lunes, 10 de septiembre de 2012

DEMOCRATURA 


     
Guillermo Sucre



Es posible creer en un espíritu universal. El título de estas notas
es un feliz neologismo con que el escritor polaco Adam Michnik
bautizó en los años 1980 al régimen comunista de su país:
democracia muy a menos y –benévolamente– dictadura a medias.
Lo que encaja bien en la situación política que vive mi país desde
hace catorce años. Algunas de las reflexiones sobre el poder
del filósofo francés Alain (Émile Chartier, 1868-1951)
también son aplicables a Venezuela desde 1998.
“Si quieres ser tirano
–escribía Alain–, no des reposo ni a los otros ni a ti mismo”
o “La fuerza de los malos consiste en el hecho de que
se creen buenos
y víctimas del capricho de los otros”. Es este mecanismo de la
astucia y del patetismo del que se ha valido el comandante
Chávez. Invocando una supuesta traición de los partidos, inició
una incansable cruzada contra sus adversarios e inventó
conjuras y magnicidios contra su régimen y contra su vida, para estigmatizar a una oposición que, según él, está integrada por “escuálidos”.
Chávez llegó al poder –después de un fracasado golpe de
Estado en 1992– con una mayoría indiscutible pero bastante
temible por su mezcla digamos que equitativa de buena y
mala
fe, de desinterés y de oportunismo, ávida de protagonismo y
de ajustes de cuenta. Sospecho que quienes votaron por él lo
hicieron, mayoritariamente, no por espíritu de justicia ni mucho
menos democrático sino –oscuramente o no– por la muy vieja y venezolana moral de la vindicación histórica. Así, inicialmente, a
Chávez lo movió la voluntad de refundarlo todo, y ya como
presidente, abolió el Congreso de entonces, y convocó
a nuevos comicios para elegir una Constituyente en
los que obtuvo una
mayoría aplastante. La nueva Constitución consagraba los
principios esenciales del sistema democrático: elecciones
periódicas libres, división de poderes y sistemas
descentralizados de
gobierno. En un plebiscito con gran abstención, el 70% de los
votantes la aprobó. Mayoría evidente pero no muy entusiasta,
¿por qué? El chavismo había desatado muchos odios y gran
parte del país recelaba de su vocación democrática y no
aprobaba el lenguaje prepotente y procaz de su líder. Chávez
era tan errático que se inspiraba en las prédicas populistas
–por lo demás antisemitas– de un supuesto teórico
argentino, Norberto
Ceresole (“Pueblo y ejército unidos jamás serán
vencidos”) y en las estrategias trasnochadas
de
ideólogos neomarxistas que anhelaban restablecer
la polarización
URSS-USA. Estas lamentables nodrizas ideológicas
fueron progresivamente cambiando a medida que
Chávez
fortalecía
sus vínculos con la Argentina de los Kirchner-Fernández, el desinteresado e inmortal Fidel Castro y el Ahmadineyad
del
arrogante Irán y del islamismo más fanático. El historial
diplomático del chavismo es todavía más pintoresco y
comprometedor.
Proclamada la nueva Constitución, nuestra democracia
sería participativa y, más que un presidente, sería el
pueblo el que
iba a gobernar (“En Venezuela ahora gobierna el pueblo”,
“Venezuela ahora es de todos”), un eufemismo para
nombrar
a Chávez. Vivíamos no en la iv sino en la v República, cuyo
nombre
de República Bolivariana de Venezuela garantizaba el
despertar
de Simón Bolívar. Los venezolanos vivíamos entonces
con un
frenesí originario y adánico en una segunda y definitiva
Independencia cuyo héroe sería Chávez, siempre a paso de
vencedor y el mago que iba a lograr el alza de los precios del
petróleo a niveles increíbles para beneficio de todos los
venezolanos (“Ahora el petróleo es de todos”, rezan los
marbetes propagandísticos del régimen) y de nuestros
hermanos
de leche, que, por mala leche, están acaparando los chinos.
Según cálculos actuales, Venezuela es el país
latinoamericano
con mayor deuda con China.
Lo curioso es que, con el tiempo, el líder máximo ha querido obstinadamente reformar su propia Constitución, “la más
democrática del mundo”, según la previsible hipérbole
chavista.
