martes, 12 de febrero de 2019


LA HOJA DE RUTA

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                  Carlos Canache Mata

Los pasos que hay que dar para la restitución de la libertad y la democracia en Venezuela han sido claramente señalados por Juan Guaidó, Presidente (E) de la República: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.

El cese de la usurpación significa que deje de existir el gobierno de facto que, por la fuerza de las armas, aún encabeza Nicolás Maduro. Nadie duda que las bayonetas, y nada más que las bayonetas, son  el sostén de la dictadura que oprime a los venezolanos. Una cúpula militar, que se beneficia de las desviaciones del ejercicio corrupto del poder,  se ha puesto de espaldas al pueblo y al servicio de la satrapía aposentada en Miraflores. Veinte años de cleptomanía se retratan en la información de que Venezuela ocupa el puesto 166 de los 176 países investigados en el  Índice de Percepción de Corrupción, elaborado por Transparencia Internacional. Las botas pisotean los artículos de la Constitución que definen a la FAN como una institución profesional que debe garantizar la soberanía nacional expresada a través del sufragio democrático. Hay la convicción de que la mayoría de la oficialidad y de la tropa no comulga con la conducta de los trepados en el Alto Mando y que en cualquier momento van a rescatar el honor mancillado de la institución castrense. Esquivando y pasando por encima del espionaje del G2 cubano incrustado en sus filas, los herederos del ejército libertador darán término a la usurpación de los que actualmente disfrutan del engolosinamiento mafioso del ejercicio del poder mal habido.

   Salido Maduro, se abre el espacio de la transición hacia la democracia que vuelve. Ya se empezó a andar el camino con la juramentación del 23 de enero, con presencia multitudinaria del pueblo, de Juan Guaidó como Presidente (E) de la República, conforme a lo dispuesto en el artículo 233 de la Constitución. Es cierto que, de hecho, el control del territorio nacional y de los resortes del Estado, con excepción de la Asamblea Nacional, lo detenta el  usurpador Nicolás Maduro, pero la titularidad de iure del Ejecutivo la tiene Juan Guaidó. La ignominia fáctica existente no ha impedido que Guaidó haya activado atribuciones presidenciales, como la designación de representantes diplomáticos y la instrumentación de la ayuda humanitaria ante la grave escasez de alimentos y medicinas y sus trágicas consecuencias. Pero, cuando se materialice la desaparición de la usurpación, cobrará amplio despliegue la reinstitucionalización del país, con el nombramiento por la Asamblea Nacional, de los nuevos titulares del TSJ, de la Fiscalía, de la Contraloría, del CNE.etc. Esta dictadura moribunda, que espera su epitafio, no se ha atrevido a hacer preso a Guaidó porque sabe que eso terminaría de empujarla a la tumba.

   Cubiertas las dos primeras fases, sonarán las campanas para llamar a verdaderas elecciones, a elecciones libres, transparentes, sin partidos inhabilitados, con observación internacional, organizadas y dirigidas, no por “las alegres comadres de Windsor”, sino por cinco rectores que no manchen sus manos con la infamia del fraude electoral.

   La luz no tiene fecha, pero está por llegar en cualquier momento.


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