jueves, 1 de abril de 2021

Pandemia, la del gobierno


            Trino Márquez

 

Hasta hace pocas semanas, los casos de corona virus eran aislados. De vez en cuando se conocía que lo había contraído y hasta fallecido, algún familiar lejano, algún amigo del cual no se tenía noticias desde hacía años o el pariente de un vecino. Ahora, el panorama ha cambiado radicalmente. Las informaciones se refieren a personas cada vez más cercanas. Un amigo o excondiscípulo muy apreciado. Un familiar con el que recibí el año 2021. Un compañero de trabajo. El joven que atendía en la panadería de la esquina. El espectro cubre una gama cada vez más próxima. La segunda ola del virus ha sido tan agresiva, que el gobierno no ha podido seguir ocultando las  cifras reales. Antes parecían las de Alicia en el país de las maravillas. Desde hace algún tiempo, aunque los datos verdaderos no son revelados, el gobierno se ha visto obligado a admitir que la pandemia crece a un ritmo acelerado. 

         Este nuevo cuadro había sido anticipado por los especialistas. La apertura insensata que hubo durante los carnavales llevó a la Academia de Medicina, a inmunólogos y otros especialistas a señalar que semejante insensatez no pasaría impune, y que las consecuencias se verían pronto. La predicción se cumplió. Los casos de infección y las muertes se dispararon. Además de ese descuido, otros factores operan en el origen de la escalada: el hambre crónica y la desnutrición generalizada; el costo de las mascarillas, que le impide a la gente cambiar de barbijo con la frecuencia requerida; la falta de agua y jabón antibacterial, que imposibilita mantener el estricto aseo recomendado para prevenir la enfermedad, la necesidad de trabajar, movilizarse y exponerse. En una nación arruinada como la Venezuela de Nicolás Maduro, con un servicio de salud pública en escombros,  resulta imposible impedir que el virus se propague y produzca el alto número de muertes que, según todos los indicios, están ocurriendo en gran parte del territorio nacional.

         Por increíble que parezca, la escalada de la Covid-19 tomó al régimen inerme. No bastaron los llamados de alerta de los médicos e institutos que han seguido la evolución  de la pandemia. Las salas de terapia intensiva de los centros de salud pública, luego de más de un año de haberse introducido el virus en Venezuela, no han aumentado al ritmo de la demanda, ni han sido dotados de los equipos necesarios. Carecen hasta de oxígeno. El gobierno no ha anunciado oficialmente ningún plan de vacunación, ni siquiera preliminar y tentativo. Ningún ciudadano normal vislumbra en el horizonte cercano cuándo podrá inocularse. A Fedecamaras, que anunció un ambicioso plan para adquirir millones de vacunas que se colocarían de forma gratuita, se le niegan los permisos sanitarios y se le levantan obstáculos incomprensibles en las actuales condiciones de emergencia nacional. Maduro rechazó la aplicación de la vacuna Oxford-AstraZeneca, que llegaría al país a través del mecanismo Covax de la OPS, porque los recursos financieros serían proporcionados por el equipo dirigido por Juan Guaidó. La desidia se ha combinado con la crueldad y el revanchismo político, para crear un coctel explosivo en el que los únicos perjudicados son los venezolanos humildes.

         Los miembros de la nomenclatura madurista, incluidos los militares, no se han visto afectados por su propia negligencia. Ellos no pagan las consecuencias de su indolencia. El costo es igual a cero. Nicolás Maduro y su entorno más cercano ya de vacunaron. A diferencia, por ejemplo, de Ángela Merkel quien no se ha inoculado porque aún no le ha llegado su  turno. La jefa del gobierno de la nación más poderosa de Europa tiene el pudor de aparecer como una ciudadana más, en unas circunstancias en las cuales los gobernantes no deben utilizar el poder para conseguir  privilegios indebidos. Perdonen la comparación.

         Lo más sensato sería que el gobierno aceptase un acuerdo con Juan Guaidó y la oposición reconocida por casi sesenta países democráticos del mundo, para que entre ambos sectores se aligere la compra de vacunas y defina de común acuerdo un programa para su distribución y aplicación.  La iniciativa de Fedecamaras está allí. Los empresarios no han renunciado a materializarla. Solo habría que destrabar el mecanismo para que lo más pronto posible las dosis de la vacuna -cualquiera de las aceptadas por la OMS y la OPS- comiencen a llegar a Venezuela y a ser suministradas.

         Un gobierno responsable enfrentaría una situación de emergencia como la que vive Venezuela, utilizando todos los recursos a su alcance. Nos corresponde presionar a Maduro para que la negociación y los compromisos se logren. Ante el crecimiento de la pandemia, los venezolanos necesitan algo más que rezarle al Nazareno de San Pablo en Semana Santa.

         @trinomarquezc

 

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