Jorge Edwards: “Neruda veía las cosas del estalinismo, pero se las tragaba”
Juan Cruz
Con Persona non grata (Barral Editores, 1973) Jorge Edwards
dinamitó la placidez con la que se aceptaba cualquier cosa que venía de
Cuba. Ese libro lo convirtió no sólo en un personaje non grato
en ese país. Lo hizo despreciable a los ojos de los que, como Fidel,
consideraban que “con la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
Pablo Neruda, para el que trabajó y del que fue amigo, le aconsejó que
guardara ese libro, “y hoy seguiría pidiéndomelo”. Julio Cortázar,
también su amigo, le declaró a un periodista que preferiría no verlo.
Ese libro repudiado y masivamente leído reflejaba lo que sucedió, entre otras cosas, con el caso Heberto Padilla, poeta cuyo encarcelamiento por el régimen motivó la protesta de intelectuales de varios países, mientras él fue encargado de Negocios del Gobierno de Allende en la isla.
Jorge
Edwards, nacido en Chile en 1931, ha sobrevivido al castigo impuesto
por la Revolución escribiendo otros libros quizá mejores pero no tan
memorables, o castigados. Por todos ellos ganó en 1999 el Premio Cervantes. Y ahora reemprende una labor memorialista que trata de abarcar toda su vida. El primer volumen (Los círculos morados,
Lumen, 2013) recogió su iniciación de claroscuros, con su madre y con
los jesuitas. Ahora se lanza a la vida adulta y no deja títere con
cabeza en Esclavos de la consigna (Lumen), que refleja
desde el título lo que pasaba en aquella época marcada por los dictados
revolucionarios. Lo entrevistamos en su casa de Madrid. Por él
respondería cada pregunta con un libro nuevo, pero le sugerimos subrayar
partes de su nuevo título, que es tan inquietante como aquel Persona non grata.
Pregunta. Aparecen al principio nombres propios como Valle Inclán, Lorca, Alberti…
Respuesta. Mis primeras lecturas vienen de aquellos
jesuitas: o me daban porquería o me prohibían libros. Yo estaba
enamorado de Unamuno, y el padre Hurtado, al que ahora han hecho santo,
me lo prohibió. Claro, me lo tragué enterito.
P. Y luego vienen Camus, Orwell, Popper, Paz…
R. ¡Me hicieron disidente! Octavio fue uno de mis ídolos, solo comparable con Camus. Ahora ponen su Calígula
al lado de casa. Yo la vi en el jardín de un general chileno,
interpretado por Lautaro Murúa. Y a Camus lo encontré en Chile; entró a
la casa de un amigo y se fueron a comer. No me llevaron, yo era muy
pequeño, pero sabía más de Camus que todos ellos.
P. Esa gente fue un muro contra la consigna.
R. Vivíamos en cárceles mentales. Cabrera Infante
estaba prohibido por traidor, y traidor consideraron a Vargas Llosa.
Como a mí. Estaba prohibido tenernos cerca, leernos. A Neruda, sin
embargo, un crítico chileno que no era de su cuerda le prestó quinientos
pesos para que pudiera imprimir su Crepusculario.
P. Era un esclavo de la consigna…
R. Plenamente. Me decía: “No escribas ese libro
sobre Cuba. Yo te diré cuándo lo puedes publicar, y te voy a a subrayar
con lápiz rojo las frases inconvenientes”. Era una consigna.
P. ¿Le dejó el texto?
R. No, porque supe que no me iba a dejar publicarlo.
Me había dicho que era un libro muy peligroso para mí, que debía
esperar. ¡Serían mil años! Salió en Barcelona, me tiraron huevos y
tomates podridos, me atacaron por todos lados. Él ya había muerto. Ante
los ataques, Matilde Urrutia, su viuda, dijo que un autor tiene derecho a
publicar sus libros.
