Américo Martin
¿Lo absolvió la Historia?
Sus incondicionales juran que sí y sus detractores –seguramente muchos más de
los que alguna vez fueron- se baten por la negativa. En mi caso y en el de
otros, la respuesta merece unas consideraciones previas, y la primera es que,
en puridad y por fortuna, ni en el peor de los momentos nos sujetarnos del todo
a ideologías intocables, partidos únicos o caudillos providenciales. Pese a
estar inmersos en el dogma, muchas veces presentamos perfiles propios, lo cual
desde luego no nos exime del disparate en que incurrimos.
Adquirimos nuestras
convicciones actuales a lo largo de años intensos. Fue el resultado de rupturas
padecidas en medio de esfuerzos de esos que no toleran respuestas ligeras o
tajantes. Para decirlo con un manierismo propio de Carlos Marx, “la praxis” nos
indujo a asumir con patética pasión lo que más tarde la misma “praxis” nos
aconsejaría tachar de falso. Marx distinguía entre “prácticos” (gente de
acción) y “teóricos” (gente de pensamiento) pero para efectos de su postulado
rupturista y revolucionario optó por el concepto de “praxis”, que viene a ser
una simbiosis entre el hacer teórico y el hacer práctico. El marxismo, el
fidelismo fueron, pues, compromisos completos -de honor, diría- entre pensar, sentir y hacer. De allí su arraigo. Como
alguna vez dijera Emilio Castelar, el gran orador republicano del siglo XIX
refiriéndose a las exageraciones desatadas
por la caída de los borbones:
-No sabían pensar, no
sabían sentir.
A mi viejo amigo Antonio
García Ponce le escuché explicar cuán difícil le resultó desprenderse del
marxismo-leninismo
- Fue como sacarse un chip metido hondamente en la cabeza. Y a ti
te pasó lo mismo, Américo.
No se ha estudiado cual
merece la forma como el marxismo, el fidelismo, el leninismo, el maoísmo
configuraron el pensamiento y la acción de las juventudes hemisféricas que
recibieron con júbilo la victoria de la revolución cubana. Los audaces
“barbudos” trazaron una pauta en el vasto mundo del subdesarrollo. La pasión
predominó sobre la razón, el corazón sobre el cerebro. Era la fallida hora de
los “hot heads”, la hora en que la ardiente pasión se escapó del corazón para
adueñarse de las cabezas, colocando bajo sospecha la fría y reflexiva razón. La
voz de la experiencia convertida en eco inaudible y remoto. Por desgracia no será
la última vez.
El fidelismo insinuaba más
que proclamaba un sincretismo religioso. Evocando a Moisés, Fidel descendía de
la montaña con las tablas de la Ley. Fidel y sus 12 apóstoles, que no fueron 12
sino muchos más, recordaría a los acompañantes de Cristo. Las barbas bíblicas, cuyo
significado místico, según Azimov, es el de la luz de los rayos solares, la
desaprensión en el comportamiento; todo nos hablaba de un fenómeno
telúrico-milagroso, irrisoriamente
asociado al socialismo “científico”. Ciencia extrañamente mesiánica, esa.
Era la entrada de la efímera confluencia cristiano-marxista y de la Teoría de
la Liberación con el rostro de Camilo Torres. Un producto intelectual
latinoamericano, que el Papa Juan Pablo II puso fuera de la órbita de la fe.
Fidel encarando a la
primera potencia del mundo en nombre de 400 millones de latinoamericanos
parecía romper la parsimonia de los partidos tradicionales. La
socialdemocracia, la democracia cristiana y los Partidos Comunistas
latinoamericanos sufrieron severas desgarraduras.
Cuando el caudillo
emergente proclamó que la Historia lo absolvería, nadie le reprochó en voz alta
tamaña muestra de egolatría. En sus palabras predominaba el reto a las
potestades mundiales y la apariencia del despertar de la democracia en un
subhemisferio durante mucho tiempo sometido por dictaduras militares clásicas. El Fiscal pidió 20 años. En esguince que
convirtió en marca de fábrica, el brioso reo pasó de acusado a acusador.
Citando a Montesquieu rompió lanzas por la división y equilibrio entre los
poderes. Refiriéndose a sí mismo, clamó que fue un rebelde para el noble
propósito de restablecer la Constitución de 1940, tan pisoteada por la
dictadura de Batista como aceptada por todas las corrientes del pensamiento
existentes en la Isla. De nacionalizaciones, solo dos: electricidad y
teléfonos. Con frases para el bronce, deslizó un programa satisfactoriamente democrático
–ni una sola mención al socialismo- y
una promesa que aplastaron los paredones:
- Para mis compañeros muertos no clamo venganza. No es con sangre
como pueden pagarse las vidas de los jóvenes que mueren por sus pueblos
Implantar una dictadura
perpetua, llenar las cárceles de presos, meter cultura y educación en un puño,
establecer una ideología única, hundir la economía y las instituciones que
fieramente defendieron tantos valientes cubanos; y -pese a la caída del Muro-
morir aferrado a una utopía cuya falacia reconoció, no tiene absolución
posible. Ya puede anticiparse que el dictamen de la Historia le será muy
desfavorable, muy duro. ¿Reconoció la inaplicabilidad del socialismo? Desasido plenamente
del mando y quizá con piquete contra sus sucesores, confesó que el modelo
cubano no le sirve ni a los cubanos
Raúl anuncia su retiro en
2018. Quizá civiles sin historia guerrera asuman el tímido viraje del VI
Congreso. Díaz Canel, Murillo o Alarcón,
deberían reflexionar sobre tres modelos viables: López Contreras (Venezuela),
Adolfo Suárez (España) y Balaguer (República Dominicana). Favoritos de los
feroces dictadores Gómez, Franco y Trujillo, restablecieron la democracia en
lugar de repetir a los sepultados caudillos. A ellos, por eso, los absolvió la
historia. A Maduro, en cambio…
- Usted se parece a López Contreras, le digo a Adolfo Suárez
cuando pude hablarle en Madrid.
- ¡Hombre¡ ¿Y quién es López Contreras?
- El Adolfo Suárez de Venezuela.
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