En 2007 convocó a un nuevo referendo para reformarla, pero
le
dio un soponcio con la derrota, la primera que sufría.
Envalentonado de nuevo, gracias a los poderes habilitantes
que se hizo otorgar por la Asamblea Nacional, ha
gobernado mediante decretos leyes, refrendados por
el Tribunal Supremo de Justicia.
De este modo ha ido creando dentro del gobierno oficial
otro
gobierno autónomo, fuera de cualquier control público, y
aprobando leyes que con el tiempo tendrán carácter
constitucional: empezando por la adopción del
socialismoversión chavista: la progresiva sustitución del
Estado democrático federal por
el Estado comunal,
que remplazaría a los gobernadores, alcaldes, consejos
legislativos y concejos municipales. Según la analista
Claudia
Curiel (El Nacional), en junio de este año “entró en
vigencia el
decreto con rango, valor y fuerza orgánica” que regirá
“la gestión comunitaria y comunal de servicios en materia
de salud, educación, vivienda, deporte, cultura, programas
sociales, mantenimiento y conservación de áreas
urbanas, prevención y protección vecinal, construcción
de obras y prestación de servicios públicos”. Esto es,
toda la vida política y social del país regida y controlada por un
Estado algo más que filantrópico. La división y autonomía de
poderes, el derecho a la libre expresión y a la organización
sindical, que Chávez ha violado en la realidad, ya serán cosas
del pasado.
En cuanto a las elecciones periódicas y libres, la oposición
acaba de denunciar la existencia de 5,500 centros electorales
donde no hay abstención ni votos nulos y donde el chavismo
obtiene el 100% de
los votos. En la actualidad, esos centros no registrados
oficialmente
y de difícil acceso a la oposición sumarían tres millones de
votantes. ¿Qué contestará el Consejo Electoral Nacional a
esta denuncia y a la de los pueblos indígenas sobre la
compra de votos?
Es visible, pues, que, desde 2007, Chávez gobierna al
margen tanto
de la Constitución de 1999 como de la voluntad popular
mayoritaria expresada en el referendo de 2007. Esto para
ser un poco
indulgentes con los siete años anteriores. Culpables de este
delito son todos los poderes públicos de la República y,
más aún,
las Fuerzas Armadas Nacionales, uno de cuyos deberes, si no
el único, es la defensa de la integridad territorial y de la
Constitución legal del país. ¿Quiénes son, pues, los
fuera-de-la-ley y los apátridas traidores? No, ciertamente, la
oposición democrática.
Pero no voy a detenerme en el historial de este régimen forajido,
ni en su política de tierra arrasada contra toda tradición
democrática e incluso contra el patrimonio físico, moral y
cultural de nuestro país, que respetan aquellos chavistas
que por voluntad
o por necesidad se han separado finalmente de Chávez y su
oneroso e insaciable culto a la personalidad.
Hoy estamos ante una nueva y quizá definitiva confrontación:
las elecciones generales fijadas para octubre y diciembre de
este año. Esta vez la oposición se encuentra más
unida que
nunca y mejor organizada. Después de 2007, cuando
Chávez
perdió el referendo
por la reforma constitucional, la oposición decidió crear un
organismo integrado por representantes de los partidos y
de los sectores independientes democráticos, denominado
Mesa de la Unidad Democrática, el cual designó como
secretario ejecutivo a Ramón Guillermo Aveledo, un
hombre sagaz, de corazón inteligente, muy distinto
del corazón de Chávez. La Mesa de la Unidad obtiene
su primera victoria en 2008 al ganar cinco gobernaciones,
entre ellas
las de Zulia, Miranda y Carabobo, que son tres de los
estados
más poblados, y diversas alcaldías (entre ellas la Alcaldía
Metropolitana
en la persona de un dirigente estudioso y creativo como
Antonio Ledezma, presidente del partido Alianza Bravo
Pueblo).
Ya para
este año los votos de la oposición se equiparan a los del
oficialismo.
