viernes, 25 de junio de 2010

Cambios ministeriales y desastre gubernamental


Cada cierto breve tiempo, el presidente cambia (o rota) ministros, crea nuevos ministerios o elimina alguno de los existentes, los divide en varios o los reagrupa en uno solo, les cambia de nombre y de logo, les quita o les pone funciones o se las agrega a otro ministerio o cambia la adscripción del organismo y todo esto, repito, en muy breve tiempo. En fin, todas las combinaciones son posibles en este proceso inintelegible de permanente cambio organizativo del gobierno. Los funcionarios y la ciudadanía no terminan de aprenderse los nombres cuando ya suceden otros cambios. En otros casos, a los ministros se les asignan responsabilidades simultáneas en dos o más ministerios o instituciones publicas Con esos –continuos- cambios el presidente busca distintos objetivos. En el más reciente, se busca sustituir a algunos ministros para que se dediquen a la campaña como candidatos a diputados a la AN. Pero, la mayoría de las veces se cambian ministros para buscar, suponemos, mejorar la gestión de esos despachos buscando hombres (y mujeres) más activos, que garanticen logros, o se busca refrescar al gabinete, o premiar (o castigar) a determinadas personas por su desempeño, lealtad o capacidad política; o cualquier otra razón política y/o anímica que a bien tenga el presidente de la república.

Frente a un ministro que el presidente considera que no da la talla o mete la pata o cae en desgracia, la solución más rápida y efectiva es cambiarlo y se espera que a partir de ese momento las cosas comiencen a mejorar. Si el nuevo ministro a los tres o cuatro meses, o antes, es percibido como incapaz o existe un mejor candidato que más se adapta al ritmo trepidante de trabajo del presidente, se procede a cambiarlo; o bien se envía a otro ministerio o destino (incluso una embajada), o simplemente se le despide, sin aviso y sin protesto.

Cuando un cambio de ministro se anuncia o se realiza, a la velocidad y con las modalidades que estos ocurren en este gobierno, toda la estructura organizativa de los ministerios tiembla; los directores subordinados se preparan para ser despedidos o ser cambiados y los subordinados de estos se ponen en ascuas esperando el despido o el cambio o la ratificación y así a través de toda la estructura del organismo se propaga la terrible ola que genera el cambio súbito. Con el temblor del cambio de ministro, se paralizan o se enlentecen las actividades del ministerio y por supuesto los resultados se reducen, o se postergan o se paralizan indefinidamente a la espera de las nuevas prioridades y de los nuevos directores del recién nombrado ministro, que usualmente llega cambiando a todo el tren directivo como si se tratara de un nuevo gobierno. ¿Alguien ha calculado cuanto nos cuesta esta cambiadera?

No estamos seguros de que el presidente gaste un minuto en evaluar, antes de proceder a hacer los cambios, los posibles trastornos organizativos, financieros y personales que ellos causan en los Ministerios, en los objetivos y funciones que ellos tienen desempeñar, en los ministros, directores y personal de esos organismos, en los programas, presupuestos y proyectos que ellos adelantan o deberían adelantar y en los resultados que se esperan este o el próximo año. ¿Es importante esto o es simplemente una exquisitez prerevolucionaria?

Hay que recordar que el cargo de presidente es el primero que Hugo Chávez ocupa en su ya larga vida, durante la cual no tuvo, lamentablemente para nosotros los venezolanos, aparte de dirigir una cantina militar, la oportunidad de aprender el oficio y el difícil arte de la gerencia, disciplina considerada por nuestros, por ahora, dirigentes burguesa, neoliberal e imperialista.

Si a la dinámica permanente de cambio ministerial y organizativo que caracteriza al presidente se suma que los ministros tienen que asistir al programa Aló Presidente, a los Consejos de Ministros, a las cadenas presidenciales, a los actos en el Teresa Carreño, giras nacionales e internacionales, reuniones con el Psuv y actividades comunitarias y de solidaridad social y, por último, las funciones de su cargo, comprendemos que el resultado de los pobres ministros, ministerios y gobierno bolivariano tiene que ser un soberano, endógeno y revolucionario desastre.


M. GUEVARA


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