jueves, 24 de junio de 2010

Dictadura militar chirulí

Carlos Raúl Hernandez

En la era de la ilusión radical opositora la frase servía para "aclararlo todo". No hay nada que buscar con ilusiones legalistas. Es una dictadura militar. No tengo dudas -ni la Internacional Socialista tampoco, al parecer- de que hace ya un tiempo en Venezuela hay una dictadura. Pero esos señores uniformados al frente de todo tipo de desvergüenza institucional (ministerios, empresas del Estado, partidos políticos, y particularmente al frente de la corrupción) ni de lejos hacen de esta anomalía ética y administrativa bolivariana una dictadura militar.

Una cosa es que los militares sean funcionarios, mandaderos, supernumerarios, tiramealgo, contratistas, y otra diferente que gobiernen, que ejerzan el poder, para que le puedan dar apellido a cualquier engendro gubernamental. En las dictaduras militares las fuerzas armadas gobiernan, comparten el poder. Son confluencias de organizaciones armadas. "Pescuezo no retoña" dijo algún infeliz. Pinochet era PRIMus INTER PARES y las decisiones se tomaban en la Junta, en la que había diferencias de criterio y llegaron a presentarse crisis que amenazaron la estabilidad del régimen. Lo mismo en la tragedia obscura de los argentinos.

Todo parece indicar que los "altos" militares venezolanos son poco menos que OFFICE-BOYS de un poder que no se comparte con nada ni con nadie y que, al contrario, cada día se concentra más. Haber puesto a esos robustos señores de edad respetable que llaman "generales" aunque no lo son -aquí hay un solo general- a gritar algo tan ridículo y destemplado como eso de nosequecosa-socialismo-o-muerte (¡ay papito!), revela que igual, si se le ocurriera al mandamás, pudiera ponerlos a jugar la gallinita ciega.

Un señor que tiene la potestad de mantener atormentados cinco, seis u ocho horas a sus ministros, mientras relata todo tipo de disparates, falsedades y boberías, es porque ejerce un poder personal inapelable, en el que vienen empaquetados los milicos de paso. La manera como se sacó de encima al tal vez último oficial académico que quedaba, González González, como engavetó a Baduel, o como nombró ministro de Defensa a aquel vicepresidente, revela que la época en que había generales pasó sin que se dieran cuenta. Lejos de una dictadura militar, de sables que se miran con recelo y un mandamás que todas las noches sueña que lo arrojan del barco, como el personaje de Shakespeare, lo que hay son pequeños burócratas armados que pasan la mayoría del tiempo adulando y la otra aterrados ante lo incierto de su destino frente a un poder incontrolable. El mandamás quiere ir hacia el totalitarismo, mucho peor que una dictadura militar y los que más tienen que cuidarse son los que están cerca de él, más próximos a la guadaña.

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