OSCAR HERNANDEZ BERNALETTE
Debo confesar que navego a contracorriente con el caso de los sobrinos de la pareja presidencial, Franqui Francisco Flores de Freitas y Efraín Campos Flores. Al ver el diseño de la habitación, de siete metros con apenas una mesa, cama y un televisor en blanco y negro, pienso en qué necesidad tenían esos muchachos de embarcarse en tamaña aventura.
Recordé de mis tiempos de cónsul en Portland, el seguimiento y apoyo emocional que me tocó darle a un becario Mariscal de Ayacucho, quien fue apresado por formar parte de una red de tráfico. Su familia desde Caracas sufrió mucho, era un joven que perdió la cabeza y tuvimos al final la suerte de ayudarlo y liberarlo con un tecnicismo legal. Pero como afirma el psiquiatra Hernán Pifano: “Quienes se acercan al mundo de la droga saben a qué atenerse”.
La pregunta obligatoria es ¿por qué esta fatalidad de quienes están cerca del poder de abusar? Por qué unos hijos, sobrinos, de un presidente pueden usar facilidades que no les corresponden, cuando el pueblo eligió a sus padres o familiares fue para que sirvan a los ciudadanos, no para facilitarles la vida a sus allegados. No pensaron en que su avaricia perjudicaría las vidas de sus esposas, hijos y padres. Es el dinero fácil, no fueron formados en valores, disciplina y con temor por violar la ley.
Cuando sentenciaron hace unos años al hijo, del ex presidente de Honduras Porfirio Lobo afirmó que esperaba que su muchacho fuese hallado inocente, “pero si él es culpable, debería tomar responsabilidad por sus acciones”. En Venezuela quiere el sector oficialista tapar el sol con un dedo y sus padres esconden la cabeza como la avestruz precisamente cuando el país quiere, si no una explicación, por lo menos que le pidan perdón. Pero no importa, como en algunas culturas foráneas, aquí se celebra bailando salsa la tragedia de esos muchachos.
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