Europa va a los penaltis
JEAN MANINAT | EL UNIVERSAL
viernes 6 de julio de 2012
La semana pasada nos tuvo doblemente en trance, como si el fútbol europeo imitara a la política o la política europea al fútbol.
Los dimes y diretes filtrados por los propios contendores de uno y otro campo, para amedrentarse mutuamente, crearon una sensación de fin de mundo, o más bien de fin de euro, que puso a los mercados al rojo vivo.
Quienes se querían distraer de la política seguían el fútbol y quienes se querían distraer del fútbol seguían la política. Al fin y al cabo, ambas opciones constituían el tiempo complementario de un mismo juego, con los mismos países y el mismo público.
¿No quedamos algo perplejos cuando vimos a la mismísima canciller Merkel, y al mismísimo presidente Rajoy, pasar, en minutos, de hablar cariacontecidos del destino de Europa, a celebrar con saltitos de hincha juvenil los goles de sus selecciones nacionales?
¡Todo en el mismo programa informativo!
Por semanas, observamos las calistenias argumentales de los jefes de Estado y de Gobierno europeos, para garantizar que sus posiciones quedasen bien situadas en los documentos que irían a la cumbre; pero sobre todo, bien instaladas en la opinión pública de sus países.
Los entrenadores y jugadores fueron más discretos, como corresponde a quien sabe que el destino de un juego puede depender del lanzamiento de una moneda, la tozudez de un poste, la fatiga de un ligamento. El azar es el jugador número doce de toda oncena.
"De ninguna manera Alemania aceptará nada que no sea rigor, lo demás está por verse" anuncia la canciller alemana, Ángela Merkel, con la cara de tener pocos amigos -antes y ahora- que la identifica.
El presidente francés, François Hollande, argumenta que "de no permitirse la emisión de eurobonos, no hay garantías de que el euro sobreviva", con la misma expresión de yo no fui con la que conquistó a los franceses.
El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, no quiere hablar de rescate, pero pide la ayuda directa de la UE para recapitalizar los bancos españoles colapsados. Porta la misma sonrisa de asombro de quien no se cree todavía lo que le está pasando.
El discreto tecnócrata italiano, Mario Monti, convertido en primer ministro, amenaza con dimitir y que todo se lo lleve el diablo tanto en Europa como en Italia. Tiene la perfecta cara de póquer, los nervios confundidos con las zanjas profundas que le surcan el rostro. Nada se mueve.
Tras doce horas de tiempo no reglamentario -lo que duraron las deliberaciones de la cumbre de Bruselas- el equipo político que se daba por ganador, el de la canciller Merkel, aflojó en las últimas de cambio y cedió ante el primer ministro Monti.
No regresaría él, a Italia, con las manos vacías: logró que el fondo de rescate europeo pudiese recapitalizar los bancos directamente, y que el crecimiento fuese parte de la ecuación para la recuperación económica.
(El las semifinales, Italia, inclemente, despachó a un equipo alemán que llevaba la claudicación en los ojos desde que iniciaron las notas de su himno nacional en la inauguración del partido).
España, prevalida de su desvalidez, se aferró con fervor primero a Merkel, y luego a Monti, sin dejar de hacer guiños todo el tiempo al socialista Hollande, quien como Platiní desde las gradas del estadio, repartía sonrisas y gestos de apoyo a diestra y siniestra.
Al final, en el campo de fútbol, y en la cumbre de Bruselas, prevalecieron los países que habían alertado contra el arbitraje de un socio con conflictos de interés en el partido. Alemania, más preocupada de su agenda interna que de la europea.
España e Italia jugaron una final futbolística de ensueño. Los fanáticos la recordarán por siempre, con úlcera o sin ella.
Pero en política económica, después de celebrar con euforia la subida de la Bolsa, y la rebaja de la prima de riesgo, siempre aguarda la tanda de penaltis que agua la fiesta.
¿Qué país pateará primero los acuerdos?, se preguntan los arqueros.
@jeanmaninat
Los dimes y diretes filtrados por los propios contendores de uno y otro campo, para amedrentarse mutuamente, crearon una sensación de fin de mundo, o más bien de fin de euro, que puso a los mercados al rojo vivo.
Quienes se querían distraer de la política seguían el fútbol y quienes se querían distraer del fútbol seguían la política. Al fin y al cabo, ambas opciones constituían el tiempo complementario de un mismo juego, con los mismos países y el mismo público.
