martes, 4 de diciembre de 2018

Maduro y los fundamentalistas del voto

 Ibsen Martínez
 
Descuella en ese fandango de locos que es la Venezuela de Maduro la figura del fundamentalista del voto.
Integrante de la llamada clase política, o más bien, de su periferia, se le conoce a distancia por el morralito en que lleva citas sueltas de Hannah Arendt, Edmund Burke, Amartya Sen, Nicolás Maquiavelo, Jürgen Habermas y Gianbattista Vico.

El fundamentalista del voto mete la mano cada tanto en su muestrario de lecturas de ciencia política para repartirlas al paso, como si fuesen octavillas, entre aquellos a quienes busca persuadir de que, a pesar de que los esbirros de Maduro puedan secuestrar funcionarios electos y luego de torturarlos, asesinarlos arrojándolos desde un décimo piso, los venezolanos amantes de la libertad no tienen más opción que votar en cuanta elección disponga la dictadura, así esté amañada según sus propios despóticos términos, desde hoy hasta la consumación de los siglos.
El fundamentalista del voto, ya lo dijimos, no es exactamente un protagonista de la clase política sino una figura ancilar de la misma. Esto es así porque las cabezas visibles de los pocos acorralados partidos de oposición no prodigan ya ideas, y mucho menos, libros: eso es cosa del siglo pasado, algo que solo podría ocurrírsele a un Rómulo Betancourt o a un Teodoro Petkoff. Para airear ideas sobre lo que conviene hacer para poner fin a la dictadura está el fundamentalista del voto.
El fundamentalista del voto suele ser un profesional de la demoscopia o un politólogo, o ambas cosas a la vez, y tiene acceso como articulista a los contados espacios de opinión que el régimen tolera. Lo esencial de su argumento es la denuncia del abstencionismo y, puesto a ello, es capaz de hacer del sofisma un deporte extremo.
Uno de ellos achaca el empantanamiento de la acción opositora al hecho de que, según el fundamentalista del voto, la política de oposición ha estado últimamente en manos de aficionados, de gente ingenua e impaciente, imbuida de un inconducente misticismo moral. Otro gallo cantaría, se nos dice, si los oficiantes fuesen políticos profesionales, curtida gente del gremio, gente dueña de los fríos saberes propios del oficio. No entenderlo así no es más que antipolítica.
Este argumento es groseramente fullero pues basta leer la prensa de atrás hacia adelante para constatar —sin hurgar mucho en la herida— que, desde al menos 2005, han sido veteranos políticos partidistas los jefes de la oposición.
Los despropósitos, los vaivenes, los tejemanejes electoreros, los diálogos en la trastienda, las metas incumplidas, los fracasos y en suma, la perpetuación de Nicolás Maduro en el poder, son achacables únicamente a ellos. El electorado, o por decir mejor, la gente moliente y sufriente, estuvo todo ese tiempo siempre atenta, no solo a votar, sino también a hacerse matar en la calle cuantas veces lo exigieron los profesionales del difícil arte de la política tan sacralizado por el fundamentalista del voto. Algún día la decepción universal tenía que manifestarse y así lo hizo en mayo pasado.
En esto del abstencionismo se ha llegado al extremo de afirmar que de haber elegido en mayo pasado —acudiendo en masa a unas elecciones claramente fraudulentas—, a Henri Falcón, ese sosías de Chávez, alguien que remeda al Comandante no solo al hablar, sino hasta en el tono de las corbatas, ya a estas alturas estaríamos viendo los frutos de un gobierno de reconciliación y concordia nacionales, un gobierno restaurador de la economía de mercado y la democracia liberal. ¿Quién se interpuso? ¿Quién nos robó ese rutilante desenlace de nuestra tragedia? Nada menos que el 54% del padrón electoral que se abstuvo de votar.
El fundamentalismo atribuye esas cifras a protervos trolls y bots alentados por el gran Partido Abstencionista de la Burguesía Apátrida y Proyanqui que expresa a la facción plutócrata de la oposición liderada por María Corina Machado. El fundamentalismo niega que el electorado se haya abstenido soberanamente: fueron anónimos tuiteros quienes lo engatusaron.
El fundamentalismo finge creer que votar en las elecciones municipales, pautadas por la dictadura para el venidero 9 de diciembre, es el primer paso en la recuperación de nuestra democracia.
El fundamentalismo del voto es la zarza ardiente desde la que Nicolás Maduro habla y nos pide el voto.

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