jueves, 16 de septiembre de 2010

Eso de que vuelan...
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ | EL UNIVERSAL
jueves 16 de septiembre de 2010

Para físicos y matemáticos la casualidad no es otra cosa que la intersección entre dos secuencias de acontecimientos de base probabilística. Si alguien acostumbra arrojar por la ventana un balde de agua tres veces al día y yo paso por esa calle tres veces al día, tengo N veces más probabilidades de que me mojen que otro que pase por ahí una vez al año.

A veces eso es lo que ocurre, desafiando las probabilidades. La mala suerte, la casualidad negativa, la "pava". No discuto si eso se cumple para Esteban, si examinamos la secuencia de situaciones desventuradas que protagoniza.

Se acostumbró a actuar de manera desquiciada sin costos inmediatos, en un proceder que desafía las enseñanzas hasta de Maquiavelo.

Y no podría afirmarse que "portarse bien" sea una garantía contra los accidentes, pero resulta que hacerlo mal y que las circunstancias nos sonrían, es una apuesta que no se puede hacer siempre.

Cimino nos cuenta de un soldado americano que se consideraba invulnerable a la ruleta rusa, hasta un día. El gobierno se ha tragado todas las flechas concebibles en lo que se refiere a gobernar por razones que parecen inaccesibles para un sociólogo y más bien apropiadas para la siquiatría.

Ego sobrehumano

Si alguien quería dar rienda suelta a un ego sobrehumano, tenía la opción de ser un "déspota bienhechor" como el de Indonesia. Con el dinero petrolero habría hecho de este país una Corea del Sur. Pero se optó por el camino de destruir los avances acumulados en cuarenta años y aplicar recetas denegadas mil veces por la realidad y despreciadas a fecha de hoy, hasta por los Castro brothers. Y esas recetas no conducen más que a la gangrena, a la excrecencia viscosa.

Locuras, disparates...

Se incendian tres instalaciones petroleras en una empresa del Estado. Se cae un avión de una línea del Estado. Se pudren millones de kilos de comida en manos del Estado. Se cae un helicóptero del Estado. No se trata de la ineptitud pura y simple -uno de los rasgos esenciales de la revolución- sino que todas las locuras, disparates, atrocidades, corruptelas, ignominias y brutalidades producen su cosecha de putrefacción inmancable. Los tiempos de la política no coinciden necesariamente con los del deterioro social porque dependen del liderazgo, pese a la simpleza de que "líderes somos todos".

Sin Lenin, que destruyó la democracia rusa en ocho meses, nunca existiera el comunismo. Sin Betancourt, el comunismo se coge América Latina.

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