¿No quedamos algo perplejos cuando vimos a la mismísima canciller Merkel, y al mismísimo presidente Rajoy, pasar, en minutos, de hablar cariacontecidos del destino de Europa, a celebrar con saltitos de hincha juvenil los goles de sus selecciones nacionales?
¡Todo en el mismo programa informativo!
Por semanas, observamos las calistenias argumentales de los jefes de Estado y de Gobierno europeos, para garantizar que sus posiciones quedasen bien situadas en los documentos que irían a la cumbre; pero sobre todo, bien instaladas en la opinión pública de sus países.
Los entrenadores y jugadores fueron más discretos, como corresponde a quien sabe que el destino de un juego puede depender del lanzamiento de una moneda, la tozudez de un poste, la fatiga de un ligamento. El azar es el jugador número doce de toda oncena.
"De ninguna manera Alemania aceptará nada que no sea rigor, lo demás está por verse" anuncia la canciller alemana, Ángela Merkel, con la cara de tener pocos amigos -antes y ahora- que la identifica.
El presidente francés, François Hollande, argumenta que "de no permitirse la emisión de eurobonos, no hay garantías de que el euro sobreviva", con la misma expresión de yo no fui con la que conquistó a los franceses.
El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, no quiere hablar de rescate, pero pide la ayuda directa de la UE para recapitalizar los bancos españoles colapsados. Porta la misma sonrisa de asombro de quien no se cree todavía lo que le está pasando.
El discreto tecnócrata italiano, Mario Monti, convertido en primer ministro, amenaza con dimitir y que todo se lo lleve el diablo tanto en Europa como en Italia. Tiene la perfecta cara de póquer, los nervios confundidos con las zanjas profundas que le surcan el rostro. Nada se mueve.
Tras doce horas de tiempo no reglamentario -lo que duraron las deliberaciones de la cumbre de Bruselas- el equipo político que se daba por ganador, el de la canciller Merkel, aflojó en las últimas de cambio y cedió ante el primer ministro Monti.
No regresaría él, a Italia, con las manos vacías: logró que el fondo de rescate europeo pudiese recapitalizar los bancos directamente, y que el crecimiento fuese parte de la ecuación para la recuperación económica.
(El las semifinales, Italia, inclemente, despachó a un equipo alemán que llevaba la claudicación en los ojos desde que iniciaron las notas de su himno nacional en la inauguración del partido).
España, prevalida de su desvalidez, se aferró con fervor primero a Merkel, y luego a Monti, sin dejar de hacer guiños todo el tiempo al socialista Hollande, quien como Platiní desde las gradas del estadio, repartía sonrisas y gestos de apoyo a diestra y siniestra.
Al final, en el campo de fútbol, y en la cumbre de Bruselas, prevalecieron los países que habían alertado contra el arbitraje de un socio con conflictos de interés en el partido. Alemania, más preocupada de su agenda interna que de la europea.
España e Italia jugaron una final futbolística de ensueño. Los fanáticos la recordarán por siempre, con úlcera o sin ella.
Pero en política económica, después de celebrar con euforia la subida de la Bolsa, y la rebaja de la prima de riesgo, siempre aguarda la tanda de penaltis que agua la fiesta.
¿Qué país pateará primero los acuerdos?, se preguntan los arqueros.
@jeanmaninat
Crecer con empleo y sin empleo
MIGUEL ÁNGEL SANTOS | EL UNIVERSAL
viernes 6 de julio de 2012
A raíz de la crisis financiera han ocurrido varios hechos difíciles de explicar, de esos que estimulan el pensamiento y ayudan a empujar las barreras del conocimiento. La crisis ha dado al traste con algunos paradigmas, propuesto nuevas preguntas y desvelado matices que hasta entonces nos eran desconocidos. Uno de estos tiene que ver con el hecho de que la mayoría de los países desarrollados han recuperado ya la mayor parte de la actividad económica perdida durante la crisis, pero este crecimiento no ha traído consigo nuevos empleos. EEUU, por ejemplo, ha recuperado en tres años los quince puntos porcentuales del PIB que perdió con la crisis, mientras el desempleo se mantiene en algo más de 9%. La Unión Europea recuperó dos tercios del PIB perdido entre diciembre 2007 y abril 2009, pero la tasa de desempleo alcanzó al cierre 2011 su punto más alto (10%). ¿Cómo se conjuga la recuperación sin empleo?
