Colette Capriles
Sólo como nota antropológica, me pregunto a veces cómo es que por lo general hay tanta astucia, suspicacia, sobrentendidos y frases de doble sentido (entre otras sutilezas) en la vida cotidiana de los venezolanos mientras que, en el plano de la estrategia colectiva, es decir, de la política, suele ser la gente tan poco sutil. Atribúyase al individualismo tribal que nos caracteriza, de acuerdo. La cultura pública, que limita nuestros horizontes fundamentales a los de la familia extendida, hace que nos sea imposible trasladar el ingenio a entelequias tales como la comunidad o la sociedad. Quizás. O sea: la misma fuerza centrípeta que nos empuja a vivir en forma de clan es el origen de la desconfianza hacia todo aquello que no esté asimilado a dicho clan, tribu o comunidad totémica. De ahí nuestra dificultad para institucionalizar, etcétera.
Esto viene a cuento porque el espinoso camino que tenemos enfrente no puede transitarse sin un compromiso firme con la unidad nacional, y con las renuncias mejor dicho, con el espíritu de moderación que ella exige. En el plano de la política, uno de los efectos más nefastos de este régimen ha sido la generación de ese espíritu dogmático que desestima el incrementalismo y la lógica natural de los procesos colectivos, volviéndonos a todos jacobinos de uña en el rabo, en contra del más elemental sentido común. Cierto: los totalitarismos funcionan erosionando la confianza y destruyendo los vínculos sociales, ya lo sabemos. O sea: acribillan el sentido común oponiéndolo al relato épico.
Mucha preocupación, y con toda razón, genera la perfidia del CNE porque causa un efecto perverso entre los venezolanos que no se resignan a eternizar este régimen.
Pero la agitación irreflexiva de quienes, traumatizados aún por la experiencia de 2004 (como si no hubiera habido resonantes victorias en 2007 o en 2010), pretenden condicionar la estrategia de campaña y la opinión pública con el discurso del fraude electoral, termina simplemente por mostrar la pérdida del sentido común que es, en última instancia, el sentido político por excelencia. Las condiciones de desventaja electoral no van a cambiar, pero la experiencia muestra que no son determinantes en el resultado.
En la medida en que se ha mantenido la unidad electoral y estratégica y se han cubierto de testigos las mesas electorales, desaparece el ventajismo, y esto a pesar de todas las elaboradas teorías de la conspiración informática que, como corresponde, son siempre "no falsificables", como ha dejado dicho Karl Popper. Mientras algunos se escandalizan con la firma del acuerdo de respeto a las normas electorales (sin la cual resulta absurdo exigir que en efecto se respeten), Human Rights Watch publica un informe que ese sí mueve a escándalo internacional y constituye un verdadero quiebre en la percepción internacional del régimen.
Este es el momento de la interpelación. Cada quien que se pregunte a sí mismo hasta qué punto puede seguir adaptándose a la miseria política, moral y material que ofrece el presente; hasta qué punto asume la responsabilidad del cambio aun cuando su silueta no corresponda enteramente a su particular mapa del futuro; hasta qué punto, en fin, está dispuesto, como dice Cafavy en Che fece...Il gran rifiuto: "A ciertos hombres les llega el día/ en que tienen que decir el gran Sí/ o el gran No".
Esto viene a cuento porque el espinoso camino que tenemos enfrente no puede transitarse sin un compromiso firme con la unidad nacional, y con las renuncias mejor dicho, con el espíritu de moderación que ella exige. En el plano de la política, uno de los efectos más nefastos de este régimen ha sido la generación de ese espíritu dogmático que desestima el incrementalismo y la lógica natural de los procesos colectivos, volviéndonos a todos jacobinos de uña en el rabo, en contra del más elemental sentido común. Cierto: los totalitarismos funcionan erosionando la confianza y destruyendo los vínculos sociales, ya lo sabemos. O sea: acribillan el sentido común oponiéndolo al relato épico.
Mucha preocupación, y con toda razón, genera la perfidia del CNE porque causa un efecto perverso entre los venezolanos que no se resignan a eternizar este régimen.
Pero la agitación irreflexiva de quienes, traumatizados aún por la experiencia de 2004 (como si no hubiera habido resonantes victorias en 2007 o en 2010), pretenden condicionar la estrategia de campaña y la opinión pública con el discurso del fraude electoral, termina simplemente por mostrar la pérdida del sentido común que es, en última instancia, el sentido político por excelencia. Las condiciones de desventaja electoral no van a cambiar, pero la experiencia muestra que no son determinantes en el resultado.
En la medida en que se ha mantenido la unidad electoral y estratégica y se han cubierto de testigos las mesas electorales, desaparece el ventajismo, y esto a pesar de todas las elaboradas teorías de la conspiración informática que, como corresponde, son siempre "no falsificables", como ha dejado dicho Karl Popper. Mientras algunos se escandalizan con la firma del acuerdo de respeto a las normas electorales (sin la cual resulta absurdo exigir que en efecto se respeten), Human Rights Watch publica un informe que ese sí mueve a escándalo internacional y constituye un verdadero quiebre en la percepción internacional del régimen.
Este es el momento de la interpelación. Cada quien que se pregunte a sí mismo hasta qué punto puede seguir adaptándose a la miseria política, moral y material que ofrece el presente; hasta qué punto asume la responsabilidad del cambio aun cuando su silueta no corresponda enteramente a su particular mapa del futuro; hasta qué punto, en fin, está dispuesto, como dice Cafavy en Che fece...Il gran rifiuto: "A ciertos hombres les llega el día/ en que tienen que decir el gran Sí/ o el gran No".
@cocap
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