deshace en los bolsillos.
Casi
cuatro años de hiperinflación y dolarización salvaje, no podían sino producir
ese efecto catastrófico para los asalariados. La canasta básica de alimentos,
bienes y servicios esenciales para una familia tipo de cuatro personas, según
el Cendas, andaba en marzo pasado por la
astronómica cifra de Bs. 629.228.835; es decir, $406. De este volumen,
alrededor de 50% debe ser destinado a la alimentación. Al contrastar esta cifra
con el salario mínimo observamos que la
brecha es gigantesca. El salario básico se encuentra muy lejos de cubrir las necesidades
alimenticias de una familia un día. Incluso, el ingreso promedio nacional,
ubicado, gracias al esfuerzo del sector privado, bastante más allá del salario básico,
no es suficiente para satisfacer los requerimientos nutricionales y los
servicios esenciales.
El
régimen acabó con la noción de salario mínimo, concebido para que un trabajador
pueda cubrir sus necesidades elementales sin necesidad de verse obligado a
acudir a la mendicidad. El salario básico lo denegan muy pocos asalariados
activos de la empresa privada, que se ha encargado de remunerar la fuerza de
trabajo muy por encima de ese umbral. Sin embargo, sí lo obtienen o es la
referencia para numerosos trabajadores del sector informal, las capas más bajas
de la administración pública y,
especialmente, es el marcador para el pago de las pensiones otorgadas por el
Estado. Así es que son varios millones de venezolanos quienes reciben ese
ingreso mensualmente, o algo muy parecido, entre ellos los adultos de la
tercera edad.
Con
relación a los empresarios privados, el esfuerzo voluntarista no es suficiente.
El contexto macroeconómico creado por
las políticas de Maduro conspira contra el crecimiento sostenido. Contra el
aumento de la oferta y la demanda de
bienes y servicios, factores que peremiten armar un aparato productivo solvente
y remunerar la clase laboral de acuerdo con la productividad.
El
desplome de los ingresos ha llevado a amplios estratos de venezolanos a
hundirse en el mundo de la indigencia. Se han convertido en pordioseros. Los más jóvenes y hábiles se han puesto
creativos para sortear el impacto de la miseria. El ingenio los tiene
desempeñándose en múltiples actividades. Las mujeres se han vuelto peluqueras,
manicuristas, reposteras. Atienden ancianos o hacen comida para vender. Los
hombres se han transformado en albañiles, electricistas, plomeros o taxistas. Este
giro sería excelente de no ser porque está determinado por la ruina global de la
nación. Por la inflación galopante, la falta de empleos bien remunerados y la
caída del salario real. Es otro síntoma
de la sociedad de menesterosa promovida por el madurismo.
El
drama padecido por 90% del país es olímpicamente ignorado por el régimen. El ministro o los ministros de
Economía no tienen ni la menor idea de lo que ocurre con los ingresos de los
trabajadores, ni de cómo enfrentar el empobrecimiento generalizado del país. A
Maduro lo único que se le ocurre el
proponer planes fantasiosos y poner al Canciller –sí, a ese joven extraviado
llamado Jorge Arreaza- a declarar que el uso del dólar en Venezuela es ‘temporal’
y que pronto el país retornará entusiasmado al bolívar como instrumento de pago
y ahorro. ¡En qué planeta vive! Así como trata las relaciones internacionales,
trata a los venezolanos: como estúpidos.
En
medio de este cuadro tan desolador, hay que celebrar el acuerdo firmado por David
Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentación de la ONU, con
Nicolás Maduro. Tengo la sospecha de que su presencia en Venezuela fue
negociada y convenida con Juan Guaidó y su gente. De ser cierta mi intuición,
ese grupo habrá dado una muestra de lucidez conveniente para la nación. La
emergencia humanitaria que atraviesa Venezuela es muy grave. Somos el cuarto
país en el planeta con la crisis alimenticia más severa. Me paree
extraordinario que miles y, en el futuro cercano, millones de niños puedan
beneficiarse de ese programa asistencial, concebido para auxiliar a los países
más necesitados.
Esperemos
que Maduro no repita lo que le hizo a Fedecamaras. Su indolencia e
ineptitud es como el universo: ilimitada.
Las Naciones Unidas podrían cubrir gran parte del déficit que no puede satisfacer
el ingreso insignificante.
PD: Mi total solidaridad con El
Nacional. El régimen pretende expropiarlo mediante una decisión infame, dictada
por los juristas del terror para satisfacer los deseos de venganza de Diosdado
Cabello, quien anda con el mazo repartiendo ofensas, amenazas e injurias contra sus opositores. Debería
apuntar hacia sus enemigos dentro del PSUV y el Gobierno, que lo tienen anulado.
Pero, no tiene el coraje de hacerlo.
@trinomarquezc
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