Un equipo de trabajo encabezado por Guillermo Calvo ha propuesto una explicación novedosa y bastante sugestiva. Me aventuro a compartirla con ustedes solo por el hecho de que supera con creces el test de la abuela (término acuñado por Tyler Cowen: si tu abuela no es capaz de entenderlo, es demasiado complejo como para ser verdad). El argumento parte de la caída en el valor de los activos libres de riesgo que trajo consigo la crisis: Pasaron de 41% del PIB mundial en 2007 a 26% en 2011. Y he aquí detalle: La caída en el valor de los colaterales no afecta a todos los proyectos por igual. "Los proyectos que tienen un mayor contenido de mano de obra son relativamente más difíciles de financiar a través del crédito". ¿Por qué? Porque los de capital intensivo utilizan como colateral la planta y los equipos ("ya vienen con su propio colateral"), mientras que no se deriva ningún colateral de proyectos de mano de obra intensiva. Por esta razón, la recuperación ha sido espoleada por sectores intensivos en capital. Mientras los activos libres de riesgo que sirven de colateral a los préstamos sigan siendo relativamente escasos, habrá tendencia a favorecer proyectos que traigan consigo su propio colateral.
Calvo también ha dado con otros hechos interesantes que no forman parte de esta investigación (aún no publicada) y cuyos mecanismos aún no han sido del todo esclarecidos. Aquellos países con inflación muy baja han recuperado su actividad económica sin nuevos empleos (y con mayores salarios), mientras que en aquellos con inflación moderada el crecimiento ha traído consigo nuevos puestos de trabajo (con menores salarios). Nuestro caso es el peor de los escenarios, porque a pesar de que la inflación hace flexibles los salarios reales (que por ley son inflexibles hacia abajo), la legislación laboral es de las más restrictivas del mundo, lo que inhibe la contratación. Por esa razón los salarios reales exhiben una volatilidad idéntica a la del PIB (recae sobre ellos todo el peso del ajuste). Esto no tiene nada bueno (junto con otras causas, hace al consumo más volátil que la producción), nos obliga a pensar sobre las implicaciones de nuestras leyes laborales en la creación de nuevos empleos. Aquí, y en las restricciones al crédito, se encuentran dos de los factores que nos tienen las alas amarradas. Pero sobre esto volveré más adelante.
@miguelsantos12
Un equipo de trabajo encabezado por Guillermo Calvo ha propuesto una explicación novedosa y bastante sugestiva. Me aventuro a compartirla con ustedes solo por el hecho de que supera con creces el test de la abuela (término acuñado por Tyler Cowen: si tu abuela no es capaz de entenderlo, es demasiado complejo como para ser verdad). El argumento parte de la caída en el valor de los activos libres de riesgo que trajo consigo la crisis: Pasaron de 41% del PIB mundial en 2007 a 26% en 2011. Y he aquí detalle: La caída en el valor de los colaterales no afecta a todos los proyectos por igual. "Los proyectos que tienen un mayor contenido de mano de obra son relativamente más difíciles de financiar a través del crédito". ¿Por qué? Porque los de capital intensivo utilizan como colateral la planta y los equipos ("ya vienen con su propio colateral"), mientras que no se deriva ningún colateral de proyectos de mano de obra intensiva. Por esta razón, la recuperación ha sido espoleada por sectores intensivos en capital. Mientras los activos libres de riesgo que sirven de colateral a los préstamos sigan siendo relativamente escasos, habrá tendencia a favorecer proyectos que traigan consigo su propio colateral.
Calvo también ha dado con otros hechos interesantes que no forman parte de esta investigación (aún no publicada) y cuyos mecanismos aún no han sido del todo esclarecidos. Aquellos países con inflación muy baja han recuperado su actividad económica sin nuevos empleos (y con mayores salarios), mientras que en aquellos con inflación moderada el crecimiento ha traído consigo nuevos puestos de trabajo (con menores salarios). Nuestro caso es el peor de los escenarios, porque a pesar de que la inflación hace flexibles los salarios reales (que por ley son inflexibles hacia abajo), la legislación laboral es de las más restrictivas del mundo, lo que inhibe la contratación. Por esa razón los salarios reales exhiben una volatilidad idéntica a la del PIB (recae sobre ellos todo el peso del ajuste). Esto no tiene nada bueno (junto con otras causas, hace al consumo más volátil que la producción), nos obliga a pensar sobre las implicaciones de nuestras leyes laborales en la creación de nuevos empleos. Aquí, y en las restricciones al crédito, se encuentran dos de los factores que nos tienen las alas amarradas. Pero sobre esto volveré más adelante.
@miguelsantos12
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