martes, 24 de agosto de 2010

La encuesta electoral: género literario de ficción

Por Ibsen Martínez


1.El peor incordio que nos hace padecer la morralla de insufribles "demoscopas" venezolanos en este trance "presocialista" es su presuntuosa jerga.

Transcribo ahora lo que de la jerga tuvo que decir la inolvidable Marthe Robert, intelectual genuina, ella sí, que en una de sus obras anotó esta fulminación de la jerga como instrumento de oscurecimiento y, por ello, de manipulación; como "vocabulario del poder", diría un posmoderno. Dice la Robert: "Toda jerga supone una ideología que, por una u otra razón, teme dejarse ver con demasiada claridad. El saneamiento y la liberación del pensamiento pasan, pues, necesariamente por un rechazo crítico de la jerga, ya sea escrita o hablada».

La encuesta electoral como género ancilar de la industria de la opinión merece un lugar destacado en el panteón de los lenguajes del poder, aunque más no sea en la medida en que mucho de lo que ella ofrece no es más que jerga. Jerga de truchimanes que especulan con la ansiedad del público, digámoslo todo.

Entre nosotros la encuesta electoral ha dejado ya de ser un método de exploración y ha ido mucho más allá de lo que siempre se le ha criticado, con razón o sin ella: que se trata, con frecuencia, de un instrumento de deliberada obnubilación del electorado.

Lo que se echa de ver últimamente es que se ha convertido, no sólo también en un agente envilecedor del lenguaje y la escritura ­algún domingo hemos leído a un demoscopa escribir «hacen años» por «hace años», y eso es sólo un ejemplo , sino en una engalanada martingala que al cabo viene a decir : «no tengo la menor idea de lo que piensa la gente allá afuera». Lo que sigue es un pequeño organón del perfecto embaucador perdón: encuestador electoral.

2.
Para alcanzar el sublime fracaso de los encuestadores al no decir nada pareciéndolo, el demoscopa debe aportar páginas enteras de jerga validadora: «universo de estudio », "estratificado", "semi-probabilístico", "polietápico y aleatorio", «error muestral», etcétera.

Luego conviene un exordio «contextualizador» que, bien visto, a pesar de sus horrores sintácticos, no es más que la cascada de opiniones personales acerca de la llamada «coyuntura».

En esta sección conviene verter nunca «vertir», como suelen escribir algunos demoscopas-columnistas en láminas de Powerpoint, leyenditas que sumaricen las premisas del demoscopa sobre la coyuntura. Se sugiere el uso prolífico de expresiones tomadas de la geometría analítica, del álgebra lineal, y del cálculo diferencial: «asintótico», «vector», «escalar», «punto de inflexión». También de cierta sicología social pop, hecha para andar por casa : la voz «estigmatización» luce siempre muy bien. De la politología conviene echar mano a palabrejas como «deslegitimación».

No olvide la expresión «costo político». Y de la jerga de las ONG, nada más prestante que los horrísonos vocablos «empoderamiento» y «gobernabilidad» que traducen mal los originales «empowerment» y «governance». ¡Nunca, jamás, debe escogerse correctas y elocuentes formas castellanas tales como «investir de poder» y «gobernanza»! Una vez cumplida esta etapa, se pasa a la sección de sondeo, o de «percepción». Se recomienda calurosamente el uso del anglicismo «issues». En esta sección es de suma importancia el fraseo de las preguntas.

Como la idea es demostrar que ¡ahora sí ! todo el mundo está en contra del gobierno, el demoscopa debe preguntar por los pareceres de la muestra respecto de a) el desempeño económico de Chávez, b) su política exterior, c) la inseguridad, d) recolección de basura, e) los apagones, f) el escandaloso affaire de la comida descompuesta, g) la profanación de los restos de Bolívar y, last but not least, preguntar también si la culpa es: a) del Presidente, b) de «su entorno», c) del PSUV,
e) de la oposición, e) de Globovisión, f) la FIFA, y así sucesivamente. De superlativa relevancia preguntar si se está de acuerdo con a) el socialismo, b) el comunismo, c) cualquier otra forma de colectivismo estatizante.

En el rubro ilustraciones, no deben olvidarse las coloridas tortas y los planos cartesianos de coordenadas y abscisas. Todo, absolutamente todo, debe conducir a pensar que el 90% de la población ha llegado a tales niveles de hartazgo que va a dar cuenta definitiva de Chávez y el chavismo en las elecciones parlamentarias de septiembre.

El alivio dramático, la repentina caída de potencial que debe acompañar el final de toda literatura de suspenso, se condensa en la pregunta de las sesenta y cuatro mil lochas : «si este domingo fuesen las elecciones, ¿cómo quedaría la cosa?» En la respuesta le va la vida al demoscopa, verdadero oráculo mediático y profesional de la tribu porque si dice que gana la oposición por paliza, corre el riesgo de que un nuevo revés de aquella que la MUD y los estudiantes no logren movilizar a los indiferentes, por ejemplo acabe con su reputación de sabelotodo. Aquí está en juego su fama y su pertinencia.

Y es aquí donde debe, aun a riesgo de contradecir todo el aparato crítico anterior, afirmar que la vaina está 49,45% a 51,2%, que se trata de un «empate técnico » y no se debe adelantar un resultado, que en las semanas que faltan para el cotejo «cualquier cosa puede pasar».

No tema recurrir a fórmulas manidas tales como: a) "Los resultados demuestran a las claras que hay posibilidades y probabilidades: todo es posible, pero hay algunas cosas más probables que otras", b) "Las tendencias muestran unos vaivenes esquizofrénicos" y c) una muy socorrida: "las encuestas son como una foto que se toma en un momento específico. Estos datos responden a la foto que se tomó el xxx (fecha del levantamiento de campo), por ello se entiende que los resultados varíen".

Si alguna reportera o columnista le hiciese preguntas impertinentes, encastíllese usted en su superior jerarquía intelectual y propínele a la infeliz una conferencia magistral sobre estadística inferencial, Paul Lazarsfeld o George Gallup y remítala a la lectura de Noelle Neumann y su teoría de la «espiral del silencio». Cualquier cosa, menos, tal como dicen en España, «perder el tipo» y defraudar a la clientela.

La verdad, me quedo con Omar Lares.

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