NUESTRO PERSONAJE REGRESA
Plinio Apuleyo Mendoza
Carlos Alberto Montaner, Álvaro Vargas Llosa y yo pensábamos haberlo despachado para siempre. Pero ahí está. Ha vuelto. Está en las universidades tirándole papas explosivas a la policía. Incluso, cosa grave, en la Javeriana y en los Andes. Sus tesis reinan en muchas columnas de prensa, en centros académicos, en cúpulas sindicales, en el Congreso y en los partidos con filiación de izquierda. Pero lo que menos esperábamos es que ahora, gracias a las exigencias de ‘Timochenko’, esas tesis y sus correspondientes propuestas serán tema central en la mesa de negociaciones de paz. Nada menos.
Nos referimos, por supuesto, al perfecto idiota latinoamericano. Aunque parezca increíble dado el duro epíteto que con Montaner y Álvaro le colgamos en nuestro difundido Manual, a este personaje lo tratamos con algo de afecto recordando que a los veinte años muchos fuimos idiotas. Dejamos de serlo cuando descubrimos que las ideas que en los ámbitos universitarios nos embelesaban hoy han sido derrotadas por la realidad. ¿Cuáles son ellas? En primer término, muchas de la vulgata marxista, que todo lo explica por la lucha de clases. De acuerdo con esta visión, los grandes responsables de nuestra pobreza eran dos funestos aliados: el imperialismo y los ricos, agrupados bajo la etiqueta de burguesía, llamada luego oligarquía.
Como lo escribimos en nuestro Manual, si a este personaje pudiéramos tenderlo en el diván de un sicoanalista, descubriríamos en los pliegues más íntimos de su memoria las úlceras de algunos complejos y resentimientos sociales exasperados por la imagen de los ricos, de sus clubes, mansiones y fiestas. Entonces, el marxismo y todas sus variantes acaban por atraparlo.
Aunque con el tiempo estos sesgos ideológicos no le impidan sumarse a partidos de estirpe democrática, nuestro perfecto idiota sigue fiel a ciertas convicciones. Por ejemplo, su gusto por las nacionalizaciones, su freno a las multinacionales, su clamor por un reparto de la tierra que impida grandes propiedades agrícolas y, sobre todo, una redistribución de la riqueza a cargo del Estado, ignorando que lo que este recoge por la vía de los impuestos termina sólo engordando a la burocracia. Nuestro personaje, además, nunca culpa al gasto público por el incremento de la deuda externa, sino a la voraz banca internacional. Y a quienes defendemos la economía de mercado y sostenemos que el desarrollo y el empleo sólo los crea una buena gestión de las actividades empresariales y una educación de visos tecnológicos -modelo contrario a lo ocurrido en la Cuba castrista y en la Venezuela chavista- nos llama “neoliberales” y partidarios del capitalismo salvaje.
Si nuestro idiota pertenece al mundo político, la palabra mágica que lo acompaña siempre es “lo social”. Siempre buscará parcelas burocráticas a la sombra del poder y todo lo confía en subvenciones, ofertas populistas y reformas constitucionales. Considera además escandalosa la inversión privada en la educación y a la guerrilla la llamará comprensivamente “la insurgencia armada”, aunque mate, secuestre, robe y extorsione o torture.
Con este bagaje, nuestro perfecto idiota reaparece no sólo en Colombia sino en el continente. Es dueño de gobiernos en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua y se hace notar ahora en las políticas de doña Cristina Fernández en Argentina y en el poderoso Foro de São Paulo. Y con la ayuda de este contexto continental, que por primera vez le es favorable, ‘Timockenko’ no pone sobre la mesa de negociaciones el fin del terrorismo, sino un modelo propio de la vanguardia revolucionaria del idiota que deja fuera de juego los tres huevitos de Uribe* y las locomotoras de Santos**. ¿Quién iba a imaginar que a la paz se le fijara este precio?
@ELTIEMPO
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