viernes, 27 de agosto de 2010



¡A Cuba, pa' lo que sea!

Pedro Lastra


¿Qué presidente es éste, que ante el menor problema sale corriendo a entrevistarse con su papaíto Fidel, a ver si le endereza la carga? ¿Qué mandatario el que no tiene un solo asesor de fuste en su entorno, como para que en lugar de salir diarreico a confesarse en la catedral de La Habana asuma con coraje y virilidad sus responsabilidades y le eche pecho al peo, al gigantesco peo en que está metido? Son las preguntas que se hace cualquier hijo de vecino con dos dedos de frente y suficiente hombría en el país en que para saber p’adónde coger hay que tocar los huesitos del susodicho que en paz descanse. ¡Qué vaina con este culillúo que nos desgobierna!

Cinco horas de entrevista en La Habana, con gastos estratosféricos, chupados de la caja chica de PDVSA para saber qué piensa de la mayoría opositora, de la pudrición de ciento setenta toneladas de comidas y de la crisis energética un viejo roñoso, desdentado y consumido, que a estas alturas no debe saber dónde está el baño que no usa desde que le pegaran una poceta de plástico al culo contra natura que carga después de defecarse durante medio siglo en varios millones de cubanos. ¿Hay derecho?

Uno entiende la discreción diplomática y vaticana de los líderes de la oposición venezolana, que prefieren pasar agachados y no emitir comentario alguno. Pero aguantar que naricée al país un caudillo que no da un paso sin consultárselo al oráculo de La Habana es algo que termina por sacar de quicio a cualquiera. Pues ¿cómo aceptar que sea Fidel Castro, cuasi nonagenario, trancado intestinal de por vida, medio consciente y medio en el olvido quien decida si las elecciones serán limpias o sucias, turbias o transparentes, aceptables o inaceptables?

Si Henry Ramos o Julio Borges se reunieran cinco minutos con Barack Obama en la Casa Blanca, los cagatintas tarifados de Miraflores saldrían a armar tremendo alboroto. Chaderton convocaría a la OEA. Car’e nalga mandaría meterlos presos de inmediato, la defensora del pueblo los acusaría de traición a la patria y el príncipe durmiente, Clodosvaldo Russián, les levantaría un expediente digno de las ciento sesenta mil toneladas de pollos y huevos podridos. No se diga de Izarrita despotricando por Telesur, a cloaca Silva en la hojilla, a conejita Davis y al tuerto del ocho mostrando imágenes de Hitler abrazado con Manuel Rosales.

Pero hete aquí que Chávez parte a rendirle pleitesía a su padrastro putativo en Cuba, a fotografiarse con Ramiro Valdés, a un mes del más grave de sus desafíos electorales, y nadie dice esta boca es mía. En cualquier país decente lo sacaban a patadas del poder por entreguista, traidor y lambucio.

¿No irá siendo hora de hacerse con la Asamblea y prohibirle que saque un dedo de la patria mientras no ponga sus cuentas claras?

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