Y en 2010 logran un claro triunfo al obtener 52% de los votos,
aunque, por la naturaleza de nuestro injusto régimen
electoral,
aún no alcanza la mayoría en la Asamblea Nacional. Así
fortalecida,
la MUD convoca a elecciones primarias para escoger el
candidato a la presidencia de la República y candidatos a gobernadores y alcaldes para 2012. Celebradas en
febrero
de este año, esas elecciones
fueron un modelo de pulcritud política y la más fervorosa
expresión
de voluntad popular, con un récord de asistencia de
más de tres millones de votos. Entre cinco opciones,
algunas de ellas muy calificadas, fue electo como candidato presidencial Henrique
Capriles Radonski, gobernador del estado Miranda hasta
junio pasado, y con muy buena trayectoria en cargos de
elección popular.
Poco después de los sucesos de abril 2002, cuando se
presentó un problema diplomático con la Embajada de
Cuba,
ubicada en la jurisdicción del municipio Baruta, del cual era
entonces alcalde,
Capriles fue acusado de instigar la violación de este
recinto
diplomático por el propio embajador cubano y llevado
a prisión en
dos ocasiones por orden de Chávez, y no fue condenado
por un tribunal gracias al testimonio del embajador
de Noruega, que contradijo la acusación del diligente
embajador de Cuba.
Capriles acaba de cumplir cuarenta años, es abogado y tiene la experiencia del hombre que en estos años ha trabajado por
resolver los problemas de las regiones que lo han elegido
como su líder
político y administrativo. El inicio de su campaña electoral,
cuando el domingo 10 de junio iba a inscribir su candidatura,
fue una jornada
de júbilo, de reconciliación y de gran solidaridad. Hasta ahora ha recorrido casi toda Venezuela y su discurso claro, honesto, ha
logrado despertar la mejor sensibilidad del país en todos
sus niveles. Su campaña es la prueba una vez más de que
cuando el espíritu democrático se ejerce con generosidad es recompensado con el
apoyo de la gente y hace que ellas se encuentren consigo
mismas,
con su conciencia y sus esperanzas. Capriles ha dado también
una lección espiritual que el país le agradece, al liberar el
debate político
de lo que lo ha agobiado durante estos años: las bajas y
soeces diatribas, el odio, el desvergonzado engaño. La
Venezuela
consciente de la necesidad del cambio ha encontrado en
Capriles
y en la Mesa de la Unidad Democrática la mejor vía para hacerse
oír. Ya hasta los responsables de los flagrantes contrastes en
que se ha querido sumir y encerrar para siempre al país en
beneficio de una camarilla usurpadora no tienen argumentos
sino prepotencia
y engañifas.
Frente a la cada vez más cierta eventualidad de su derrota
electoral, Chávez quiere invertir los términos y hacer ver que
su candidatura es victoriosa, invencible como siempre, que las elecciones son una mera formalidad y busca difundir la idea
de que la oposición “escuálida” no reconocerá la derrota y
sembrará el caos en el país el próximo 7 de octubre. Nuestra democratura se inclina cada vez más a la dictadura que a
la democracia, lo cual no se puede ocultar, mucho menos
invocando un truculento socialismo del siglo XXI. La democracia
es el régimen de la transparencia y de la verdad, y la
verdad –como
insistía Václav Havel– solo habla a quienes hablan desde la
verdad, no desde el engaño y el rencor. El próximo 7 de
octubre ya
se anuncia como una encrucijada espiritual para todo el país:
se cambiará de régimen y de sistema, de cuerpo y de alma.
Venezuela lavará su rostro, como al final de la obra de un
novelista –no cubano,
ni chino, ni ruso, Mr. Chávez, sino del primer presidente civil
elegido
por votación popular y secreta en 1947, derrocado ocho meses después por un golpe militar, que no fue un golpe, que fue una quijotada, como siempre pretenden los militares.
En estos días he pensado en los familiares, en los seres
queridos
y en los amigos que han muerto en estos años sombríos y no
podrán participar en ese momento de iluminación que será el 7
de octubre. Me he puesto a leer a un poeta austral, ciego y
antiperonista por excelencia, que poco antes de morir escribió
un poema, algunos de cuyos versos me gustaría repetir como
piedra de toque: “Que el hombre no sea indigno del
Ángel [...] / Que no se rebaje a la súplica, / ni al oprobio del
llanto, / ni a la fabulosa esperanza, / ni a las pequeñas
magias del miedo, / ni al simulacro
del histrión.” ~

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