Jean-Marie Colombani
El verano casi ha terminado y Bachar el Asad sigue masacrando a su pueblo. Hace ahora año y medio que esta tragedia viene desarrollándose en Siria sin que la comunidad internacional haya alcanzado un consenso que permita poner fin a este bárbaro régimen. La semana pasada estuvo marcada por dos acontecimientos de origen francés. El primero fue el posicionamiento de François Hollande, que invitó a las fuerzas de oposición siria a unirse en el seno de un Gobierno provisional que sería inmediatamente reconocido por Francia. Un discurso que la prensa norteamericana, y sobre todo el Wall Street Journal, se apresuró a calificar de audaz y valiente; pero a nadie se le escapa que, una vez más, era una manera de dejar patente la política de espera de Barack Obama en este asunto. El segundo acontecimiento fue la reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, bajo presidencia francesa. Un nuevo fiasco. La mayor parte de los ministros de Exteriores estaban ausentes, en especial la señora Clinton, por parte de EE UU, y el señor Lavrov, por la de Rusia. Laurent Fabius, el ministro francés, no informó de ninguna iniciativa nueva, sino que hizo constar que Rusia y China continúan oponiéndose a toda acción seria y ordenada encaminada a apartar a El Asad del poder. Seguramente, resulta difícil, por no decir imposible, establecer cualquier paralelismo con Libia.
En marzo de 2011, en efecto, Francia, apoyada por Reino Unido y, después, ambas respaldadas por Estados Unidos, se propusieron poner fin al reinado de los Gadafi, cosa que consiguieron. Pero Siria es harina de otro costal: un Ejército poderoso apoyado por una comunidad, minoritaria, desde luego, pero bien estructurada; una posición geoestratégica capital, que convierte cualquier intervención en un asunto delicado; y el apoyo político y militar de Rusia. Sin embargo, la Liga Árabe, Turquía y, ahora, el Egipto del presidente Morsi proclaman su hostilidad a Bachar el Asad. En un primer momento, no es tanto una acción militar lo que cabe esperar, como la organización de una diplomacia activa que permita al mismo tiempo sanciones eficaces y una ayuda decisiva a la oposición siria. Podría tratarse de la constitución de un grupo de contactos restringidos que reuniese a los países árabes y occidentales más decididos a actuar. La dificultad fundamental —al margen, claro está, del contexto geopolítico, con el eje Teherán-Damasco apoyado por Moscú, que, evidentemente, es el elemento esencial— reside en el hecho de que no se puede hablar de una sola oposición siria, sino de un conjunto de fuerzas variadas y divididas que carecen de un líder capaz de ofrecer confianza a aquellos que quisieran acudir en su ayuda. Por otro lado, las facciones salafistas están cada vez más presentes en el seno de esta oposición y su influencia es cada vez mayor. Recordemos el caso libio. Parte de las armas destinadas a la oposición fueron desviadas por grupos islamistas radicales que no tardaron en colonizar el norte de Malí para convertirlo en una especie de Afganistán en miniatura que, potencialmente, es una amenaza directa para Europa. No obstante, es en este punto donde los idealistas —aquellos que, como Susan Rice, embajadora estadounidense ante las Naciones Unidas, creen en los derechos humanos en la diplomacia— y los partidarios de la real politik pura y dura, como los consejeros militares de nuestros dirigentes, deberían encontrarse. Pues cuanto más tiempo pase, cuanto más se prolongue la lucha, más peso cobrarán los salafistas dentro de la rebelión siria. Cuanto antes sea derrocado el régimen de El Asad, más posibilidades tendrán los otros integrantes de la oposición, especialmente los que creen en la democracia, de imponerse e incluso de salir vencedores al término de un proceso electoral, como ocurrió en Libia.
Tal vez la primera iniciativa militar llegue a través de la constitución de zonas seguras para proteger a los refugiados en las fronteras de Siria —especialmente en Turquía—, que, para ser viables, requerirían una cobertura aérea. Sin olvidar que sobre el terreno ya hay asesores militares británicos y franceses para contrarrestar a los asesores rusos encuadrados en el Ejército sirio.
De todos modos, considerar que la principal amenaza estratégica procede de Irán —y de un régimen que sigue intentando procurarse armamento nuclear y proclama su voluntad de destruir Israel— y permitir que su principal brazo armado en la región, a saber, el régimen de Bachar el Asad, siga en el poder, sería una gran paradoja. A fin de cuentas, nada peor que aceptar que ese eje perdure.
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