Entrevista a Ángel Álvarez: "El vínculo religioso de Chávez con los votantes es el problema"
Roberto Giusti
El UNiversal
Ángel Álvarez personifica ese tipo de politólogo que no se deja confundir con el político de oficio con el politólogo que dice lo que su asesorado quiere que diga. Por eso reconoce que el fenómeno Chávez escapa a las fórmulas convencionales del análisis racional, capaz de desafiar el sentido común y poner a votar a un elector por el causante de los males que le agobian. Incluso va más allá y al comentar el proceso de desinstitucionalización que vive el país desde hace veinte años, advierte que rescatarlo tomará, al menos, cinco o seis años.
-¿Hasta qué punto puede influir en los resultados electorales el ventajismo del oficialismo, con el Presidente como sujeto fundamental de la campaña?
-Influye en la medida en que el Presidente ha transformado esta elección, una vez más, en un plebiscito. El se convierte en tema de campaña y hace pensar a los electores del chavismo blando, quienes eventualmente pudieran abstenerse o votar por la Unidad, que su futuro como líder político está en riesgo. Así ellos terminarían votando por él aunque no se trate de una elección presidencial.
-¿No tiene razón Chávez al suponer que unos resultados electorales adversos sí influirían negativamente sobre su futuro y sus intenciones de permanecer en el poder?
-No necesariamente porque su cargo no está siendo sometido al escrutinio popular en esta elección. Lo que sí puede implicar es una disminución del poder de su partido y de él mismo en la Asamblea Nacional. Una circunstancia como esa se convertiría en un freno a la radicalización de las políticas que, como ya anunció, pretende implantar desde la mayoría.
-¿Esa estrategia no es nueva y la utilizó en todas las campañas, cualesquiera fuese la naturaleza de la elección. Pero, ¿tienen el Presidente, en esta oportunidad, la misma capacidad de aportar votos para sus candidatos como en el pasado?
-Esa capacidad ha disminuido pero él sigue siendo el único activo del PSUV para competir en el mercado electoral. Eso es así porque los factores que esgrime un partido en la campaña, como las realizaciones del Gobierno, están muy mal en el caso venezolano y la identificación partidista, aunque el PSUV es el partido con mayor número de adherentes, no da para ganar una elección de este tipo. De manera que el único activo fuerte que les queda es la propia imagen presidencial y la seguirán usando hasta que se agote.
-¿Les alcanzará para lograr la mayoría en la Asamblea Nacional?
-Es muy difícil estimar los resultados por la manipulación que se hizo de las leyes electorales, en este caso, la redefinición de los circuitos y la readjudicación de la población por estados. Esas variables hacen muy difícil estimar los resultados, pero al margen de éstos, al oficialismo no le queda sino acudir a esa estrategia. Cualquier otra, como afianzarse en la gestión de los diputados sería absurdo porque la mayoría de ellos tuvo un desempeño tan malo que el propio Presidente los reemplazó por otros. Afianzarse en la gestión gubernamental sería otro error porque está muy mal evaluada. Entonces, como fallan en estas variables, solo les queda el Presidente, así esté disminuido.
-¿No es ya perfectamente identificable la figura del Presidente con el fracaso de su Gobierno? ¿No percibe la gente que en un régimen tan personalista Chávez es el responsable de todo lo que se haga o se deje de hacer?
-En condiciones normales debería ser, y el reto más importante de la ciencia política en Venezuela es explicar por qué un gobierno con tantas fallas no conduce al deterioro grave de la imagen del Presidente.
-¿Cuál sería la respuesta? -La única respuesta deriva de lo que muchos politólogos llaman "la identificación religiosa del electorado". Algunos de esos electorados se identifican religiosamente con sus líderes y en este caso Chávez ha tratado de convertir al chavismo en una especie de devoción, más que en un movimiento político. Ese tipo de vínculos con liderazgos personalistas resiste el deterioro de la gestión porque lo último que quiere perder el votante chavista es la esperanza de la redención. Así, el Presidente es la última esperanza que no quiere perder. Entonces lo perdona, lo exculpa, dice que no es responsable porque no está enterado del deterioro del Gobierno. Se trata de un mecanismo sicológico para no aceptar el alto costo anímico que supone perder al líder.
