domingo, 2 de abril de 2017

La increíble y triste historia...


CARLOS RAUL HERNANDEZ

Luego de la última decisión del TSJ, tiene fundamentos pensar que el gobierno desea seriamente casar un conflicto con la OEA, para que lo expulsen. Si no, por qué quitar la Inmunidad a un Poder Legislativo desde hace rato descremado y pasteurizado, en un país sin conmoción política y cuando el único desestabilizador es la política económica. Para autócratas, la presencia en el país de la comunidad internacional es un fastidioso obstáculo particularmente ahora que la revolución perdió todo prestigio y atractivo, convertida en un cacharro desvencijado, anacrónico y ruidoso. Las cosas cambiaron y de aquella mayoría relancina en el organismo interamericano no quedan sino nostalgias y lágrimas de un pasado alegre “¡Adiós muchachos compañeros de mi vida!”. Hoy Christina Kirchner y su parentela son el epítome de la corrupción, el manejo turbio del poder, la amoralidad, millones en efectivo y bajo sospecha de asesinatos.
Los Kirchner hacen lucir a Vito Corleone y los suyos como una familia buenagente que cualquiera desea tener de vecina. Dilma Rousseff careció del coraje para diferenciarse de Lula su mentor e imponer un nuevo liderazgo sanitario en el PT, y se fue por el camino de perdición. Ahora es una simple ciudadana -–la justicia respetó su decencia– con mucho tiempo para pensar en el terrible daño que el espejismo revolucionario hace a los  pobres (“por la fuerza hay que conducir a la Humanidad a ser feliz” dijo Gorky). En Venezuela los detentores del poder sueñan –y despiertan angustiados– con la época dorada de la revolución en la que se dieron el lujo de violar la soberanía, primero de Honduras y tres años después de Paraguay, en ejercicio del inefable Insulza, despreciado por todos pero útil para todos.
Poner el piecito
No creo que tenga precedentes en nuestra increíble y triste historia latinoamericana, un episodio como aquella reunión de presidentes en Managua (2009). Todos de guayabera blanca como esbirros caribeños, acorralaban a la pequeña Honduras que había destituido a Manuel Zelaya cuando se disponía a dar un golpe de Estado. La Constitución hondureña prohibía explícitamente todo acto vinculado con la posibilidad de establecer la reelección y Zelaya, apoyado por el gobierno de Venezuela, convocaría un referéndum aprobatorio  para incluir la reelección en la Carta. El Congreso, el Tribunal Supremo y el organismo electoral advirtieron al Presidente que hacer eso lo colocaba fuera de la legalidad, pero envalentonado por ALBA se lanzó de cabeza y terminó destituido y expulsado en pijamas a Costa Rica.
La OEA rojita dictaminó que había sido un golpe de Estado lo que fue por el contrario la defensa del orden constitucional. Brasil, el Goliath regional, la nación modelo en la diplomacia, no tuvo pudor para humillar la soberanía de Honduras e introducir a Zelaya de nuevo en el país en un automóvil diplomático. Aquél  trágico y ridículo aquelarre en Managua -hasta el Presidente Calderón participó, un mexicano conservador-      fue para acompañar a Zelaya que pasaría la frontera para regresar a la Presidencia en hombros de su pueblo y de los militares. El continente suspendió la respiración ante el nuevo Napoleón que venía de Elba a enfrentar a pecho abierto las bayonetas, dobladas ante su coraje. Pero el héroe se limitó a poner y quitar el piecito pícaramente, pasado de coqueto, sobre la raya fronteriza, hasta que los periodistas empezaron a desmayarse de risas y comprender que el señor hacía un show.
¿Nos vamos de la OEA?
En Paraguay (2012) los poderes Legislativo y Judicial, destituyeron a Fernando Lugo, luego de una matanza militar de campesinos. El mundo tuvo la oportunidad de ver el debate en el Congreso y asombrarse de los desplantes del abogado defensor, que ofendía a los senadores como un sargento a reclutas. Funcionarios venezolanos del más alto rango violaron la soberanía e incluso se reunieron con los generales para exhortarlos a derrocar el gobierno. Fue inútil. Hoy se preguntan para qué la OEA, si se salió del camino revolucionario y volvió a ser, como dijo Fidel Castro, “el ministerio de colonias de Estados Unidos”. Raúl Castro no quiso regresar ni siquiera en el período rojito y tuvieron que hacerle una a la medida, la Celac, para que la presidiera y así “reivindicar la revolución” después de décadas excluida de la comunidad latinoamericana, luego de sembrar el continente de guerrillas.
También ahí dieron un triste espectáculo las naciones hermanas. Por fortuna la OEA salió de ese peligroso camino del que quedaron tales dos incidentes para la Historia. Por eso Venezuela quiere que la expulsen, la sometan a debate, la conviertan en foco mundial, para emular y repetir como comedia los acontecimientos de la reunión de Punta del Este hace más de cinco décadas. Nuestros revolucionarios quisieran convertir al país en un coto cerrado, continuar con el proceso de aislamiento y clausura de los vínculos con el exterior y les debe dar urticaria que se nombre un grupo de amigos de Venezuela. Ojalá nadie les haga el juego al rechazar las mediaciones y degradar a los mediadores, hobby para algunos que creían que  con eso se ganarían la simpatía de los cabezas de ñema, como llamaría Rómulo Betancourt a los que no entienden nada. 
@CarlosRaulHer

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