lunes, 13 de septiembre de 2010

CHÁVEZ DIPUTADO

Teodoro Petkoff
Talcual

La campaña del oficialismo lo que da es pena ajena. Pena por la banda de eunucos políticos (algunos de ellos probablemente a su pesar) que son los candidatos del gobierno. Chacumbele opera como candidato en cada uno de los 87 circuitos y cada uno de los estados. Los que aparecen nominados apenas dan señales de vida cuando Chacumbele les levanta el brazo en alguna de las ilegales movilizaciones donde él es el muchacho de la película.
Afiches con su cara predominan en un conjunto en el cual sus propios candidatos son opacados por el Gran Capo. Pero en esta circunstancia reside la enorme debilidad del chavismo como movimiento. Esa montonera no tiene futuro. De entrada, algún desprevenido podría pensar que en la presencia avasallante del Líder Máximo está la fuerza del chavismo.
Un líder único e indiscutido. Unidad de mando y disciplina. De lejos luce satisfactorio y eficiente. Pero de cerca, el espectáculo es diferente. Todo gira en torno suyo, su luz ilumina a todos los pálidos asteroides que lo circundan. Los candidatos no tienen mayor significación y sus identidades poco importan. Lo único que Chacumbele quiere que se sepa es que son “sus” candidatos. Piensa que con eso es suficiente para sus electores.
De éstos espera que aseguren en la Asamblea Nacional el número suficiente de focas como para que el Parlamento siga siendo el dócil y abyecto instrumento del poder autocrático que hasta ahora ha sido.
Por eso, si se mira bien, esto que parece fuerza es, en verdad, debilidad. Un movimiento político sin un liderazgo diferente al de Chacumbele, no puede proporcionarle al país una conducción confiable. ¿Qué debate político fecundo puede salir de una reunión del llamado Comando Nacional del PSUV? Ninguno, porque no existe tal debate. Chacumbele se relaciona con sus supuestos “compañeros” de dirección sólo dándoles órdenes, a lo militar. La más nimia de sus opiniones de transforma en línea de acción.
Nadie discute ni la más crasa pendejada que emita el Gran Capo. Todo es aceptado como expresión de sabiduría indiscutible. De allí los tan frecuentes disparates, las conductas erráticas, las contradicciones. Sus “compañeros” son eunucos políticos pero no estúpidos.
No les cuesta mucho percibir una solemne necedad en cualquiera de las “genialidades” del Jefe, pero callan. No se atreven a hacerle ver el error o a proponer una alternativa. Sólo esperan la próxima rectificación, la siguiente reculada del autócrata, para aplaudirla con el mismo entusiasmo con el cual antes aprobaron la tontería de la cual el Jefe después se desdice.
Pero Chacumbele quiere que sea así.
Esa banda de castrados políticos a su lado es lo que da fuerza al personalismo de su poder. No quiere a su lado nadie que brille con luz propia.
Necesita mediocres, adulantes o sinvergüenzas. En una corte así se siente cómodo. Pero, aunque parezca lo contrario, por lo mismo ese es un poder frágil y, en el fondo, precario.


No hay comentarios:

Publicar un comentario