-Si eso es así, la oposición está ante un grave problema porque no parece haber mecanismos racionales, argumentos lógicos, razones extraídas de la realidad, para combatir esa fortaleza de Chávez en sus vínculos, digamos metafísicos, con sus votantes.
-Sin duda. Pero eso sería más grave si la elección fuese presidencial. El reto de la Unidad Democrática es decirle a los electores que si bien Chávez es responsable de lo malo que ha sido este Gobierno, lo que se plantea en este momento es una Asamblea Nacional que equilibre los poderes y el Presidente se vea obligado a ser más eficiente. Eso es muy racional, ciertamente, pero ante un discurso carismático la oposición no puede armar uno similar porque nadie cambia de un día para otro. La gente sigue creyendo en su dios pero puede buscar explicaciones alternativas. Se trata de explorar fórmulas racionales, sin convertirse en amenaza para las creencias fundamentales de la gente y planteando salidas en términos de eficacia, de provisión de seguridad, empleo y bienestar económico.
-Eso está muy bien para este proceso y decías que el asunto no es tan grave porque no se trata de unas elecciones presidenciales. Sin embargo, éstas están casi a la vuelta de la esquina y lo que ocurra en las parlamentarias va a influir en las presidenciales. ¿No es la única posibilidad de enfrentar con éxito a Chávez, presentarle un contendor con características similares, capaz de despertar la magia en la gente?
-No lo creo. Hasta donde yo sé de lo que ha ocurrido con procesos de este tipo en el mundo, los liderazgos personalistas no se compensan con otros similares. Eso lo demuestran casos brutalmente autoritarios como los de Hiltler o Mussolini u otros, semiautoritarios, como los de Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil o Cárdenas en México. Esos liderazgos no se construyen arbitrariamente o en laboratorios. Se trata de procesos espontáneos y por eso la crisis de un liderazgo de esa naturaleza se resuelve por una organización. El reto fundamental de las fuerzas democráticas venezolanas es, entonces, construir una organización de base, un tejido social que permita a la gente conseguir una alternativa distinta al personalismo porque no hay forma de construir ese liderazgo personalista y, además...
-No es bueno...
-No es sano.
-Vistas las características de un liderazgo, que en el caso venezolano, se remonta al siglo XIX, ¿no estamos retrasados con relación a otros países del continente, donde los electorados se pronuncian por candidatos con criterios, apegados al sentido común y a la racionalidad?
-Eso es consecuencia del proceso de desintitucionalización de los 90. Obra de una parte de la élite política (Rafael Caldera) o incluso de actores de la élite económica, con el propósito de sustituir una clase dirigente percibida como corrupta, sin apercibirse de que la destrucción de AD y Copei implicaba la desaparición de la institucionalidad. Así se dejó abierta la puerta al personalismo. Eso ocurrió en Alemania de entreguerras y surgió Hitler. Aquí dimos un salto atrás similar, pero ahora se plantea la tarea de superar el personalismo, entronizado incluso en algunos partidos de oposición. Se trata de un proceso largo. Nuestro último proceso histórico, en esa dirección, fue la construcción de AD, iniciada por Betancourt, desde la redacción del Pacto de Barranquilla, 20 o 25 años antes de cristalizar la organización política que tomó el poder en 1945 y en forma más definitiva en 1958.
-¿Habrá que esperar tanto tiempo?
-Para ser optimista diría que ya por lo menos se avanzó 11 años.
-Nos quedarían 15.
-Por lo menos cinco o seis más de esfuerzo. Pero mientras más pronto se inicie la tarea, más pronto la culminaremos. Solo que mientras haya liderazgos opositores que dividen o boicotean cualquier esfuerzo unitario, porque no aparecen a la cabeza de las candidaturas, se entorpece más el proceso.
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