Capriles nos ignora, ¡hace bien!
ALFREDO YÁNEZ MONDRAGÓN | EL UNIVERSAL
sábado 16 de junio de 2012
La estrategia es muy osada. Implica, prácticamente, ignorar a los leales. Se trata de establecer una conexión, si es que eso es posible, con aquel inmenso grupo que aspira a vivir lo más tranquilamente posible, sin interesarse más allá de lo impresionante de una manifestación popular o de lo extenso y tedioso de un discurso rayado, sólo válido como una fe de vida.
Existen dos opciones para tres sectores.
Un candidato le habla a los suyos y solo a los suyos. Su idea no es sumar, es simplemente profundizar las convicciones de esos suyos -que lo son por múltiples razones, entre las que se cuentan la coacción, la manipulación y el chantaje. No le interesa más nadie; el botín no alcanza para más, bien sea para la distribución de las migajas, bien sea para la más amplia gama de corrupción e incompetencia.
El otro candidato pasa, por ahora, de aquellos que aspiran una transformación real. Obvia a quienes creen en el desarrollo, en la necesidad de infundir valores, de sembrar modelos de crecimiento inspirados en el esfuerzo, en la disciplina, en la constancia... En el estudio, en el trabajo, en la investigación.
¡Pero cuidado! No se trata de desidia, negligencia o desdén. No es un plan para dejar de lado a las fuerzas capaces de impulsar el cambio que el país reclama con urgencia. Se trata, eso sí, de paciencia y confianza.
Más de uno, en medio de esta estrategia que descoloca, echa en falta un discurso fuerte, una arenga que rescate el valor de la lealtad de todos esas miles de voluntades que prestaron su presencia para hacer patente una fortaleza popular. Pero, con el perdón de esa nutrida concurrencia, el mensaje iba para otro sector, para el que no salió el domingo, y tampoco iba a hacerlo el lunes.
Los convencidos, convencidos están. Claro que querrían, de vez en cuando, una palmadita en el hombro. Quizá la foto y la emoción de cada una de esas multitudinarias manifestaciones en el país sean la cuota, porque la elección del siete de octubre no se va a ganar solo con los votos seguros; solo puede ganarse si el candidato es capaz de hacer permear su mensaje hacia el sector que no quiere saber nada del continuismo, sea como fuere que esto se entienda.
Esos votos son imprescindibles. Luego, con esos votos más los que están seguros, es bastante más probable que los deseos de transformación, que las aspiraciones de desarrollo, que la urgencia por rescatar a Venezuela del secuestro pseudoinstitucional en que se encuentra, puedan conseguir el camino para su realización.
La estrategia está en marcha. Es posible que alguno se confunda, sin embargo, no hay dudas sobre las cartas que están volteadas en la mesa. Mientras uno intenta amarrar fuertemente sus votos, supuestamente seguros, en el temor de que se le vayan, el otro sabe que sus votos base -probados el 12 de febrero en Primarias- están ahí, inamovibles, solo a la espera de los que suman, para crecer y avanzar.
Existen dos opciones para tres sectores.
Un candidato le habla a los suyos y solo a los suyos. Su idea no es sumar, es simplemente profundizar las convicciones de esos suyos -que lo son por múltiples razones, entre las que se cuentan la coacción, la manipulación y el chantaje. No le interesa más nadie; el botín no alcanza para más, bien sea para la distribución de las migajas, bien sea para la más amplia gama de corrupción e incompetencia.
El otro candidato pasa, por ahora, de aquellos que aspiran una transformación real. Obvia a quienes creen en el desarrollo, en la necesidad de infundir valores, de sembrar modelos de crecimiento inspirados en el esfuerzo, en la disciplina, en la constancia... En el estudio, en el trabajo, en la investigación.
¡Pero cuidado! No se trata de desidia, negligencia o desdén. No es un plan para dejar de lado a las fuerzas capaces de impulsar el cambio que el país reclama con urgencia. Se trata, eso sí, de paciencia y confianza.
Más de uno, en medio de esta estrategia que descoloca, echa en falta un discurso fuerte, una arenga que rescate el valor de la lealtad de todos esas miles de voluntades que prestaron su presencia para hacer patente una fortaleza popular. Pero, con el perdón de esa nutrida concurrencia, el mensaje iba para otro sector, para el que no salió el domingo, y tampoco iba a hacerlo el lunes.
Los convencidos, convencidos están. Claro que querrían, de vez en cuando, una palmadita en el hombro. Quizá la foto y la emoción de cada una de esas multitudinarias manifestaciones en el país sean la cuota, porque la elección del siete de octubre no se va a ganar solo con los votos seguros; solo puede ganarse si el candidato es capaz de hacer permear su mensaje hacia el sector que no quiere saber nada del continuismo, sea como fuere que esto se entienda.
Esos votos son imprescindibles. Luego, con esos votos más los que están seguros, es bastante más probable que los deseos de transformación, que las aspiraciones de desarrollo, que la urgencia por rescatar a Venezuela del secuestro pseudoinstitucional en que se encuentra, puedan conseguir el camino para su realización.
La estrategia está en marcha. Es posible que alguno se confunda, sin embargo, no hay dudas sobre las cartas que están volteadas en la mesa. Mientras uno intenta amarrar fuertemente sus votos, supuestamente seguros, en el temor de que se le vayan, el otro sabe que sus votos base -probados el 12 de febrero en Primarias- están ahí, inamovibles, solo a la espera de los que suman, para crecer y avanzar.
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