TRINO MARQUEZ
Nicolás Maduro se prepara para
llegar al 10 de enero en las mejores condiciones posibles. En el plano interno,
trata en vano de evitar que las
Navidades y el Año Nuevo estén
signadas por la desesperanza de
los sectores populares y el deterioro provocado por la hiperinflación. Aumenta
el sueldo mínimo de forma compulsiva, entrega bonos, promete perniles de
cochino, obliga a los comerciantes a rebajar los juguetes, la ropa y los pocos
productos electrodomésticos existentes en el país. El triunfo en las elecciones
de concejales, a pesar de la enorme abstención, fortaleció su control de las
instituciones políticas.
En
el nivel internacional, busca consolidar la alianza con las grandes potencias
económicas y militares del planeta, gobernadas por regímenes autoritarios.
Estrecha los vínculos con Rusia, China,
Turquía e Irán. Intenta pasar a formar parte del juego geopolítico mundial y
moverse en el tablero internacional sobre la base de las enormes riquezas
petroleras y mineras de la nación. Ya se sabe con suficiente certeza que
Venezuela, además de contar con una de las reservas de petróleo y gas más
grandes del mundo, posee oro, bauxita, uranio, coltán y otros minerales en
abundantes cantidades. El potencial hidroeléctrico y el caudal de agua dulce
también son gigantescos. Todas estas riquezas atraen la atención de esos países
que ven a Venezuela con codicia. Maduro está sacándoles provecho a esas
ventajas para contrarrestar las presiones de la Unión Europea, el Grupo de
Lima, el Secretario General de la OEA, los Estados Unidos, los expresidentes
iberoamericanos y todos los grupos democráticos preocupados por la forma como
se extingue la democracia venezolana.
En
el marco de las coaliciones internacionales, los vínculos con Vladimir Putin
han ido adquiriendo una relevancia creciente. El autócrata ha venido aumentando
la presencia rusa en toda la zona oriental de Europa. Aspira a recrear el
dominio que tuvo la antigua Unión Soviética, aunque dentro de un esquema
distinto al estatismo económico comunista.
La única líder que lo ha encarado con decisión es la canciller alemana, Ángela
Merkel,
En
América Latina, la influencia rusa es mucho menor que en Europa oriental. Por
esa razón, Venezuela aparece para Putin
como una plataforma desde la cual podría lanzar una ofensiva que proyecte la
ascendencia rusa en todo el continente. Está repitiéndose la experiencia de
Cuba, aunque con otros rasgos. El Kremlin en aquella época pretendió propagar
la revolución comunista, en clara oposición a la economía de mercado y al
capitalismo como forma de organizar el sistema productivo. Para esos fines, no importaba que la isla
caribeña fuera un territorio pequeño, poco poblado y cuyo principal producto de
exportación era azúcar. Lo relevante era
confrontar las virtudes del socialismo con la decadencia del
capitalismo. Se trataba de una lucha geopolítica con aristas ideológicas muy
marcadas.
En
la actualidad, el conflicto es de otra naturaleza. Es más de carácter nacional. Putin aspira a recuperar
el prestigio, importancia y grandeza que
Rusia tuvo en el pasado. No se intenta reeditar la rivalidad entre el capitalismo
y el socialismo, sino de dirimir cuál o cuáles países detentan la supremacía
mundial. Es una pelea por la hegemonía planetaria. Putin no se conforma con ser
él y Rusia unos segundones en el
escenario mundial. Aspira regresar a la Rusia
de Pedro El Grande o, más contemporáneo, de Stalin.
Vladimir
Putin se mete en el patio trasero de los Estados Unidos y reta a Donald Trump,
no porque tenga algún grado de afinidad ideológica con Nicolás Maduro, o porque
sienta algún grado de simpatía por el mandatario venezolano, quien, por cierto,
le debe de parecer un personaje pintoresco. El interés del gobernante ruso
reside en valerse del grado de aislamiento, desprestigio y soledad continental
de Maduro, quien ni siquiera se atrevió a asistir al discurso inaugural del
López Obrador, para extraer la mayor
cantidad posible de los beneficios que puede brindarle un país tan rico como
Venezuela. Para esa finalidad, por cierto, los rusos, y también los chinos,
podrían valerse de algún civil o militar más eficiente que Maduro.
La
presencia de la amenazante aviación rusa en el país, ciertamente constituye un
alarde del poderío militar de Putin y una provocación a Trump y a los Estados
Unidos. Podría decirse que estamos en presencia de una invasión militar
extranjera. No la que quieren quienes desean desplazar a Maduro por la fuerza,
sino la de quienes buscan endosarlo a
Miraflores para que siga siendo un obediente peón.
Pero,
no hay que encandilarse con las apariencias. Putin ha demostrado que la
ideología le importa un bledo. Vemos su cercanía con la Iglesia Ortodoxa,
celestina de todos sus desmanes autoritarios.
Pensar que está dispuesto a librar una guerra con Estados Unidos y,
digamos, con Colombia, para defender al régimen de Maduro, me parece exagerado.
Ladrar no significa estar dispuesto a morder para someter la desgastada
economía rusa a una confrontación con la primera potencia militar y económica
del globo. Si el general Padrino López
estima que cuenta con Putin para defender “hasta el último palmo” del territorio
nacional, está muy equivocado. Más le
conviene pensar en una transición pacífica a parir del 10-E, en la que pueda
ser consultado Putin.
@trinomarquezc
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