LA SÓRDIDA GUERRA SUCIA
I
El tema de la guerra sucia, realimentado en las semanas que faltan para las elecciones presidenciales, nos lleva forzosamente a preguntar si el estiércol es parte integrante de la política o sólo una forma degradada y prescindible de ella. Dicho de otra manera: si la guerra sucia es parte integrante e imprescindible de la política, será inevitable concluir que ésta también lo sea. Para muchos adversarios del vapuleado oficio la agobiante paradoja es que saben que no hay manera de articular un Estado sin el instrumento de la política ni de concebir una democracia sin partidos. Puede haber y los hay países donde todo gire alrededor, más que de un partido, de un caudillo, endiosado y venerado por beneficiarios y usufructuarios. Pero en estos casos ya no se hablará de democracia sino de dictadura o de democracia en marcha hacia la dictadura.
Como creo en la dignidad de la política, sostengo que su esencia es el diálogo y que las concesiones recíprocas del diálogo no tienen por qué conducir a prácticas inmorales.
Antes de hincarle el diente a la guerra sucia desatada por el gobierno contra el exitoso Capriles Radonski, trataré de despejar algunos límites e incógnitas que surgen cuando se menciona la palabra “política”
II
Lo primero, la “mala prensa” que la rodea. En 1921, Ortega y Gasset se refirió a eso en una de sus mejores obras: “España Invertebrada”. El filósofo madrileño confrontaba a los partidarios de la acción directa y personal con los que por el contrario “contaban con los demás”. Aquellos pasan por verticales y principistas porque no negocian ni transan, pero éstos, partiendo de la diversidad de lo real, entienden que lo propio es negociar, reconocer el libre juego de intereses legítimos, para garantizar paz y progreso. Si no hay diálogo se imponen el pensamiento único y la exclusión. Y así no hay progreso sino crisis y guerra.
Pero luce heroico, vistoso, rechazar el diálogo en nombre de la defensa de “la santidad” de los principios. Lo malo es que así nacen las autocracias que excluyen e imponen. La verdad no está en uno solo, por muy hermosas que parezcan sus ofertas. De ahí que no será un demócrata sino un dictador en potencia quien no esté dispuesto a ceder en algo para evitar las guerras y salvar una sólida paz fundada en el pluralismo, la democracia, las libertades
¿Qué hay de común entre la política y la guerra sucia? Absolutamente nada, salvo cuando se hace pasar ésta por aquella. La que ha ordenado el presidente Chávez o alguna de las cabezas de tendencias que se disputan su sucesión, no es “política” sino su negación.
A semanas de las elecciones, el continuismo está contra la pared. Su parasitismo respecto al movimiento sísmico desatado por Capriles se expresa en que no se ocupa de enseñar un programa pero sí de tergiversar y trucar el de su emergente rival, no propicia su propia unidad, empeñado como está en intrigar con la de la Unidad Democrática, y cree que sonsacando peces solitarios a cambio de fortunas y enviando infructuosamente grupos fascistas contra actos democráticos va a desmoralizar a una fuerza en ascenso, llena de colorido, entusiasmo y moral de victoria.
Centran el ataque en Capriles y en el programa laboriosamente preparado con participación de más de 500 profesionales de altísima reputación. Y cual fieles representantes de un pasado muy remoto, lo hacen mediante consignas risiblemente anacrónicas, toscas y multiuso: candidato burgués, ultraderecha, neoliberalismo, imperio, Uribe.
III
Vale la pena advertir a sus ansiosos cultores que la guerra sucia podría ser el epitafio de su vergonzosa derrota, a menos, claro, que la sensatez impusiera un viraje. Pero sensatez es lo que no se ve en el erizado campo oficialista. Puedo imaginar la secreta complacencia de los autores del plan de comprar opositores mal colocados, o del efecto del documento forjado que quisieron hacer pasar como “programa oculto”, o de la depresión que desatarían las ventajas abrumadoras consignadas por encuestadoras complacientes.
Esas tres líneas de acción se atascaron y podrían devolverse contra sus autores. Impresiona incluso que las presas capturadas después de ser cebadas con altas sumas, no le hayan movido una ceja a la MUD ni causado pérdidas de ningún tipo. Los comprados perdieron toda reputación aunque siempre podrán alegar que corruptos son, pero con dinero en el bolsillo. El contraste con la incorporación de gente procedente del chavismo no puede ser más notable: el Gato Briceño, Henry Falcón y Guarulla, sólo para mencionar los más notorios, no recibieron un cobre de la Unidad Democrática y en cambio le han aportado marejadas humanas.
El documento forjado sirvió para despertar el interés en el estupendo programa democrático; los ataques de grupos armados de índole fascista elevaron el atractivo de los actos democráticos, y las cifras abultadas de ciertas encuestadoras nada han podido con las grandes movilizaciones de Capriles y los datos proporcionados por empresas no tarifadas.
Hasta los más cándidos descubren lo que hay detrás de la guerra sucia. El coyote no puede alcanzar al correcaminos. Urde maniobras complicadas e ingeniosas, pero nada señores, todo se devuelve contra el pobre animal del desierto. No sé si el gobierno se sabe derrotado, pero lo que resulta evidente es que actúa como tal. Tira piedras y no sabe esconder la mano. No recuerdo a algún ganador en la Historia que hubiera obtenido su premio empleando el método de los derrotados.
Bueno, tal vez sean señales de humo para entender lo que ocurrirá el 7 de octubre
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