domingo, 20 de noviembre de 2016

Veinte años todos los domingos

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     TULIO HERNANDEZ

EL NACIONAL

I. El secuestro del país conducido con mano militar se fue dando poco a poco. He recurrido muchas veces a una imagen zoológica para explicar lo que ocurrió una vez que Hugo Chávez tomó el poder.
Los golpes de Estado, las dictaduras militares, las revoluciones comunistas son como el zarpazo del tigre. Repentinas. Rápidas. Sangrientas. Sin miramientos éticos ni simulacros democráticos.
Los neoautoritarismos –es la manera como denomino a la dictadura con antifaz democrático del presente venezolano– son, en cambio, lentos, pausados, camuflados de libertarios. De poca sangre inicial. Se parecen más al abrazo de la boa constrictor, que asfixia lentamente a la víctima sin que ella pueda responder.
La manera como se realizó el secuestro de la nación venezolana hay que mirarla como una saga, articulada y secuencial, de tenazas que se fueron cerrando poco a poco hasta dejarnos casi paralizados e indefensos.
Una tenaza política que fue acorralando todas las maneras de hacer oposición. Una tenaza mediática creando una voz única dominante. Una tenaza ideológica que construyó una nueva versión de la historia patria. Desvalorizando lo civil y valorando solo lo militar. Degradando lo individual y ensalzando solo lo colectivo. Y lo estatal. Una tenaza económica, con el control de cambio como manopla de torturador, que fue minando la economía productiva privada. Y una tenaza policiaca-militar que convirtió al país en un gran centro de vigilancia, control y reclusión. En una cárcel que, desde lejos, no lo parece.
El peculiar coctel ideológico e histriónico sobre el que se sustentaba la puesta en escena de Hugo Chávez todo lo permitía. Unas gotas de cristianismo primitivo. Otras de mito de guerrillero guevariano. Unas más de marxismo dogmático. Dos de nacionalismo militarista a lo Velasco Alvarado. Alucinaciones bolivarianas hijas de "Mi delirio sobre El Chimborazo". Varias de antinorteamercanismo posguerra fría. Todo envasado en el formato de un show televisivo a lo Don Francisco, creando un personaje tan alucinante, estrafalario, seductor, demagogo y psicotrópico como no había existido ningún otro líder de masas en Venezuela.

II. Lo que acabamos de leer es, palabras más, palabras menos, parte del texto que va en la contraportada de mi libro Una nación a la deriva que estará en las librerías a partir de la primera semana de diciembre.
El fragmento forma parte de la presentación que titulé “Claves para entender el secuestro”. Porque el libro, idea de Rosalexia Guerra, directora de Libros de El Nacional, tiene que ver con el hecho de que en este mes de noviembre de 2016 cumplo veinte años escribiendo y publicando, salvo casos excepcionales, mi columna semanal en el suplemento Siete días.
Confieso que el hecho –cumplir veinte años publicando una columna todos los domingos– de una parte me alegra. De otra, me produce un cierto vértigo existencial. Pero también me entristece.
Me alegra, porque ha sido un ejercicio responsable. Mantener la disciplina –y yo no soy disciplinado– de llevar a los lectores un análisis o un relato todas las semanas.
Me produce vértigo, porque es mucho tiempo. Comencé recién pisando la fabulosa edad de cuarenta años y ahora la cruzo con la andante ma non troppo de los sesenta. También porque las páginas de opinión tienen vida propia. Esta la inauguramos tres autores: Fanor Díaz, Alberto Barrera Tyszka, y este servidor. De los tres solo yo continuó escribiendo para la página.
Así que soy el último mohicano de una página de un periódico acosado por un gobierno que destruyó el sistema de medios venezolano. Y de allí la tristeza. De los veinte años de escritura diecisiete han sido bajo el régimen rojo. El que más tiempo le ha hecho perder a la sociedad venezolana. Al comienzo, todos escribíamos temas diversos –literatura, artes, viajes, gastronomía– pero después, como el país, nos volvimos monotemáticos y la escritura dominical dejó de ser asunto de placer para convertirse en trinchera de lucha política contra el totalitarismo.
Pero no me quejo. Fue lo que nos tocó vivir. Veinte años son veinte años. Tal vez, muy pronto volvamos a escribir con libertad. Vivo agradecido con los lectores. A ustedes me debo. El domingo próximo nos vemos.


tulio.hernandez9@gmail.com

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