martes, 28 de septiembre de 2010

La Gran Derrota


Editorial Talcual


Cambiaron la Ley Electoral para ponerla a su servicio apelando al criterio menos representativo de la equidad de la voluntad popular; reinventaron nuevos circuitos a la medida de sus cálculos; usaron todo el poder del Estado para presionar a los electores; llegaron al desenfreno populista más siniestro -desde cédulas para la subsistencia de hoy y hambre para mañana, hasta intentar cambiar neveras por conciencias-; convirtieron una elección regional en un referéndum presidencial; abusaron de los medios radioeléctricos de todos para sus mezquinos fines; pusieron de rodillas al Consejo Nacional Electoral (CNE), que violó flagrantemente sus propios reglamentos y hasta la Constitución para permitir el circo presidencial, y sacaron sus matones para aterrar a los pacíficos ciudadanos.

Todo lo hicieron, todo, para prostituir el acto fundamental de la democracia. Se jugaron los últimos residuos de dignidad cívica que les quedaban. Y perdieron. Perdieron más que una elección, perdieron la mayoría de los venezolanos y se frustraron sus grotescas apetencias sobre la composición de la Asamblea. Sobre todo quedó derrotado Chávez, candidato único y gran perdedor. Una Venezuela distinta, mayoritaria, una Asamblea plural, anuncia una irrefrenable caída de un largo decenio de autoritarismo, humillaciones y demolición de todos los ámbitos de su vida material, moral y espiritual.

Este país que al fin se puso de pie y dijo basta, que acabó con oscuros fantasmas, que puso contra la pared a un caudillo más de su historia, no debe caer en un triunfalismo ingenuo. Hay una lucha que no ha cesado, la bestia herida es en extremo peligrosa. Ya conocemos su falta de escrúpulos y su vocación por el zarpazo y la trampa. Sin duda, la primera tarea de ese país emergente es romper la polarización absurda de los ciudadanos, el imperio del odio, el discurso delirante, falaz y propiciador de la violencia, la corrupción sin límite y la segregación. Eso significa tenderle la mano a tantos venezolanos estafados, una vez más, por promesas demagógicas y hacer nuestras sus seculares esperanzas legítimas y sus derechos a la igualdad y el destino compartido. La unidad triunfante no puede sino extenderse a todos, abrir las puertas de los campos, trastocar la rapacidad por la fraternidad. Si algo podemos celebrar de esta jornada histórica es que hemos recuperado el sentido de nación, que no significa una ciudadanía etérea y falaz, sino una manera de tramitar sus contradicciones reales en paz, en el ágora dialogante, en el respeto al individuo, su libertad y pluralidad.

Hoy [por ayer] es 27, ya no 26, unas horas decisivas han pasado. La mañana de este lunes es más clara y luminosa, no permitamos que vuelvan las sombras. El Ávila, el Orinoco, los Llanos, las playas de Oriente, las montañas andinas son ahora más nuestras. Hagamos lo que debemos hacer.


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