P. Un alegato contra la consigna.
R. Durante la dictadura de Pinochet ella fue a ver
en Moscú a la examante de Maiakovski y le cuenta lo que pasa con la
libertad en Chile. Y aquella mujer le responde: “Matilde, aquí es
igual”.
P. ¿Qué le produce contar esto habiendo nacido a la política como hombre de izquierdas?
R. Me sentí más libre. El escritor ha de contar lo que le pasa, Matilde tenía razón. Esclavos de la consigna ha tenido algunas discretas censuras en Chile: después de Pinochet allí se ha impuesto la libertad de expresión.
P. ¿Cómo fue la convivencia de un hombre como usted, cuyo maestro fue Camus, con quien firmó Oda a Stalin?
R. Había problemas, claro. A Neruda no le gustaban los poetas librescos, como Borges; quería mucho a Yevgueni
Yevtushenko, que me defendió cuando volví de Cuba: me abrazó a la rusa.
“¡Jorge, tenemos que estar contentos de que Heberto esté vivo aunque
esté preso!” Él sabía lo que era el estalinismo real, lo había
sobrevivido. Neruda veía estas cosas y en el fondo se las tragaba. Era,
eso sí, amigo de sus amigos. Por ejemplo, de Louis Aragon, un disidente a
quien los rusos le cerraron su revista y le dieron una medalla. Así
eran las cosas.
P. El caso Padilla quebró el boom.
R. Fue la primera ruptura de fondo. Octavio Paz era
enemigo de Neruda. Y cuando supo que iba a salir mi libro le dijo a
Vargas Llosa, que no conocía Persona non grata, que escribiera
sobre él. Lo que pasó entonces fue un cambio de vida, de opinión, se
formó, frente a la consigna sobre Cuba, un lado liberal que estaba cerca
de la revista Vuelta, la de Paz. Fíjate que un encuentro
curioso: estaba Neruda en Londres, con Matilde, y aparece por allí Paz.
Pablo está contestando unas preguntas, dice Matilde, pero le encantará
ver a Octavio. Lo abraza a la chilena, lo besa, “¡Mijito lindo!”, parece
de maricones pero es muy chileno. Luego me dijo Paz por teléfono: “Me
he leído todos sus versos. Es el mejor de todos los de la generación del
27. Su error fue la política”…
P. Su desencuentro con Cortázar fue tremendo.
R. Él le dijo a un periodista: “Sí, yo soy muy amigo de Jorge Edwards, pero desde que publicó Persona non grata
prefiero no verlo”. Años después me encontré con su viuda, Aurora
Bernárdez, en París. “Jorge”, me dijo, “para mí tú eres el mejor
pensador político latinoamericano”. ¿Y Julio?, le dije. “Es que al final
de su vida Julio estuvo sometido a muy malas influencias”.
P. Nicanor Parra le dijo a usted que había perdido el tiempo con Neruda…
R. Me lo decía siempre… Neruda no era libresco. Si
yo hubiera sido amigo de Borges hubiera sabido más de Schopenhauer y de
Nietzsche, pero fui amigo de Neruda. A un amigo filósofo chileno, Luis
Oyarzún, le dije: “Oye, Lucho, la única filosofía que vale es que todo
el mundo tenga un par de zapatos y un buen bistec”. Él se reía.
P. Salvador Allende es personaje de este Esclavos de la consigna…
R. De broma, él decía este epitafio posible para su
vida, antes de llegar a La Moneda: “Aquí yace Salvador Allende, futuro
presidente de Chile”… No entendía de economía. Fue su drama.
P. Neruda le dijo que le iban a pasar cosas malas con Persona non grata. ¿Y qué le pasó de bueno?
R. Que lo leyó muchísima gente, que lo siguen
leyendo. Pero sí, me atacaron mucho, me censuraron, en cierto modo me
hicieron la vida imposible, Eran los tiempos de la consigna.
P. ¿Tenía que haberle hecho caso a Neruda?
R. Creo que no. Si él estuviera vivo seguiría diciéndome que esperara antes de publicarlo.
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